jueves, 8 de enero de 2009
LAS VOCES DE MARRAKESH, DE ELIAS CANETTI. CIUDAD DE MISTERIOS.
Llegar a Marrakech conduciendo tu propio vehículo y además, de noche tras haber conducido seiscientos kilómetros desde Tánger en solitario, es una de las experiencias más espeluznantes que se puedan imaginar. Las normas de tráfico parecen no existir, todo es caótico. Bicicletas, carros tirados por mulas y toda clase de extraños vehículos moviéndose a velocidades imposibles lo invaden todo y uno solo puede esperar tener la suerte de no golpear a nadie. En dos días uno se acostumbra, tira hacia delante y todo le es indiferente. Digo esto porque Marrakech es una ciudad de contrastes. El caos y el ruido de sus calles principales contrasta con el silencio de los más profundos callejones de su centro histórico, al que solo pude dar un vistazo de última hora, pues viajaba por motivos de trabajo, aunque la visita me produjo una curiosa pesadumbre. En los lugares más turísticos, como la plaza Xemaá El Fná y alrededores el occidental se siente agobiado por las constantes llamadas de atención de los vendedores o pedigüeños. Uno debe estar alerta y saber esquivarlos. No debe quedarse mucho rato observando algo o se verá rodeado. En otros lugares, como la zona moderna y de oficinas, se puede pasar más desapercibido y advertir otro contraste: el de los ciudadanos occidentalizados con los tradicionales.
Elias Canetti viajó a Marrakech en 1954. No conoció la misma ciudad que conocí yo, pero muchos de los rasgos que él describió siguen presentes: los mercados, los cuentacuentos de la plaza Xemaá El Fná, los palmerales, los camellos. Narra magistralmente la rareza y el misterio de pasear y perderse por unos callejones con cientos de años de historia, de la observación de las costumbres de unos nativos que son tan interesantes como la propia ciudad en la que viven describiendo colores, olores, sabores, voces en suma, con una sencillez muy atractiva para el lector.
La última historia es la que más me impresionó, "El invisible". Un bulto humano en centro de la plaza Xemaá El Fná, "la sucia tela marrón era como una capucha totalmente calada que lo cubría todo. La criatura - alguna había de ser - se acurrucaba en el suelo y curvaba la espalda bajo la tela", que pasa las noches repitiendo el mismo sonido a-a-a-a-a, y que produce horror y fascinación a Canetti. Quizá en ese sonido esté resumido el misterio del universo y el absurdo de nuestra existencia o quizá la abnegación nocturna de la criatura nos esté redimiendo a todos. La próxima vez que vaya a Marrakech trataré de descubrir si si sigue acudiendo a su lugar cada noche.
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