Pocos placeres tan intensos como ver una adaptación cinematográfica con el libro recién leído. Vemos la película con unos ojos especialmente escrutadores: nos estamos asomando a un mundo que ya conocemos, que ya es en parte nuestro, por lo que nos decepcionamos si el film no se ajusta a las imágenes que nos habíamos creado privadamente durante su lectura. Es un tópico decir que el libro suele ser mejor que la película, pero en este caso la ventaja del libro es muy ligera: casi están empatados.
Max Ophüls, un gran director no muy recordado, nos ofrece una película tan elegante y precisa como el libro: solo hay que fijarse en la exquisitez de la decoración del piso de Stefan para hacerse una idea de lo metódico que es el trabajo del realizador. Y la acerta elección de sus intérpretes: una Joan Fontaine absolutamente maravillosa, interpretando a su personaje a diversas edades, que siempre conserva una mirada inocente y absolutamente entregada al objeto de su amor (solo con ver la imagen que he puesto en la anterior entrada quedamos convencidos) y un Louis Jourdan perfecto en su papel de galán inconsciente. Su escena final, cuando termina de leer la carta, es arrebatadora. Los dos hacen creíble esta historia que, contada por otra pluma que no fuera la de Zweig nos costaría asimilar.
La adaptación es bastante fiel y aprovecha para recrear una atmósfera vienesa muy evocadora (con gran mérito, pues la película se rodó en los estudios de la Universal en Hollywood), aunque con algunas diferencias importantes. La que más llama la atención es que, si en libro Lisa se hace cortesana para dar una buena vida a su hijo (y lo decide así porque su hijo es parte su amor), en la película se casa. También es verdad que, siendo casada, la decisión que toma de pasar la noche con Stefan después de su último encuentro resulta más grave y escandalosa (de ahí el reto a duelo, que no aparece en la novela).
Sobre "Carta de una desconocida", escribe el crítico Carlos Heredero:
"La reconsideración del discurso emotivo queda formalizada por la suntuosa elegancia de la visualización, el espesor significante de una puesta en escena de intensa expresividad (la mirada deseante de Lisa a Stefan se traza siempre desde ángulos esquivos de ventanas, esquinas o rincones) y el sofisticado mecanismo narrativo que convierte a la mujer "desconocida" del título, simultáneamente, en protagonista de la historia y en la narradora del relato por medio de una voz en off, que evoca - desde el presente - un pretérito embellecido y romantizado que la estructura de la película se encarga de desvelar como tal sin destruir por ello, en ningún momento, la especialísima, irresistible magia que destilan todas sus imágenes."
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