viernes, 9 de enero de 2009
EL ZOO DE BUDAPEST ( y II).
Tratando de ser lo más correcto y educado posible con aquel simio y asegurándome a la vez de que no hubiera nadie cerca que me tomara por un perturbado, me atreví a contestarle: "¿Se dirige a mí, caballero?" El peludo animal se paseaba de lado a lado de la jaula contestándome: "Por supuesto, por supuesto". "Pues dígame qué se le ofrece", acerté a pronunciar con toda corrección, como si nos encontráramos en un selecto club de Londres, no en una apestosa jaula de gorilas y tuviera frente a mí a todo un lord. Aquel mono estúpido se regodeaba y parecía excitarse cada vez más por estar manteniendo una conversación con un ser humano, cosa nunca vista en la comunidad simiesca. Celebrando tamaña hazaña, nuestro gorila, que afirmó llamarse Alfred, hacía cabriolas, volteretas y toda clase de monerías.
Descubrí que yo no era el destinatario único de todos aquellos saltos enloquecidos, sino que trataba de impresionar a una magnífica hembra a la que de cuando en cuando guiñaba el ojo. Yo contemplaba aquel espectáculo entre fascinado y aterrado, tratando de averiguar qué quería de mí ese simio burlón que casualmente, pensaba yo, compartía nombre con mi difunto abuelo. No había acabado mi pensamiento cuando afirmó con una gran voz: "Efectivamente, Charles, soy tu abuelo". Mi abuelo Charles, el libertino de la familia, siempre había afirmado ser un hombre de pelo en pecho, pero aquello era ya demasiado. Que aquel primate parlante conociera mi nombre y el de mi abuelo era incluso más desconcertante que el hecho de que hablara. Le interrogué buscando respuestas. El me explicó, mientras se balanceaba de rama en rama, demostrando ser el macho dominante del grupo, que efectivamente era mi abuelo y que, tras su muerte como ser humano se había visto convertido en animal como expiación a sus abundantes pecados carnales. Por todo ello debía advertirme a mí, su sobrino, ya que estaba siguiendo sus mismos pasos. "De todas formas has de saber que esto no es tan malo, los gorilas somos polígamos y a veces nos apareamos cara a cara, lo cual resulta muy excitante y placentero. Si quieres puedo hacerte una demostración. Para un exhibicionista como yo, es todo un placer copular en público." Todo esto lo decía el depravado animal mientras miraba a su hembra con la más amplia de sus sonrisas, enseñando una gran fila de dientes con toda sensualidad. Le agradecí el gesto, diciéndole que no hacían falta demostraciones y a la vez reflexionaba sobre los motivos por los que mi simiesco abuelo así me hablaba. Mi crisis nerviosa había sido motivada por haber dejado embarazada a una de las hermanas de mi mujer. Ya ven que ser disoluto me venía de familia. Sin saber muy bien que hacer, había huido a Budapest con la excusa, recetada por un doctor de confianza a cambio de unas cuantas libras, de tratar mi desasosiego con las famosas aguas medicinales de esta ciudad.
Una vez que me despedí de mi abuelo, dándole dos besos a través de la jaula, sentí como mi ansiedad, omnipresente en los últimos tiempos, se iba disipando como las nubes en aquel hermoso atardecer de Budapest. Mientras el Sol se ocultaba entre aquellos espléndidos tejados yo llegaba al hotel, subía a mi habitación y, preparado un baño de agua bien caliente, plácidamente me cortaba las venas y me preparaba para renacer junto a mi abuelo en aquella amplia jaula que ya empezaba a imaginar como mi nuevo hogar. No veía el momento en que terminara de manar de mi muñeca toda aquella sangre, quedarme suavemente dormido, y tener a mi disposición, por derecho de familia, aquel exquisito grupo de hembras, sin moral humana alguna que me lo impidiese.
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