miércoles, 31 de diciembre de 2014

LOS MEJORES OCHENTA LIBROS QUE LEÍ EN 2014.

Mi encuentro con el libro que encabeza la lista este año fue un auténtico flechazo. Estaba en una de las estanterías de uno de esos muebles viejos que sirven para exhibir libros de los que casi nadie quiere, en uno de esos locales de barrio que albergan rastros benéficos, junto a un montón de volúmenes muy gastados, de los años sesenta y setenta, que languidecían llenos de polvo. Los españoles, de Bartolomé Bennasar destacaba entre todos ellos: un sólido volumen de tapa dura, editado por Círculo de Lectores hace veinticinco años, pero que se conservaba nuevo, con su plástico. El pago de un euro, junto con otro libro de Stephen Jay Gould, me dio acceso a un obra única, el apasionado estudio de un hispanista que observa, con los ojos del forastero que conoce bien nuestro país, pero puede seguir mirándonos de manera objetiva, el devenir histórico que nos ha conformado tal y como somos. Una lectura gozosa, la que mejores recuerdos me trae de este año, quizá porque me abrió los ojos a muchos aspectos de nuestra realidad que están delante nuestro, pero en los que no solemos reparar.

Es curioso, pero recordando los libros a los que me he ido acercando en el devenir de los meses, puedo evocar ciertos momentos como si estuvieran transcurriendo ahora mismo: los apasionados debates, las presentaciones de libros, las lecturas al aire libre, tomando café o en casa, las realizadas de novelas de amigos, las que hice apresuradamente para preparar el día contra la homofobia... Uno puede reconstruir su entera biografía de un año a través de la letra impresa, viviendo las vidas de otros o aprendiendo lo insospechado. Solo me queda desearles muy feliz año 2015. Que su realidad sea tan rica y apasionante como la de los libros y, si no llega a serlo, que al menos lo sea mientras estamos inmersos entre las páginas de una buena novela o ensayo. 

1.- Los españoles. Actitudes y mentalidad del siglo XV al XIX, de Bartolomé Bennassar.
2.- El nombre de la rosa, de Umberto Eco.
3.- La barraca, de Vicente Blasco Ibáñez.
4.- Che Guevara, una vida revolucionaria, de Jon Lee Anderson. 
5.- Dios no es bueno, de Christopher Hitchens. 
6.- El cuento de la criada, de Margaret Atwood.
7.- El príncipe destronado, de Miguel Delibes.
8.- Un silencio inquietante, de Paul Davies.
9.- Un espejo lejano. El calamitoso siglo XIV, de Barbara Tuchman.
10.- La civilización del espectáculo, de Mario Vargas Llosa.
11.- Historia de un alemán, de Sebastian Haffner.
12.- La Historia del Arte, de Ernst H. Gombrich.
13.- La conquista social de la Tierra, de Edward O. Wilson.
14.- La retirada, de Michael Jones.
15.- Antología, de Juan Luis Panero.
16.- Romper el hechizo, de Daniel Dennett.
17.- La guerra de los mundos, de Herbert George Welles.
18.- Sociofobia, de César Rendueles.
19.- La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares.
20.- Sobre la felicidad, de Lucio Anneo Séneca.
21.- La última tentación de Cristo, de Nikos Kazantzakis.
22.- En la orilla, de Rafael Chirbes.
23.- Nada, de Janne Teller.
24.- Cosmos, de Carl Sagan.
25.- Artículos, de Mariano José de Larra.
26.- Confesiones, de Agustín de Hipona.
27.- La mujer justa, de Sándor Márai.
28.- Matadero Cinco, de Kurt Vonnegut.
29.- El mono desnudo, de Desmond Morris.
30.- 14, de Jean Echenoz.
31.- Utopía, historia de una idea, de Gregory Claeys.
32.- Justicia, de Michael J. Sandel.
33.- Rojo y negro, de Stendhal.
34.- La posibilidad de una isla, de Michel Houellebecq.
35.- El viaje al poder de la mente, de Eduardo Punset.
36.- En defensa de la intolerancia, de Slavoj Zizek.
37.- La caverna, de José Saramago.
38.- Adolfo Suárez, ambición y destino, de Gregorio Morán.
39.- Opìniones de un payaso, de Heinrich Böll.
40.- Amor, pobreza y guerra, de Christopher Hitchens.
41.- 1914-1918, Historia de la Primera Guerra Mundial, de David Stevenson.  
42.- Superficiales, de Nicholas Carr.
43.- Todo lo que se llevó el diablo, de Javier Pérez Andújar.
43.- El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl.
44.- Doce cuentos peregrinos, de Gabriel García Márquez.
45.- La religiosa, de Denis Diderot.
46.- Rarología, de Richard Wiseman
47.- Los hombres del triángulo rosa, de Heinz Heger.
48.- Orlando, de Virginia Woolf.
49.- Destejiendo el arco iris, de Richard Dawkins.
50.- Picnic en el camino, de Arkadi y Boris Strugatski.
51.- Pelo de zanahoria, de Jules Renard.
52.- Factótum, de Charles Bukowski.
53.- Juego de tronos, de George R.R. Martin.
54.- El viaje a la felicidad, las nuevas claves científicas, de Eduardo Punset.
55.- Historia de las malas ideas, de Eduardo Gil Bera.
56.- Antonio B el ruso, ciudadano de tercera, de Ramiro Pinilla.
57.- Vía revolucionaria, de Richard Yates.
58.- La realidad oculta, de Brian Greene.
59.- Nostalgia, de Mircea Cartarescu.
60.- Al morir Don Quijote, de Andrés Trapiello.
61.- Carta a un niño que no llegó a nacer, de Oriana Fallaci.
62.- Los mejores relatos de Ciencia Ficción, de Brian W. Aldiss.
63.- El viaje al amor, de Eduardo Punset.
64.- Calle de las tiendas oscuras, de Patrick Modiano.
65.- Los enamoramientos, de Javier Marías.
66.- No sé quien eres, de Miguel Torres López de Uralde.
67.- Historia maldita de la literatura, de Hans Mayer.
68.- Las caras de Bélmez ¿fantasmas o fantasmadas?, de Juanma Alonso.
69.- La gran casa, de Nicole Krauss. 
70.- Las chicas del campo, de Edna O Brien.
71.- El collar de la memoria, de Francisco Javier Martín Franco.
72- El cerco, de José Jiménez.
73.- Noticias del frente, de Guillermo Busutil.
74.- Griego para perros, de Antonio Báez.
75.- Élisa, de Jacques Chauviré.
76.- Relatos con abrelatas, de Ricardo Guadalupe.
77.- Sunset Park, de Paul Auster.
78.- El cuarto de las estrellas, de José Antonio Garriga Vela.
79- La velocidad de la luz, de Javier Cercas.
80.- El señor Ibrahim y las flores del Corán, de Eric-Emmanuel Schmitt.

martes, 30 de diciembre de 2014

DIOS MÍO ¿PERO QUÉ TE HEMOS HECHO? (2014), DE PHILIPPE DE CHAUVERON. TRATADO SOBRE LA TOLERANCIA.

En los años noventa se hizo muy presente en los debates políticos y sociales, sobre todo en el ámbito europeo, la palabra multiculturalismo. En estos años ya era evidente la invasión que se había producido en los países más prósperos de nuestro continente (España incluida, pero en mucha menor medida que en Francia o Alemania) de gente procedente de entornos mucho más humildes, con historias de extrema pobreza, violencia o guerra a sus espaldas, cuyo objetivo era plantar la semilla de una familia en un entorno mucho más prometedor de cara al futuro. Esta situación creaba y sigue creando situaciones conflictivas. Partidos de extrema derecha y xenófobos se alimentan del miedo que suscita el extranjero, que trae a la patria sus inmundas costumbres, su bárbara religión y terribles enfermedades del tercer mundo. La realidad es que la llegada de gente de otras culturas casi siempre constituye una riqueza añadida para cualquier país, a no ser que éstos mantengan ideas fundamentalistas, que choquen directamente con los derechos y libertades democráticos.

Si echamos un poco la vista atrás, comprobaremos que la prosperidad de Estados Unidos se ha fundamentado en una inmigración masiva de gente - a menudo muy talentosa - procedente de todos los puntos del planeta. Algo muy similar sucedió en nuestro país en las dos últimas décadas: los años dorados de la economía se sustentaban, en gran parte, en el trabajo de muchos emigrantes que han acabado asentandose en España. Que la llegada de la brutal crisis económica no haya derivado en actos de violencia contra nuestros emigrantes es uno de los grandes éxitos colectivos de los que debemos felicitarnos. Poco a poco, un país tradicionalmente tan uniforme como éste ha ido aceptando (a pesar de hechos tan luctuosos como los sucedidos en El Ejido en 2000), la presencia de gente de otras culturas, que se han integrado a su manera a nuestras costumbres y vida diaria. Por supuesto, sigue habiendo quien no acepta su presencia y les siguen echando la culpa de todos los males, pero por suerte estas voces son marginales en nuestro país. 

El señor Verneuil (Christian Clavier) es un hombre conservador. Procedente de una familia de honda raigambre francesa, se trata de un burgués acomodado que solo ha conocido la forma de vida cristiana y tradicional de su país. Por eso, cuando sus hijas se empiezan a casar con inmigrantes (un judío, un magrebí, un chino, alguno con familia asentada en Francia desde generaciones), toma este hecho con tremendismo, como la peor de las tragedias, como una auténtica agresión a lo que podríamos calificar como su pureza de sangre. Aunque se cuide mucho de manifestar explícitamente en público estas opiniones políticamente incorrectas, no puede evitar algún comentario de tono racista de cuando en cuando. La película de Chauveron confía gran parte de su efectividad a este conflicto soterrado que a veces estalla en sonoras disputas. Aunque se esfuerza en reeducar su pensamiento, Verneuil no puede sustraerse a una enterna sospecha: que sus hijas jamás podrán ser felices junto a seres que piensan diferente y que no pueden compararse a un francés católico de pura cepa.

Pero no hay que obviar el hecho de que Dios mío ¿pero qué te hemos hecho? es una comedia amable, con poca acidez, por lo que jamás llevará el asunto de la intolerancia hasta sus últimas consecuencias. El conservadurismo de Verneuil no esconde más que a un señor en el fondo amable, que solo necesita un pequeño empujón para comprender que todos los seres humanos son iguales y que su ideología de toda la vida no era más que un muro que le impedía ver una verdad tan obvia. 

Así pues, la película cumple con su vocación de ser apta para todo tipo de público, romper taquillas y enamorar al sector mayoritario de los espectadores. A mí me ha parecido una producción correcta, pero con mucho de insulso, abusando del humor facilón a costa de una diferencia entre culturas que nunca llega a ser choque. Quizá no llegue a ser lo que podía haber sido porque abusa del tópico y porque no hay verdadero conflicto: el señor Verneuil y su señora (tendente a la depresión, quizá porque se aburre de una vida tan perfecta) gozan de una existencia acomodada y no van a ver en ningún momento su posición en entredicho. La única disputa es la de las ideas, y esta se resuelve con demasiada facilidad, superando un par de situaciones incómodas. Como sucedía en otro taquillazo, Ocho apellidos vascos, el encuentro entre diferentes no es más que una excusa para desarrollar una serie de chistes agradables y poco más, aunque la calidad de este film esté a años luz del de Emilio Martínez-Lázaro. 

lunes, 29 de diciembre de 2014

LOS MEJORES TREINTA Y CINCO ESTRENOS QUE VI EN 2014.

Como es ya tradicional, dejo aquí la lista de los estrenos que más me han gustado en este año. Evidentemente, no he podido verlos todos, ni siquiera la mayor parte. También advierto, como siempre, que mis consideraciones son absolutamente subjetivas. Lo digo porque la ganadora ha sido una película que ha concitado casi tantos odios como pasiones. Pero en mi caso, hacía mucho tiempo que no me reía tanto y me lo pasaba tan bien en una sala de cine como con El lobo de Wall Street. Y es que Scorsese todavía tiene mucho que decir en el mundo del cine. Aquí la lista:

1.- El lobo de Wall Street, de Martin Scorsese.
2.- La isla mínima, de Alberto Rodríguez.
3.- Her, de Spike Jonze.
4.- X-Men, Días del futuro pasado, de Bryan Singer.
5.- Diplomacia, de Volker Schlöndorff.
6.- Al filo del mañana, de Doug Liman.
7.- Relatos salvajes, de Damian Szifron.
8.- Prisioneros, de Denis Vileneuve.
9.- Crónicas diplomáticas, de Bertrand Tavernier.
10.- El niño, de Daniel Monzón.
11.- Interestellar, de Christopher Nolan.
12.- Agosto, de John Wells.
13.- Boyhood, de Richard Linklater.
14.- Nebraska, de Alexander Payne.
15.- La gran belleza, de Paolo Sorrentino.
16.- Snowpiercer, de Bong Joon-Ho.
17.- Capitán Phillips, de Paul Greengrass.
18.- Philomena, de Stephen Frears.
19.- Caminando entre las tumbas, de Scott Frank.
20.- Guardianes de la Galaxia, de James Gunn.
21.- Dallas Buyers Club, de Jean-Marc Vallée.
22.- Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?, de Philippe de Chauveron.
23.- Las vidas de Grace, de Destin Daniel Cretton.
24.- Capitán América, el soldado de invierno, de Anthony y Joe Russo.
25.- La Lego película, de Phil Lord.
26.- Godzilla, de Gareth Edwards.
27.- El amanecer del planeta de los simios, de Matt Reeves.
28.- Antes del frío invierno, de Philippe Claudel.
29.- Robocop, de José Padilha.
30.- Noé, de Darren Aronofsky.
31.- The Amazing Spiderman 2: el poder de Electro, de Marc Webb.
32.- El Gran Hotel Budapest, de Wes Anderson.
33.- Ismael, de Marcelo Piñeyro.
34.- Ocho apellidos vascos, de Emilio Martínez-Lázaro.
35.- Monuments Men, de George Clooney.

domingo, 28 de diciembre de 2014

EL NOMBRE DE LA ROSA (1980), DE UMBERTO ECO Y DE JEAN-JACQUES ANNAUD (1986). CRÍMENES TEOLÓGICOS.

La tercera lectura de la novela de Umberto Eco que realizo, coincidiendo con otro visionado de la adaptación de Annaud me reafirma en mi idea de que uno siempre se acerca a un libro distinto cuando vuelve a acercarse a él después de unos años. En esta ocasión he prestado más atención a los aspectos filosóficos y teológicos de la trama, con el fin de preparar un debate que, como de costumbre, resultó interesantísimo. Aquí el artículo:

http://asociacioncristobalcuevas.blogspot.com.es/2014/12/el-nombre-de-la-rosa.html

jueves, 25 de diciembre de 2014

RIFIFI (1955), DE JULES DASSIN. EL ROSTRO DE LA FATALIDAD.

Las mejores películas de cine negro son las que cuentan con un gran componente social. El protagonista de Rififi es un hombre envejecido, un perdedor que acaba de salir de prisión, pero que ha de volver a su antigua vida, puesto que carece de alternativas, así que decide jugar el todo por el todo (él que también es un perdedor como jugador de cartas) y organizar un golpe a una de las lujosas joyerías de París, que cuenta con los más modernos sistemas de seguridad. Jean Servais se parece a Robert Mitchum: en la geografía de su rostro están escritas todas las derrotas pasadas y futuras.

Lo primero que me llama la atención en esta obra maestra de Dassin es el retrato de París que ofrece. Aquí no estamos ante la estampa turística que el cine nos ha mostrado tantas veces de la capital francesa (uno de los ejemplos más evidentes es Una cara con ángel, de Stanley Donen), sino que nos muestran la ciudad que ven los criminales de poca monta: un París en blanco y negro, poco acogedor e incluso siniestro. El París de quienes la habitan y tienen que sobrevivir día a día, lleno de luces, pero, sobre todo, de sombras.

Rififi ofrece varias escenas memorables. Quizá la más recordada es la de la incursión a la joyería, realizada por su director con una planificación casi tan precisa como el mismo robo. Pocas veces el espectador puede llegar a tal grado de tensión, identificándose plenamente con los personajes. Todo ello en una secuencia prácticamente muda de casi media hora, en la que solo escuchamos los sonidos atenuados del trabajo que realizan los atracadores mientras esperan que no suene la alarma. También es obligado hacer referencia al final, tomado desde el punto de vista del protagonista, otro prodigio del que nada puedo decir para no destripar el argumento.

Pero es que la película de Dassin destaca también por su crudeza. El dominio masculino está presente en todo momento y llega a su paroxismo con la paliza que el protagonista propina a su antigua amante, ante la pasividad de ésta, que resulta aún más perturbadora por ser mostrada de forma explícita, pero fuera de cámara. Una de las mejores películas de cine negro de la historia. Un portento narrativo de principio a fin, que se ha convertido de inmediato en uno de mis films preferidos.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

LAS CARAS DE BÉLMEZ, ¿FANTASMAS O FANTASMADAS? (2014), DE JUANMA ALONSO. EL AUTÉNTICO ROSTRO DEL MISTERIO.

 El sábado pasado tuve la oportunidad de presentar este estudio de Juanma Alonso, una visión desde un punto de vista escéptico del ya veterano evento parapsicológico sucedido en el pueblo de Bélmez de la Moraleda. Según expone Alonso en su riguroso estudio, el caso seguramente comenzó como una mera broma que se le fue de las manos a sus instigadores originales. Cuando la bola fue demasiado grande como para pararla, los réditos económicos que se consiguieron, nada desdeñables, con el fenómeno, bastaron para mantenerlo de actualidad. Habiendo pasado por épocas de absoluto olvido, las caras de Bélmez han vuelto con fuerza de la mano del inefable Iker Jiménez, que ha resucitado el caso, después de intentar mudarlo a la casa del vecino, con el fin de conseguir más audiencia para su programa, objetivo que ha conseguido con creces. Dejo aquí el texto que expuse en la presentación, una ocasión muy especial, por ser el primer evento público que organizamos como colaboradores oficiales de La Noria:


"Que nadie espere encontrar en el libro de Juanma Alonso una justificación sobrenatural del “fenómeno” (y digo fenómeno entre comillas) de las caras de Bélmez. Se trata de un ensayo riguroso, actual y muy bien escrito acerca de unos hechos que se produjeron hace más de cuarenta años y que siguen siendo explotados en la actualidad, habiendo sido definidos por los profesionales del misterio (y hablamos, nada menos, que de unas manchas con forma de rostro en un suelo de cemento) como “el fenómeno paranormal más importante del siglo XX”. Aunque los se dedican al tema, las denominen pomposamente “teleplastias” la verdad es que, si esto es lo máximo que puede aportar el mundo del misterio frente a la ciencia, la diferencia entre ambos campos es abismal. Ricardo Campo, miembro destacado de una Asociación llamada Círculo escéptico, define a los investigadores del tipo de Iker Jiménez o J.J. Benítez, con estas palabras:


"El disfraz de investigador no se limita a la locuacidad paranormalista. Se complementa con detalles como un buen equipaje de campo, cuaderno de notas, cámara de fotos, brújula y el imprescindible chaleco sin mangas de dos mil bolsillos. No hay periodista ufológico o investigador paranormal que no se haya hecho una foto con él. Quien lo lleva parece un arqueólogo, aunque el universo intelectual de uno y otros se sitúe a años luz de distancia. También es conveniente adoptar un estilo de escritura ampuloso, poetizante, cursi hasta resultar repelente, para detallar un día de correrías por montes, cementerios e iglesias abandonadas, rellenar con invenciones lo que ignora, mezclar diversas historias o directamente plagiar fuentes que están como un cencerro."


El libro de Juanma es una de esas iniciativas que resultan imprescindibles en un país en el que los programas dedicados a la difusión de lo paranormal siguen contando con una importante audiencia. Las revistas como Enigmas o Año cero, son de las más veteranas en nuestros kioskos, con reportajes tan llamativos como “Ovnis sobre las Canarias”, “Los fantasmas de Beltiche” o “Extraño ser visto en Alfarnate”. Aunque lleven décadas acercándose a los mismos temas sin aportar ni una sola prueba concluyente de la certeza de las afirmaciones que dejan caer de manera sensacionalista e irresponsable, sus patrocinadores nunca dan su brazo a torcer y siguen convenciendo a su audiencia de que hay que seguir creyendo en la magia de los temas relacionados con el misterio. 


Para estos investigadores del misterio, el método científico solo se usa si conviene a sus fines, si no es obviado o tergiversado. Decía Carl Sagan en El mundo y sus demonios, libro dedicado a combatir las pseudociencias y absolutamente recomendable:


“En una cuestión tan importante, la prueba debe ser irrecusable. Cuanto más deseamos que algo sea verdad, más cuidadosos hemos de ser. No sirve la palabra de ningún testigo. Todo el
mundo comete errores. Todo el mundo hace bromas. Todo el mundo fuerza la verdad para ganar dinero, atención o fama. Todo el mundo entiende mal en ocasiones lo que ve. A veces incluso ven cosas que no están.”


Si hay una afirmación que habría que aplicar a todos estos fenómenos sobre los que se han escrito páginas y páginas sin que jamás hayan logrado evidencia científica alguna, es que “declaraciones excepcionales, requieren pruebas excepcionales”. No basta con el testimonio confuso de un testigo o una foto borrosa. El método científico es mucho más riguroso que todo eso.


En realidad, todo este tema de las Caras de Bélmez, que Juanma trata desde todas las vertientes, incluso de la antropológica, deriva de la necesidad humana de creer en lo sobrenatural. Recuerda mucho al tema de los círculos en las cosechas, que se puso de moda hace una década, para acabar descubriéndose que los primeros habían sido realizados por unos jubilados y después otra mucha gente los imitó."

ESPAÑA: GUERRA ZOMBI (2014), DE JAIME NOGUERA. GUERRA IBÉRICA Z.


La de los zombies es una moda persistente. A pesar de lo que pueda parecer, novelistas y guionistas de cine y televisión siempre parecen ser capaces de dar una nueva vuelta de tuerca a este fenómeno. Quizá no sea más que una moderna recreación de los terrores apocalípticos que siempre acechan a la humanidad, cuyas figuraciones van cambiando con el tiempo. En la cima de popularidad se encuentra The walking dead, un cómic convertido en una magnífica serie, cuyos personajes son sometidos a la despiadada crueldad de las circunstancias. Yo, como tantos otros millones de personas, la sigo con devoción y todavía, después de tantos episodios, me sigo estremeciendo con ese retrato tan ultrarrealista de una humanidad devastada en la que quedan cada vez menos supervivientes.

Siguiendo esta estela, Jaime Noguera ha realizado una sólida aportación al género, pero con unas claves tragicómicas que solo puede entender plenamente un habitante de nuestro país. Porque puede decirse que hasta para afrontar una invasión zombi, Spain is different. En la novela de Noguera, España se haya casi totalmente asolada por la plaga de los muertos vivientes. Solo quedan algunos focos de resistencia en lugares como Toledo o Cádiz y el gobierno ha tenido que trasladarse a Canarias, liderado, como no podía ser de otra manera por Esperanza Aguirre, sin duda la única persona capaz de lidiar con una crisis de esta envergadura y sacar réditos de ella. Además, en las páginas de España: Guerra Zombi, se dan cita otros personajes de la triste realidad televisiva española: Jorge Javier Vázquez, que presenta un Sálvame Zombi o el tal Rafa Mora. También aparece, quizá con demasiado protagonismo, un Arturo Pérez Reverte convertido en uno de sus propios personajes, comandando la defensa del Alcázar con un ejército armado con armas dignas del capitán Alatriste.

Además, la novela de Noguera cuenta con otras dos influencias fundamentales: la estupenda Guerra Mundial Z, de Max Brooks y la serie de Carlos Sisi (que no he tenido todavía oportunidad de leer) Los caminantes. Es muy de agradecer que Noguera haya cuidado especialmente el aspecto logístico de su narración e incluso las claves geopolíticas y sociológicas, como hacía Brooks en la suya, aunque en este caso se haga desde un punto de vista mucho más sarcástico. Lo verdaderamente interesante es la relación del protagonista con una realidad apocalípitica que ya ha conocido sobradamente a través de ficciones audiovisuales:

"Todo había terminado de verdad. Es decir, el concepto “fin del mundo zombi” de las pelis de Romero o de The Walking Dead estaba agotado y superado por la realidad. Las películas post-era zombi se parecerían más a los documentales sobre el Holocausto Judío que a 28 días después. Posiblemente el público se hartaría de ellas como se hartaron de las películas sobre la Guerra Civil. Probablemente los espectadores llenarían la sala para ver una película sobre la Guerra Civil antes que “una de zombis"."

Merece la pena asomarse a las páginas de España: Guerra Zombi. No solo porque las risas están garantizadas, sino porque detrás de ellas late un oficio literario bastante obvio, que se nota, entre otras cosas, en el perfecto dominio del suspense narrativo y en la descripción de las escenas de acción. Además, siendo España el país retratado, todo lo que se cuenta es bastante creíble... 

jueves, 18 de diciembre de 2014

VIDA DE UN ESTUDIANTE (1973), DE JAMES BRIDGES. ADIÓS, MISTER KINGSFIELD.


Cuando uno comienza a estudiar una carrera como Derecho, las sensaciones son contradictorias: por un lado la excitación de lo novedoso, del reto de los estudios superiores y por otro, un indudable sentimiento de temor a no ser capaz de soportar el ritmo y las exigencias de unas asignaturas voluminosas y difíciles. Los miedos de antes de un examen y los insoportables nervios el día que sale una nota son un sueño recurrente que se repetirá muchas noches en los antiguos alumnos. Seguro que Hart, el inteligentísimo estudiante que protagoniza esta película tampoco podrá abstraerse en el futuro de estos sueños angustiosos, a tenor de las experiencias que acumula en su primer año en la facultad de Derecho de la Universidad de Harvard, una de las más exigentes del mundo.

El cine nunca ha tratado con demasiado realismo la profesión de estudiante. Cuando no ha usado a los alumnos para filmar estúpidos filmes de juergas universitarias o los ha usado como comparsas de un profesor emblemático (véase El club de los poetas muertos), pero en pocas ocasiones a los guionistas les ha interesado reflejar el verdadero universo del estudiante, ese microcosmos de competitividad y angustia permanente que puede desembocar en el éxito o en el fracaso, después de horas hincando los codos ante los temas más áridos que uno pueda imaginarse. La especialidad del profesor Kingsfield, famoso en Harvard por lo riguroso de sus métodos es algo en apariencia tan sencillo como el derecho contractual. Nadie, salvo quien lo ha estudiado, puede imaginar hasta que punto la voluntad de las partes libremente manifestada puede enrevesarse. Además, a Kingsfield le encanta preguntar en clase, poner en apuros a sus alumnos, por lo que cada día supone un reto nuevo para sus alumnos, que jamás pueden relajarse y deben pasar algunas noches en vela si no quieren quedarse en el pelotón de cola.

Si algo queda reflejado de manera patente en Vida de un estudiante, es la competitividad entre los alumnos, sobre todo entre los más brillantes, competitividad que luego se verá brutalmente incrementada cuando comiencen a ejercer en la vida real. Esta, y no la preparación en leyes, es la lección más importante que aprenden los estudiantes de Harvard. El darwinismo estudiantil y social es aceptado como una norma inapelable. Por eso los mejores estudiantes deben vivir casi como monjes: una existencia al margen de relaciones sociales y consagrada a los códigos jurídicos. Las únicas reuniones importantes son las de los grupos de estudio, que resumen las clases y comparten el trabajo, la única concesión que se hace a la cooperación, para aumentar las posibilidades de éxito individual. 

La película de Bridges acierta al no plantear dramas espectaculares (a excepción del inevitable alumno con tendencias suicidas que no puede faltar en estos ambientes), reflejando la vida de estos futuros amos del universo como una existencia repleta de sacrificios en pos de los abundantes bienes (económicos) que llegarán en el futuro. El profesor Kingsfield no es más que el acicate para que la competición se convierta en algo serio, una auténtica simulación de lo que será la existencia de la mayoría de los estudiantes. No es la primera vez que la veo, y siempre lo hago con sumo agrado. No destaca especialmente en nada - salvo, quizá, en la solvente interpretación de John Houseman - pero todos sus elementos están tan bien equilibrados que el resultado es una obra muy redonda.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

EL HOMBRE EN BUSCA DE SENTIDO (1945), DE VIKTOR FRANKL. SEGUIR VIVIENDO.

Resulta prácticamente imposible en el lugar de quien entraba por primera vez en un campo de concentración nazi y tratar de sentir la desolación de quien debía pensar que todas sus esperanzas se evaporaban al penetrar en un recinto tan siniestro. Después de la primera selección, en la que los guardianes decidían quienes iban directamente a las cámaras de gas, los que sobrevivían debían enfrentarse a un auténtico infierno de trabajos forzados, hambre y agresiones físicas. Lo normal es que la muerte sobreviniera a los seis o siete meses. Los que eran capaces de adaptarse debían dejar atrás toda moral y ser lo mejores en la siniestra competición darwinista del interior de los campos. Hubo algunos - pocos - que sobrevivieron por una combinación de buena suerte (si puede llamarse buena suerte a pasar años en uno de estos lugares) y formación, que les sirvió para no tener que trabajar largos periodos al aire libre:

"Por lo general, sólo se mantenían vivos aquellos prisioneros que tras varios años de dar tumbos de campo en campo, habían perdido todos sus escrúpulos en la lucha por la existencia; los que estaban dispuestos a recurrir a cualquier medio, fuera honrado o de otro tipo, incluidos la fuerza bruta, el robo, la traición o lo que fuera con tal de salvarse. Los que hemos vuelto de allí gracias a multitud de casualidades fortuitas o milagros —como cada cual prefiera llamarlos— lo sabemos bien: los mejores de entre nosotros no regresaron."

Cuando ingresó en Theresienstadt (posteriormente sería trasladado a Auschwitz) Viktor Frankl era un psiquiatra de bastante prestigio en Viena. Aunque los nazis le dejaron algunos años como director del área de neurología del único hospital que podían usar los judíos en la capital austriaca, finalmente fue deportado a uno de los campos de la muerte. En El hombre en busca de sentido, Frankl intenta evocar las sensaciones de absoluto desamparo y las fases por las que pasa un prisionero sometido a tan bárbara injusticia. Poco a poco iría dándose cuenta de que lo mejor era sobrevivir aferrándose a los recuerdos, conversando íntimamente con su mujer, aunque no tuviera la certeza de si ella había sobrevivido o no.

La experiencia terrible de Auschwitz dará lugar a una profundización en el campo que más desarrolló profesionalmente: la logoterapia. Si lo común en muchísimos prisioneros era dejar escapar la vida, animalizarse e incluso esperar pasivamente la muerte, Frankl se dio cuenta de que incluso en las peores situaciones a las que puede enfrentarse un ser humano, en circunstancias extremas de tensión psíquica y física, todavía queda un resquicio de libertad, de libre albedrío, que puede ser usado. Esta es la principal razón para seguir viviendo, el sentido del sufrimiento, el objetivo de la supervivencia.

Esta filosofía puede aplicarse a todos los ámbitos y todas las experiencias vitales. Lo esencial es buscar el sentido de la propia existencia y convertirlo en un desafío diario. Cualquier cosa antes que renunciar y convertirse en un vegetal. Además, tampoco podemos renunciar a la bondad. El autor incluso la experimentó a veces de manos de alguno de sus verdugos, mientras que la maldad también podía hallarse en el lado de las víctimas. Este sentido al que nos referimos no es general, sino que cada cual debe encontrar el suyo propio, el que se adapte a su experiencia y circunstancias. 

El pripio Frankl lo expresó muy bien, aceptando el capítulo más terrible de su existencia, interiorizándolo, compartiéndolo en forma de libro y sacándole provecho para desarrollar posteriormente sus terapias. Si elegimos ser hombres morales, que sea con todas las consecuencias:

"Nosotros hemos tenido la oportunidad de conocer al hombre quizá mejor que ninguna otra generación. ¿Qué es, en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración."

lunes, 15 de diciembre de 2014

ANTONIO B. EL RUSO, CIUDADANO DE TERCERA (2007), DE RAMIRO PINILLA. TIEMPOS DE HAMBRE Y VERGAJO.

Que un inmundo instrumento de tortura como el vergajo, sea uno de los grandes protagonistas de Antonio B. el Ruso, ciudadano de tercera, dice mucho de lo que significaba nacer pobre en la España profunda de la posguerra. La Baña es uno de esos territorios olvidados que tan bien retrató Luis Buñuel en Las Hurdes, tierra sin pan. Sus habitantes son seres primitivos. Los que pueden comer a diario al menos tienen la posibilidad de sofocar sus instintos. Antonio no es de esos. Si a esto se une su carácter rebelde y libre, su vida va a convertirse en un auténtico infierno de represión. Aquí el artículo:

http://asociacioncristobalcuevas.blogspot.com.es/2014/12/antonio-b-el-ruso-ciudadano-de-tercera.html

sábado, 6 de diciembre de 2014

MAN ON WIRE (2008), DE JAMES MARSH. ASALTAR LOS CIELOS.

Desde el mismo momento de su construcción, las Torres Gemelas se convirtieron en unos edificios icónicos, no solo porque eran los rascacielos más altos del mundo, sino porque ambas construcciones parecían encajar perfectamente con la ciudad de Nueva York, definiendo su línea del horizonte para siempre, o así se presumía entonces. El World Trade Center apareció desde entonces en multitud de películas, como un símbolo de la ciudad casi comparable a la Estatua de la Libertad. La sencillez de sus líneas arquitectónicas, el paralelismo de ambos edificios y lo hermosamente que reflejaban la luz sus miles de cristales a diferentes horas del día ejercían un efecto casi hipnótico al observador. Imagino que subir hasta su cima y contemplar el horizonte desde allí debía ser un sensación enardecedora, para cualquiera que lo hiciera por vez primera.

Las Torres Gemelas acabaron obsesionando a alguna gente. A fotógrafos, artistas y arquitectos. Y también a terroristas, como Bin Laden, que tras un primer intento fallido en 1993, acabó demoliéndolas con un procedimiento espectacular y terrorífico, retransmitido en directo por todas las televisiones del mundo. Pero mucho antes que él hubo un joven que sufrió esta fascinación. Se trataba de Philippe Petit, un joven equilibrista francés que se obsesionó con las torres desde que tuvo noticias de su construcción. Petit ya había realizado anteriormente soberbias hazañas de equilibrismo, que en más de una ocasión le costaron pasar la noche en prisión: en Notre Dame de París o en la Ópera de Sidney, éxitos que hubieran colmado a cualquiera y le hubieran convencido de no seguir tentando a la suerte con nuevas empresas de naturaleza tan arriesgada. Pero nuestro protagonista estaba hecho de otra pasta: necesitaba conquistar el espacio vacío entre ambas torres, como reto personal y como una especie de regalo que pensaba ofrecer a los neoyorkinos.

La acción fue planificada casi como una operación militar, llegando Petit a construir una maqueta a escala de las torres para conocer los menores detalles de su arquitectura. Los niveles de seguridad de la época distaban mucho de los actuales, por lo que, con ayuda de algunos trabajadores del World Trade Center, a Petit y su equipo no les fue demasiado complicado colarse en uno de los edificios de madrugada, efectuar los rigurosos preparativos (que fueron más dificultosos de los previsto) y ofrecer al amanecer a los peatones un espectáculo inigualable: el de un hombre caminando por el aire, a cientos de metros por encima de sus cabezas. Fue la performance más hermosa de la historia. Tanto, que su protagonista apenas fue castigado, a pesar de la rudeza con la que fue tratado en los primeros instantes por la policía de Nueva York. 

El documental de James Marsh utiliza sabiamente imágenes de archivo para narrar estos hechos incluyendo una importante dosis de suspense, a pesar de que el espectador sepa cuál va a ser el final, acompañándose de la magistral música de Michael Nyman. Después de los funestos hechos acaecidos en septiembre de 2001, el paseo de Philippe Petit quedó para la historia como una especie de otra cara de la moneda, una acción espectacular y pacífica, que ofrece una lección acerca de hasta donde es capaz de llegar el espíritu humano.

jueves, 4 de diciembre de 2014

CLUBES DE LECTURA EN DICIEMBRE EN MÁLAGA. LOS LIBROS NÓMADAS.

Llega la Navidad. Es tiempo de regalos y, para los amantes de la lectura, de fijar sus ojos en esos enormes volúmenes repletos de ilustraciones, ya sean de arte, de arquitectura o de ciencia. También se reeditan los clásicos en ediciones de lujo (yo ya le he echado el ojo a nuevas traducciones de Balzac) y las librerías son locales más tentadores que nunca. 

Pero, después de todo, diciembre es un buen mes para reivindicar a los libros de segunda mano, aquellos que llegan a nosotros con el espíritu de antiguos lectores, con sus anotaciones e incluso con algún papel - calendarios, tarjetas de visitas, facturas, cartas... - entre sus páginas. A veces huelen un poco a humedad, en ocasiones su aroma nos remite a otra época o incluso el olfato puede percibirlos como si fueran nuevos. A todos nos produce placer quitar el plástico de un grueso volumen de tapas duras recién comprado, pero también nos gusta acariciar las arrugas que los avatares del tiempo han producido en ciertos ejemplares, sobre todo cuando son muy antiguos. Y qué decir del placer de entrar en una librería de lance... Pero eso queda para otra ocasión.

Para los clubes de lectura malagueños, diciembre es un mes de reducción muy acusada de la actividad. Muchos se toman un merecido descanso. Otros continuan sus actividades a medio gas:

En el club de lectura de la Biblioteca Provincial, un libro de un autor tristemente desaparecido no hace mucho: José Luis Sampedro con La sonrisa etrusca.

En el club de lectura de la Biblioteca Cristóbal Cuevas, otro veterano de nuestras letras que, lamentablemente, también acaba de desaparecer. Homenajearemos a Ramiro Pinilla con la lectura de Antonio B. el Ruso, ciudadano de tercera.

En el club de lectura de Más Libros Libres, un clásico del terror y del misterio que siempre vuelve: Otra vuelta de tuerca de Henry James.

En el club de ensayo de Más Libros Libres, un libro que relata unos hechos terribles desde una perspectiva esperanzadora: El hombre en busca de sentido, de Victor Frankl.

En el ciclo de Literatura y cine, nos acercamos a una obra maestra que gozó de una más que aceptable adaptación cinematográfica: El nombre de la rosa, de Umberto Eco.

Y en el cineforum del Ateneo de Málaga, disfrutarán (nosotros los hicimos no hace mucho), con El séptimo sello, de Ingmar Bergman.

Qué pasen unas felices fiestas y que entre sus propósitos de año nuevo no falte el de leer más libros que éste. ¡Un abrazo a todos los lectores!

martes, 2 de diciembre de 2014

LA HISTORIA DEL ARTE (1995), DE ERNST H. GOMBRICH. LA GRAN BELLEZA.

Observen este maravilloso cuadro de Caravaggio. El magistral uso de la luz y las sombras, las expresiones de sus protagonistas, cómo el autor sabe llevar hasta el centro de la obra el detalle que más le interesa: la herida de Cristo. Para llegar a esta perfección hicieron falta milenios. El arte es uno de esos atributos que surgen directamente de nuestra inteligencia, algo que nos distingue del resto de animales. Casi podría decirse que el fenómeno artístico, en ocasiones, trasciende lo meramente humano y nos acerca a la divinidad. Entrar en un buen museo es como penetrar en un templo, repleto de maravillas cuya interpretación última puede quedar a manos del visitante, porque una de las características más admirables del arte, que comparte con la literatura, es precisamente su inagotabilidad.

En cualquier caso, la del arte no es una historia progresiva, como la de la ciencia, en la que unos descubrimientos llevan a otros y todo puede sistematizarse. No es extraño que el avance en una técnica artística en una determinada época pueda llevar a la pérdida de otras:

"En todo el mundo existió siempre una forma de arte, pero la historia del arte como esfuerzo continuado no comienza en las cuevas del norte de España, del sur de Francia o entre los indios de América del Norte. No existe ilación entre esos extraños comienzos con nuestros días, pero sí hay una tradición directa, que pasa de maestro a discípulo y del discípulo al admirador o al copista, que relaciona el arte de nuestro tiempo - una casa o un cartel - con el del valle del Nilo de hace unos cinco mil años, pues veremos que los artistas griegos realizaron su aprendizaje con los egipcios, y que todos nosotros somos alumnos de los griegos. De ahí que el arte de Egipto tenga formidable importancia sobre el de Occidente."

La de Gombrich es la historia del arte más famosa - y más vendida - que nunca se haya publicado. Y lo es por su vocación de sencillez, por su capacidad de llegar a todos los públicos, aunque se trate de profanos en la materia. Es más, el autor casi prefiere a lectores que lleguen con ojos vírgenes y fascinados a adentrarse en la materia, sin influencias previas que puedan decantar hacia un lado u otro esta visión. Además, Gombrich prefiere elegir bien los cuadros, esculturas o edificios con los que ilustra su texto, para que, además de ser representativos de una determinada época, sean a la vez obra de los artistas más famosos, aunque de vez en cuando nos sorprenda con alguno poco conocido: 

"Hablar diestramente acerca del arte no es muy difícil, porque las palabras que emplean los críticos han sido usadas en tantos sentidos que ya han perdido toda precisión. Pero mirar un cuadro con ojos limpios y aventurarse en un viaje de descubierta es una tarea mucho más difícil, aunque también mucho mejor recompensada. Es difícil precisar cuánto podemos traer con nosotros al regreso."

El arte no ha significado lo mismo en distintas épocas. En la Edad Media europea, por ejemplo, era un instrumento de poder de la Iglesia: sus catedrales impresionaban al pueblo, que se sentían transportados a otro mundo cuando penetraban en ellas, acostumbrados como estaban a vivir en humildes chozas. El papa Gregorio el Grande decía que "la pintura puede ser para los iletrados lo mismo que la escritura para los que saben leer". Cualquier campesino medieval era capaz de interpretar una pintura sagrada o el tímpano de una iglesia, sabía encontrarle su sentido sagrado. François Villon, poeta francés de finales de la Edad Media lo expresó muy bien en este poema:

"Soy una mujer, vieja y pobre
ignorante de todo; no puedo leer
en la iglesia de mi pueblo me muestran
un Paraíso pintado, con arpas,
y un Infierno, en el que hierven las almas de los condenados;
uno me alegra, me horroriza el otro. "

Uno de los episodios más curiosos entre los que cuenta Gombrich es la recepción que crítica y público otorgó a los pintores impresionistas (el término fue una especie de insulto) cuando comenzaron a organizar exposiciones alternativas a las oficiales. Un crítico escribía en 1876:

"La rue La Peletier es un lugar de desastres. Después del incendio de la Ópera ha ocurrido otro accidente en ella. Acaba de inaugurarse una exposición en el estudio de Durand-Ruel que, según se dice, se compone de cuadros. Ingresé en ella y mis ojos horrorizados contemplaron algo espantoso. Cinco o seis lunáticos, entre ellos una mujer, se han reunido y han expuesto allí sus obras. He visto personas desternillándose de risa frente a esos cuadros, pero yo me descorazoné al verlos. Estos pretendidos artistas se consideran revolucionarios, "impresionistas". Cogen un pedazo de tela, color y pinceles, lo embadurnan con unas cuantas manchas de pintura puestas al azar y lo firman con su nombre. Resulta una desilusión de la misma índole que si los locos del manicomio recogieran piedras de las márgenes del camino y se creyeran que habían encontrado diamantes."

Cuando se empezó a valorar a este grupo de pintores - Renoir, Monet, Manet... -  y se hizo justicia con uno de los movimientos artísticos más famosos de la historia, la crítica, después de un ridículo tan espantoso, quedó tocada casi de muerte. Tanto, que prácticamente hasta nuestros días los críticos no se atreven a minusvalorar las novedades artísticas, por excéntricas que estas sean, por miedo a quedarse atrás o ser tachados de conservadores. Esto ha dado lugar a que este mundo en los últimos años se haya parecido más a un espectáculo repleto de provocaciones que a labor de hombres y mujeres que buscan esforzarse en crear nuevos lenguajes figurativos, aunque existan notables excepciones en este sentido y tampoco conozcamos a ciencia cierta qué movimientos actuales van a ser más valorados en el futuro.

La historia del arte de Gombrich constituye una lectura imprescindible para todo aquel que quiera atisbar un inmenso panorama de la mano de un autor único, capaz de sintetizar de forma magistral el trabajo de tantos artistas que han enriquecido la existencia humana, esos "hombres y mujeres favorecidos por el maravilloso don de equilibrar formas y colores hasta dar en lo justo, y, lo que es más raro aún, dotados de una integridad de carácter que nunca se satisface con soluciones a medias, sino que indica su predisposición a renunciar a todos los efectos fáciles, a todo éxito superficial en favor del esfuerzo y la agonía propia de la obra sincera"

viernes, 28 de noviembre de 2014

DIPLOMACIA (2014), DE VOLKER SCHLÖNDORFF. ¿ARDERÁ PARÍS?

Cualquiera que pasee por París por vez primera, puede sentirlo: se encuentra ante una ciudad única, que se muestra ante el visitante como un enorme escenario teatral de infinita hermosura. Todo parece dispuesto a una escala monumental, para impresionar. Pues bien, toda esa belleza estuvo a punto de venirse abajo a finales de agosto de 1944, cuando los Aliados estaban a punto de liberar la capital francesa. Para esa época, estaba claro que Alemania había perdido la guerra y la Wehrmacht solo podía pelear para retrasar lo inevitable. En el frente Occidental, americanos y británicos ya habían liberado media Francia y estaban a punto de llegar a París, mientras Roma ya había sido conquistada y se avanzaba también, lentamente, hacia el norte de Italia. En el este, el rodillo soviético había penetrado en Polonia y comenzaba a amenazar suelo alemán. Mientras tanto, hacía ya muchos meses que se había desatado sobre Alemania una ofensiva aérea devastadora y sin precedentes. Quizá esta destrucción sistemática de las ciudades germanas estaba en la raíz de la decisión de Hitler de destruir París antes de que llegaran los Aliados.

Diplomacia, está basada en una obra de teatro de Cyril Gely, y esto condiciona el desarrollo de la trama, que transcurre casi en su totalidad en las habitaciones privadas de Von Choltitz, el comandante de las tropas alemanas en París, en una sola noche. Choltitz recibe la visita inesperada de Raoul Nordling, un diplomático sueco que ha intentado mediar en la rendición de la guarnición germana. A la vista del escaso éxito de sus iniciativas, se va a jugar el todo por el todo, visitando al general y tratando de convencerlo de que existe un límite a la obediencia debida de un soldado. En este sentido, la película de Schlöndorff tiene mucho de dilema ético: ¿puede Choltitz desobedecer cuando su propia familia puede ser objeto de represalias si lo hace? El propio director lo expresa muy bien en una entrevista concedida a la revista Dirigido y publicada este mismo mes:

"Lo que despertó mi interés antes de hacer el film fue una frase del cónsul sueco: antes que las órdenes, hay que escuchar nuestra conciencia. Me fascinó poder contar cómo se comporta el ser humano en situaciones extremas."

Porque lo que es cierto, es que hay ocasiones en las que la historia pende de un hilo. Una guerra como la que se desencadenó en 1939, una guerra total, no respeta nada. A las alturas de 1944 importantes ciudades como Coventry, Hamburgo, Varsovia, Rotterdam, Berlin, Londres, habían sido destruidas o sometidas a graves daños, por no hablar de las ciudades soviéticas, sometidas a batallas cruentísimas, como Stalingrado o Leningrado. Que ese hubiera sido el destino de París, nada hubiera tenido de extraño en este contexto. De hecho, todavían estaban por escribirse capítulos del apocalípsis extraordinariamente perversos, como la destrucción de Dresde (la llamada Florencia del Elba) o la primera bomba atómica en Hiroshima. París se salvó en el último momento, pero podría haber ardido, como quería Hitler. El dictador alemán era un admirador de la capital francesa y apreciaba enormemente la arquitectura de edificios como la Ópera. De hecho, visitó la ciudad recién conquistada en 1940, más como amante del arte (si puede ser compatible desencadenar la guerra más destructiva de la historia de la humanidad con el amor al arte) que como caudillo victorioso. De hecho, había estudiado junto a sus arquitectos el urbanismo de París para que fuera el modelo de la nueva Berlín. Cuando la capital alemana comenzó a ser destruida sistemáticamente por las bombas aliadas, ya no le importó que París siguiera el mismo destino, sobre todo cuando aún se hallaba conmocionado por el reciente atentado que estuvo a punto de acabar con su vida.

Es muy posible que las cosas no se desarrollaran tal y como se narran en Diplomacia, no en vano estamos hablando de una obra de ficción histórica. Pero al espectador que se sumerja en Diplomacia, no le importará demasiado, ante la tensión dramática que Schlöndroff imprime a la larga conversación entre estos dos hombres, sostenida por dos actores magníficos, como André Dussollier y Niels Arestrup. Al principio intuimos que Von Choltitz no es más que un canalla, uno de esos hombres que se amparan en el uniforme, en la obediencia debida, para cometer las peores tropelías. Seguramente las cometió en su periodo en el frente ruso y estuvo a punto de convertirse en el hombre que mandó destruir París. Esto hubiera supuesto, además de la pérdida de una de las ciudades más hermosas del mundo, la muerte de cientos de miles de personas y, seguramente, una cadena de represalias contra los alemanes que quizá hubiera impedido la constitución de la Comunidad Económica Europea.

Así pues, Von Choltitz no debe ser considerado un héroe. Más bien fue un hombre sobrepasado por las circunstancias, que al final ponderó que, actuando como Hitler le había ordenado, habría desencadenado una tremenda venganza contra sus tropas, algo que no estaba dispuesto a asumir. Por supuesto, debemos celebrar la decisión que tomó, pero siempre dentro de un contexto determinado. También Stauffenberg, el hombre que atentó contra Hitler, se había entusiasmado en su momento con la invasión de Polonia. Ojalá todos los conflictos pudieran arreglarse a través de una serena conversación nocturna. Los soldados a veces sacan a relucir su componente humano, aunque éste se encuentre prisionero de una durísima coraza. 

martes, 25 de noviembre de 2014

CABELLOS SAGRADOS.

He aquí el relato que publiqué para el número dedicado a "Pelos" de la revista Mitad Doble. La ilustración que lo acompaña, obra de Aintzane Cruceta, es sencillamente magnífica:

http://www.mitaddoble.com/cabellos-sagrados/

lunes, 24 de noviembre de 2014

LA GUERRA DE LOS MUNDOS (1898), DE HERBERT GEORGE WELLS Y DE STEVEN SPIELBERG (2005). UNA INVASIÓN DARWINISTA.


Aún recuerdo la conmoción que me produjo la lectura de La Guerra de los Mundos, mi primer acercamiento a la obra del que después se convertiría en uno de mis autores favoritos: H.G. Wells. Hasta ese momento yo era sobre todo un lector de Julio Verne, pero lo que se planteaba en este libro era muy distinto a los argumentos habituales del autor francés. En La Guerra de los Mundos, los principios científicos juegan un papel más bien marginal. Bien es cierto que Wells comienza describiendo observaciones astronómicas al planeta rojo y que justifica la invasión marciana como una respuesta de los extraterrestres a la extinción de los recursos de su mundo, pero creo que ya para la época se sabía que la vida en aquel planeta era imposible. Verne jamás hubiera usado a extraterrestres en una de sus narraciones, a no ser que se le hubiera ocurrido una explicación científica de la posibilidad del viaje interplanetario y una descripción medianamente lógica de la anatomía de aquellos seres.

Los intereses de Wells son muy distintos. La invasión marciana no es más que una justificación para entregar una novela terrorífica, en la que el hombre, considerado hasta ese momento el rey de la creación, no es más que un animal inferior y asustado, abrumado por la tecnología de los marcianos:

"En ese momento experimenté una emoción que está más allá del alcance de los hombres, pero que las pobres bestias a las que dominamos conocen muy bien. Me sentí como podría sentirse el conejo al volver a su cueva y verse de pronto ante una docena de peones que cavan allí los cimientos para una casa. Tuve el primer atisbo de algo que poco después se tornó bien claro a mi mente, que me oprimió durante muchos días: me sentí destronado, comprendí que no era ya uno de los amos, sino un animal más entre los animales sojuzgados por los marcianos. Nosotros tendríamos que hacer lo mismo que aquéllos: vivir en constante peligro, vigilar, correr y ocultarnos; el imperio del hombre acababa de fenecer."

La invasión es interpretada por el protagonista como parte de la ley de la evolución de Darwin, cuyos principios pueden tener validez en distintas partes del Universo: la vida como lucha incesante entre distintas especies, de la que solo sobreviven las más aptas. El sorprendente giro final no es más que una ratificación de este argumento. Y es que el hombre, para llegar al señorío presente sobre la Tierra, ha debido destruir y someter a muchos rivales. Y si afinamos más, podemos decir que el hombre occidental (al menos así era en la época de Wells) había conseguido su supremacía exterminando a otros pueblos o subyugando a sus habitantes, tal y como hacía el Imperio Británico, que ejercía su primacía a nivel mundial a finales del siglo XIX.

Así pues, el anónimo protagonista es un testigo de los horrores que desatan en plena Inglaterra estos seres capaces de aplastarnos como un niño haría con un hormiguero. La técnica narrativa que utiliza Wells, en primera persona, desemboca en un estilo casi periodístico, en una fantasía muy veraz que engañó a muchísima gente cuando fue reproducida en un famoso programa de radio que dirigió en 1939 un joven Orson Welles. La Guerra de los mundos apela a los miedos atávicos del ser humano, al temor constante e inconsciente a perder sus posición en el mundo, tan duramente conquistada durante milenios. Que todo esto pueda quedar pulverizado en pocas horas, ya sea por una invasión marciana, por una devastadora guerra nuclear, por un ataque terrorista o por un meteorito, es una posibilidad remota, pero siempre presente.

La versión cinematográfica de Steven Spielberg es una adaptación a nuestros días del clásico de Wells, que se mantiene muy fiel al espíritu de la novela, sobre todo porque el punto de vista elegido es el mismo: el de un ciudadano de a pie que asiste impotente a un verdadero apocalipsis, mientras intenta salvarse él mismo y a sus hijos. A pesar de no tratarse de una de las grandes obras de su director, sobre todo porque a ratos parece concebida como un vehículo de lucimiento para Tom Cruise, existen algunos elementos de la película que resultan muy estimables: el terror que produce el diseño de los trípodes de los invasores, acompañados de un sonido de sirenas, cuando van a atacar, verdaderamente escalofriante y la breve intervención de Tim Robbins, como un iluminado que apela a la lógica, muy humana, de morir matando. Merece la pena visionarla inmediatamente después de terminar la novela: ha pasado más de un siglo, pero los terrores siguen siendo parecidos. También recomiendo acercarse a la visión de La liga de los hombres extraordinarios, el excelente cómic de Alan Moore, que dedica su segundo arco argumental a homenajear la invasión marciana concebida por Wells.

jueves, 20 de noviembre de 2014

CAMINANDO ENTRE LAS TUMBAS (2014), DE SCOTT FRANK. EL DETECTIVE ANÓNIMO.

No suelo leer novela policíaca. No por falta de ganas, sino de tiempo. En su día leí obras magníficas (hace poco culminé las narraciones completas de Sherlock Holmes, uno de los padres del policíaco) de autores clásicos como Dashiell Hammett o Raymond Chandler, que luego dieron lugar a obras maestras del género negro. Pero apenas he pasado de ahí y, si me preguntan por los grandes escritores actuales del género, apenas sabría nombrar a un par de ellos. Sé que me estoy perdiendo buena literatura, pero por desgracia el tiempo que uno puede dedicarle a este vicio es limitado y si hablamos de géneros, siempre me he decantado más por la ciencia ficción.

Digo esto porque la interesantísima película de Scott Frank parte de un personaje bastante popular para los entendidos en estos asuntos: Matt Scudder, una especie de investigador privado sin licencia, que se gana la vida "haciendo favores a los amigos", creado por la pluma de Lawrence Brock. No sé si la serie literaria de Scudder merecerá la pena, pero su traslación cinematográfica retrata a un protagonista con una psicología muy sugestiva. En el pasado fue un policía duro, una mezcla entre Harry el sucio y Harvey Bullock, el compañero del futuro comisario Gordon en la magnífica serie Gotham. Al espectador se le permite atisbar un episodio de ese pasado turbulento: cuando era un policía alcohólico y en un tiroteo mató por error a una inocente. Nos podemos imaginar que ese instante fue catártico para Scudder: abandonó sus dos grandes amores, el alcohol y la policía y se dedicó a ir por libre, desarrollando su particular visión de la justicia.

Aun concebida como vehículo para el lucimiento de su protagonista, un Liam Neeson que realiza una interpretación muy contenida en todo momento, la mayor virtud de Caminando entre las tumbas es saber crear un clima propio, repleto de tensión en un Manhattan nocturno, lleno de fantasmas y moral ambigua. Los narcotraficantes que piden ayuda a Scudder pueden tener una digna vida familiar y ser víctimas también del mal, pero no pueden acudir a las fuerzas del orden convencionales. Scudder no es exactamente alguien a quien le guste tomarse la justicia por su mano, pero las circunstancias van a convertirlo en una especie de ángel de la venganza, a su pesar, mientras recita los mandamientos de Alcohólicos Anónimos para que sus pensamientos no le devuelvan al demonio de la botella. 

Por último ¿Es significativo que la trama de la película transcurra a finales de los años noventa, cuando las torres gemelas estaban a punto de caer, desencadenando el mal y la venganza absolutos? Quizá la última imagen ofrezca alguna pista al respecto. Caminando entre las tumbas ha supuesto una agradable sorpresa, una opción muy recomendable para quien quiera pasar una tarde en el cine y le guste salir un poco turbado (en el buen sentido del término) de la sala.