miércoles, 17 de diciembre de 2014

EL HOMBRE EN BUSCA DE SENTIDO (1945), DE VIKTOR FRANKL. SEGUIR VIVIENDO.

Resulta prácticamente imposible en el lugar de quien entraba por primera vez en un campo de concentración nazi y tratar de sentir la desolación de quien debía pensar que todas sus esperanzas se evaporaban al penetrar en un recinto tan siniestro. Después de la primera selección, en la que los guardianes decidían quienes iban directamente a las cámaras de gas, los que sobrevivían debían enfrentarse a un auténtico infierno de trabajos forzados, hambre y agresiones físicas. Lo normal es que la muerte sobreviniera a los seis o siete meses. Los que eran capaces de adaptarse debían dejar atrás toda moral y ser lo mejores en la siniestra competición darwinista del interior de los campos. Hubo algunos - pocos - que sobrevivieron por una combinación de buena suerte (si puede llamarse buena suerte a pasar años en uno de estos lugares) y formación, que les sirvió para no tener que trabajar largos periodos al aire libre:

"Por lo general, sólo se mantenían vivos aquellos prisioneros que tras varios años de dar tumbos de campo en campo, habían perdido todos sus escrúpulos en la lucha por la existencia; los que estaban dispuestos a recurrir a cualquier medio, fuera honrado o de otro tipo, incluidos la fuerza bruta, el robo, la traición o lo que fuera con tal de salvarse. Los que hemos vuelto de allí gracias a multitud de casualidades fortuitas o milagros —como cada cual prefiera llamarlos— lo sabemos bien: los mejores de entre nosotros no regresaron."

Cuando ingresó en Theresienstadt (posteriormente sería trasladado a Auschwitz) Viktor Frankl era un psiquiatra de bastante prestigio en Viena. Aunque los nazis le dejaron algunos años como director del área de neurología del único hospital que podían usar los judíos en la capital austriaca, finalmente fue deportado a uno de los campos de la muerte. En El hombre en busca de sentido, Frankl intenta evocar las sensaciones de absoluto desamparo y las fases por las que pasa un prisionero sometido a tan bárbara injusticia. Poco a poco iría dándose cuenta de que lo mejor era sobrevivir aferrándose a los recuerdos, conversando íntimamente con su mujer, aunque no tuviera la certeza de si ella había sobrevivido o no.

La experiencia terrible de Auschwitz dará lugar a una profundización en el campo que más desarrolló profesionalmente: la logoterapia. Si lo común en muchísimos prisioneros era dejar escapar la vida, animalizarse e incluso esperar pasivamente la muerte, Frankl se dio cuenta de que incluso en las peores situaciones a las que puede enfrentarse un ser humano, en circunstancias extremas de tensión psíquica y física, todavía queda un resquicio de libertad, de libre albedrío, que puede ser usado. Esta es la principal razón para seguir viviendo, el sentido del sufrimiento, el objetivo de la supervivencia.

Esta filosofía puede aplicarse a todos los ámbitos y todas las experiencias vitales. Lo esencial es buscar el sentido de la propia existencia y convertirlo en un desafío diario. Cualquier cosa antes que renunciar y convertirse en un vegetal. Además, tampoco podemos renunciar a la bondad. El autor incluso la experimentó a veces de manos de alguno de sus verdugos, mientras que la maldad también podía hallarse en el lado de las víctimas. Este sentido al que nos referimos no es general, sino que cada cual debe encontrar el suyo propio, el que se adapte a su experiencia y circunstancias. 

El pripio Frankl lo expresó muy bien, aceptando el capítulo más terrible de su existencia, interiorizándolo, compartiéndolo en forma de libro y sacándole provecho para desarrollar posteriormente sus terapias. Si elegimos ser hombres morales, que sea con todas las consecuencias:

"Nosotros hemos tenido la oportunidad de conocer al hombre quizá mejor que ninguna otra generación. ¿Qué es, en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración."

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