sábado, 16 de agosto de 2025

HISTORIA DE LOS INFIERNOS (1991), DE GEORGES MINOIS. LA ESTRATEGIA DEL TERROR.

La idea de infierno como lugar de retribución de los castigos cometidos en la vida del individuo tiene que ver tanto con la religión como con la moral. Aunque los primeros infiernos creados por la imaginación humana (cuya descripción podemos leer en Homero, por ejemplo), son lugares lúgubres en los que no hay castigo ni recompensa, solo una simulación de la vida humana en la que las sombras de los que fueron hombres llevan una existencia más bien triste y aubrrida. Ya en Egipto, Irán e incluso en la Grecia clásica aparecen los infiernos específicos para condenados, pero aquí todavía los padecimientos pueden ser limitados en el tiempo y hay posibilidad de redención una vez cumplida la pena.

Aunque los Evangelios son muy ambiguos al respecto, la idea de infierno fue calando poco a poco en las primeras comunidades cristianas, debido a la preocupación creciente por la salvación individual. La imaginación popular hizo el resto y surgieron múltiples leyendas y habladurías acerca de cómo sería el infierno. Se clasificaban sus diferentes estancias según el tipo de pecadores encerrados en las mismas y el sadismo a la hora de imaginar castigos se disparaba. A la eternidad de los mismos se sumaba el hecho de que no daban tregua a un condenado que incluso debía contemplar como los bienaventurados observaban regocijados desde arriba sus inmensos sufrimientos. Porque uno de los incentivos de los no pecadores, según Tertuliano, era observar los suplicios de los condenados, "un espectáculo gratuito y eterno, porque el fuego del infierno arde sin consumirse."

A partir de aquí surgirán intensos debates teológicos entre los partidarios de la bondad divina, que niegan la eternidad de los castigos y los que defienden que ofender a Dios es ofender a un ser infinito, por lo que los padecimientos de los pecadores no deben tener fin. En la doctrina oficial de la Iglesia irán imponiéndose los segundos, comenzando un verdadero periodo de terror en las predicaciones que llega hasta el siglo XX. Los oradores transmiten continuamente que cualquier pecado puede llevar al infierno, aunque sea de pensamiento y describen ante sus aterrorizadas audiciencias las torturas que padecerán los condenados, sin ahorrar los detalles más sádicos de las mismas. Además, se asegura que serán muy pocos los que se salven:

"El infierno cristiano - se puede decir sin reparos - es ciertamente el infierno absoluto, la más terrible máquina de triturar al individuo que jamás se haya inventado. Al lado de este universo, los demás infiernos no son más que esbozos pueriles, chiquilladas. Los predicadores rurales y sus feligreses seguramente no tienen conciencia de todas las implicaciones de su enseñanza, solo intuidas por los espirituales y místicos de su época. Sin embargo, la intención es la misma: detrás de los esfuerzos patéticos y a veces grotescos por describir las torturas más variadas está la intención de forjar un mundo totalitario del sufrimiento en estado puro."

La Iglesia justificaba esto como mal menor para evitar a los fieles caer en el abismo eterno. Fomentaba el sacrificio y el sufrimiento en esta vida para esquivar una condena irreversible. Ni siquiera la llegada del pensamiento más racional con la Ilustración hizo cambiar de idea a los teólogos. La institución eclesiástica se acuarteló en sus posiciones y no movió las mismas ni un ápice, a pesar de que muchos filósofos y pensadores tacharan de absurda la idea del infierno. Solo ya entrado el siglo XX la Iglesia ha suavizado su postura, aunque solo sea porque ya no se predican los sufrimientos del más allá, hablando de ellos metafóricamente como un apartamiento voluntario de Dios. El libro de Georges Minois es un estudio monumental y minucioso de la evolución de esta idea a través de los siglos, una idea que ha provocado océanos de sufrimiento y ansiedad en las mentes más imaginativas y que se convirtió durante mucho tiempo en uno de los instrumentos más eficaces de dominación absoluta de las almas por parte de la Iglesia.

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