Un hombre llega a una isla aparentemente desierta. En realidad es un fugitivo y no le importa que le hayan contado que una misteriosa enfermedad gobierna ese pequeño territorio. De pronto, una aparición inexplicable: grupos de personas que habitan un edificio. Otro día el edificio parece abandonado. Y otro, una visión aún más perturbadora: una hermosa mujer tomando el Sol. Cuando por fin se decide a tomar contacto, las apariciones no le hacen caso, siguen a lo suyo como si él no existiera. Pero no parecen fantasmas, son reales y conversan sobre temas terrenales. Poco a poco el protagonista se va enamorando de la figura de la mujer, que aparece en días alternos en el mismo punto y con las mismas actitudes. ¿Cuál es el misterio de esa mujer y de la isla entera? Bioy Casares nos va llevando poco a poco por un in crescendo sorpresivo hasta que descubrimos las causas de lo que allí sucede. Y lo hace de manera magistral, haciendo que el lector vaya estableciendo hipótesis, aún sin quererlo, ayudado por la perplejidad del narrador-protagonista. Aunque universalmente reconocida como una de las joyas de la literatura fantástica, Borges, en su prólogo, se decanta por añadir el género policial al fantástico, quizá por la estupenda sensación de intriga que produce su lectura:
"Las ficciones de índole policial (...) refieren hechos misteriosos que luego justifica e ilustra un hecho razonable; Adolfo Bioy Casares, en estas páginas, resuelve con felicidad un problema acaso más difícil. Despliega una Odisea de prodigios que no parecen admitir otra clave que la alucinación o que el símbolo, y plenamente los descifra mediante un solo postulado fantástico pero no sobrenatural."
Hay mucho de Borges en La invención de Morel. Pero también de Robert Louis Stevenson o de Herbert George Wells. A pesar de ello la voz narrativa de Bioy Casares es lo suficientemente poderosa y original como para que estos autores sean, más que influencias directas de su prosa, objeto de homenaje en la trama de la novela. Al final lo que queda es una sensación de extrañeza. Aunque se nos ha dado la solución al enigma, esta solución parece entrañar un enigma aún mayor. ¿Es el amor absoluto lo que da fuerzas a su protagonista para tomar su decisión final? La conclusión moral de este acto, que también la hay, es que anhelamos ser felices, pero preferimos que los demás crean que lo somos.
La atmósfera de misterio de La invención de Morel se mantiene en El año pasado en Marienbad, que más que una adaptación de la novela, es una película inspirada por esta, pero con la suficiente entidad propia como para ser una obra casi independiente a su fuente de inspiración. En la obra de Resnais la isla se convierte en un elegante palacio, lo que parece ser un hotel de lujo. Por él deambulan una serie de personajes que parecen salidos de un sueño buñuelesco, como atrapados en un extraño bucle temporal. En el edificio y los jardines de El año pasado en Marienbad parece hacerse realidad aquel mito del eterno retorno del que habló Nietzsche, basándose en antiquísimas tradiciones provenientes de Oriente y que también fascinaron a Borges. Las imágenes de la película destilan un aire enfermizo, dominadas claramente por el concepto de anacronía, es decir, de la alteración cronológica de las partes de una historia. Pero es, al igual que en la historia de Bioy, el amor lo que lo domina todo, un amor al que no le importa que el marco temporal y los recuerdos sean confusos. Un amor que está condenado a repetirse por toda la eternidad.
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