En Los dos lados de la ventana, el pequeño ensayo que Pablo Aranda escribió para la feria del libro malagueña de 2007, el autor de Ucrania compara las estanterías de los muebles librería con rascacielos llenos de ventanas con vidas que podemos tomar prestadas. Parece ya un tópico, pero es totalmente cierto: ensimismarse entre las páginas de un libro es como dejar temporalmente este mundo y existir temporalmente en otro en el que, como ocurre en el que habitamos, el final siempre es incierto:
"Compartir este milagro, la conciencia de este poder y esta responsabilidad que supone descorrer las cortinas, lanzar una piedra contra el cristal de una ventana, un cabezazo contra el vidrio que nos permitirá otras vidas, abandonar la cama o el sillón esquinado y ser otro, otra, sentir que la vida crece a lo ancho, que la vida es una pradera donde estamos solos, solos, vulnerables, refugiados tras una ventana de un rascacielos horizontal, este tren, esta vida que son tantas vidas."
Hace ya muchos años que Pablo Aranda decidió aportar su granito de arena en la construcción de estos grandes rascacielos y comenzó una obra literaria - al principio en secreto, según nos comentó hace un par de años - que debe mucho a la observación profunda de los seres que habitan su ciudad, Málaga, seres poco heroicos a primera vista, de vidas ordinarias y humildes, pero profundamente humanos, ya que podemos reconocernos en ellos. Así sucede con los personajes de Los soldados, su última novela, en la que, si bien continua explorando su universo literario malagueño, nos traslada también a Bilbao y, sobre todo, explora el miscrocosmos cerrado de un cuartel de la Guardia Civil.
Lo primero que sorprende de Los soldados es la agilidad narrativa de la que ha dotado en esta ocasión a su obra el escritor malagueño. Sus capítulos son pequeños y precisos, de dos o tres páginas a lo sumo, con un desorden cronológico y geográfico de estructura muy estudiada: un pequeño puzzle cuyas piezas encajan a la perfección y que el lector va armando casi con ansiedad, deseando conocer nuevos elementos de una trama bien hilvanada, que va dosificando sabiamente la información. En esta ocasión, la psicología de los personajes, sus pensamientos, son menos extensos que en anteriores narraciones, pero mucho más precisa. Los soldados se lee en un suspiro y deja una excelente sensación, la de haber asistido a una historia verosímil, protagonizada por gente común que se ve envuelta en circunstancias excepcionales.
Uno de los puntos de mayor interés de la novela es la descripción de la vida cotidiana de los guardias civiles y sus familias: sus pequeñas intrigas, sus envidias, sus miedos y su hábitat, apartado del resto de la sociedad por los muros de una casa-cuartel, con sus propias reglas y sus propias jerarquías, casi como si de monjes soldado se tratara. Lo curioso es que el autor no es un profundo conocedor de esta realidad, por lo que debió documentarse y dejar el resto a la imaginación. Así lo comentaba Pablo Aranda en una entrevista concedida al diario ABC:
"Me interesa la atmósfera de la casa cuartel, que yo no conozco. Sólo
tuve contacto con un guardia civil retirado al que veía en un café y le
preguntaba cosas sobre la vida doméstica de la casa cuartel: ¿había
ascensor?, ¿cuántas plantas? Quería imaginármela y reflexionar acerca de
cómo estamos condicionado por los orígenes. Creo que somos muy
localistas: por regiones, por ciudades, por barrios. En esta novela
quería pisotear los convencionalismos."
El resultado es muy convincente: refleja muy bien lo que significa
nacer en un mundo cerrado que nunca se puede dejar por completo, como
bien sabe Fran, el protagonista.
Para una ciudad como Málaga, que no se caracteriza por su abundancia de buenos escritores, es un lujo contar con uno en plena y feliz evolución narrativa, que seguramente se consolidará en sus próximas obras, que esperamos con gran interés.
A mí me decepcionó un poco. Los personajes, siempre tan importantes en una narración de tipo costumbrista, me parecieron poco convincentes y, además, hay un error en la intriga que se nota demasiado.
ResponderEliminarEl ambiente opresivo de esa extraña institución militar-familiar que es la Guardia Civil creo que se merece una novela todavía más profunda que ésta.
Yo creo que los trazos con los que Pablo Aranda construye su argumento están muy bien definidos. Otra cosa es que no sean lo suficientemente profundos, pero a mí me parece una opción lícita en el autor. Puede haber algún error en la intriga, pero lo auténticamente interesante está en la reacción de los personajes ante una situación insólita e inesperada, en la que su vinculación con la guardia civil no es sino un factor más de la trama.
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