Han sido muchos meses, que al final se han convertido en años. Pero la lenta degustación de los relatos de Sherlock Holmes es uno de esos placeres literarios que uno querría que no acabaran nunca. Borges lo expresó muy bien en los últimos versos de uno de sus más famosos poemas:
"Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una
de las buenas costumbres que nos quedan. La muerte
y la siesta son otras. También es nuestra suerte
convalecer en un jardín o mirar la luna."
Es curioso como muchas de las mejores realizaciones humanas surgen de la más pura casualidad. Y el caso de las aventuras de Sherlock Holmes no es una excepción. Un Arthur Conan Doyle, doctor en medicina con apuros económicos probó a mandar la primera novela del personaje Estudio en escarlata a una revista. Le fue publicada, pero no llamó excesivamente la atención del público, pero sí de algún editor que le vio posibilidades al personaje. Finalmente fue Strand Magazine la que empezó a publicar regularmente los relatos de Conan Doyle en un formato mucho más reducido y mucho más efectivo para este tipo de literatura. Pero el escritor escocés siempre consideró que la celebridad desmesurada de su criatura le impedía labrarse una carrera literaria de más prestigio. Ciertamente, sus otros escritos son estimables, pero no llegan a la altura imaginativa de los dedicados a su gran personaje y nunca rozaron siquiera su éxito. Cuando Conan Doyle intentó matar a Sherlock Holmes, en un portentoso enfrentamiento final con su enemigo Moriarty, el público se le echó encima, exigiendo la resurreción del detective incluso con amenazas, se organizaban manifestaciones semanales frente al edificio de la revista y hasta su propia madre le retiró la palabra durante un tiempo.
El cronista en la gran mayoría de los relatos es el doctor Watson, que narra los casos con una perfecta combinación de pericia literaria y capacidad de asombro, ya que al despacho del detective llegan los más extraños asuntos. Pero Holmes no está de acuerdo en la forma de narrar de su amigo. Él hubiera preferido algo más instructivo y menos literario, por lo que enjuicia severamente su estilo:
"(...) debo reconocer, Watson, que posee un cierto sentido de la selección que compensan muchas cosas que me parecen deplorables en sus relatos. Su nefasta costumbre de mirarlo todo desde un punto de vista narrativo, en lugar de considerarlo como un ejercicio científico, ha echado a perder lo que podía haber sido una instructiva, e incluso clásica, serie de demostraciones. Pasa usted por encima de los aspectos más sutiles y refinados de mi trabajo, para recrearse en detalles sensacionalistas, que pueden emocionar, pero jamás instruir al lector."
Sherlock Holmes es retratado como alguien muy particular, dedicado en cuerpo y alma a su ocupación detectivesca, para cuyo ejercicio ha adquirido los conocimientos más singulares. Es un hombre con espíritu de aventura, capaz de disfrazarse e interpretar como el mejor de los actores, poseedor de un tacto exquisito en el trato con los demás, pero a la vez solitario y con una inmensa vida interior que a veces le aisla de los demás. Holmes necesita continuos desafios intelectuales. Cuando no hay algún caso que ocupe su mente, se deprime y a veces pasa días enteros abandonado de sí mismo, como advierte a Watson en su primer encuentro. Además del del tabaco, Holmes es adicto a la cocaína, vicio que le recrimina su compañero más de una vez. Pero cuando más disfrutamos del personaje es con su capacidad deductiva, fruto de una capacidad extraordinaria de observar la realidad y establecer pautas lógicas en la misma. Como él mismo lo explica:
"El proceso (...) parte del proceso de que, una vez eliminado todo lo imposible, lo que queda, por muy improbable que resulte, tiene que ser la verdad. También puede ocurrir que queden varias explicaciones, en cuyo caso hay que ponerlas a prueba una tras otra, hasta que una de ellas reúna una cantidad convincente de pruebas a favor."
Sherlock Holmes es un hijo de su tiempo. Sus historias están indeleblemente unidas a la época victoriana y casi todas transcurren en Londres y sus alrededores, aunque no falta algún que otro viaje al extranjero, puesto que sus servicios eran solicitados en los círculos más exclusivos (más de una vez se ocupa de asuntos políticamente muy delicados). En estos casos no es raro que aparezca su hermano Mycroft, uno de los personajes más fascinantes de la saga holmesiana. Mycroft posee un intelecto aún mayor que Sherlock, aunque carece de su espíritu aventurero y prefiere pasar su tiempo entre su despacho en el Ministerio de Asuntos Exteriores y el club Diógenes, una institución en la que impera la regla del silencio absoluto, hasta el punto de que un miembro puede ser expulsado por saludar a otro. Es significativo que la última aventura de Holmes (al menos la última que salió de la pluma de Conan Doyle) suceda cuando va a comenzar la Primera Guerra Mundial, que desbarató el viejo mundo decimonónico y dio comienzo al complicado siglo XX. Ya no es el tiempo de Holmes, que pasará el resto de su existencia en un placentero retiro, dedicado a la apicultura. Aunque seguro que en más de una ocasión, sería requerido para prestar servicios a su país...
Si quieren realizar una lectura de calidad de la obra holmesiana, no duden en adquirir la edición de Cátedra. Las traducciones son primorosas y cada relato contiene unas deliciosas explicaciones que, junto con el atinado prólogo, constituyen un complemento perfecto por parte del responsable del volumen, Jesús Urceloy.
Mundial, que desbarató el viejo mundo decimonónico y dio comienzo al complicado siglo XX. Ya no es el tiempo de Holmes, que pasará el resto de su existencia en un placentero retiro, dedicado a la apicultura. Aunque seguro que en más de una ocasión, sería requerido para prestar servicios a su país https://symcdata.info/cultura-chanca/
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