Javier Tomeo es una rara avis en la literatura española del siglo XX, en la que no hubo mucho lugar para narraciones fantásticas, alegóricas o surrealistas, algo reservado más bien a un cineasta como Luis Buñuel. Lo que sucede, como todos sabemos, es que a veces lo fantástico toma mejor la medida a la realidad que cualquier otro tipo de literatura. Aunque siempre fue más bien un autor minoritario - recordemos que Juan Benet dijo de él que sus novelas eran como croquetas de idéntico sabor - a finales de los años ochenta se le empezó a reconocer como un narrador personalísimo, que nunca se dejó arrastrar por modas literarias. Poco antes de su muerte, acaecida el mes pasado, obtuvo el placer de ver publicada una magnífica edición de sus cuentos completos.
El castillo de la carta cifrada funciona como un largo monólogo del marqués de Q. a su criado, en el que da instrucciones a éste para que entregue una carta a un antiguo amigo perteneciente también a la nobleza. El discurso del marqués es una especie de arenga en la que previene a su servidor acerca de los peligros que puede encontrar en el camino y - sobre todo - los que afrontará cuando esté cara a cara con el destinatario de la misiva. Para que la situación sea más absurda, el contenido de la carta está cifrado y tampoco su desciframiento aportaría mucho a la comprensión del texto, por lo que el criado podría ser víctima de los caprichos de su amo. En cualquier caso, uno de los temas de la novela es el mantenimiento de las jerarquías tradicionales, para que siga reinando la paz social:
"Y no me venga ahora con monsergas sobre la Revolución Francesa, porque todos sabemos que no hay revolución que no destruya un ídolo si no es para entronizar otro. La única revolución que me preocupa es la del tiempo que pasa, reduciendo cada vez más nuestras posibilidades de vernos finalmente felices."
Como se puede deducir por el texto, el marqués es un hombre preocupado ante todo por su aristocrática persona y por su felicidad, que pasa, en el fondo, por recobrar las relaciones sociales a las que él mismo renunció al ir perdiendo protagonismo en las veladas sociales a las que solía asistir. Es posible que la novela no sea otra cosa que una gran metáfora maliciosa en la que el personaje principal sea un trasunto del propio Tomeo, aislado y excluido de la república literaria por heterodoxo. El castillo de la carta cifrada es un libro de fácil y amena lectura, aunque en algunos pasajes se torne excesivamente reiterativo, dando la impresión de que hubiera sido mejor reducir el monólogo al tamaño de un cuento. No obstante, se disculpa este hecho por la originalidad - y valentía, por qué no decirlo - de su planteamiento.
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