martes, 28 de junio de 2011
LOS PROPIOS DIOSES (1972), DE ISAAC ASIMOV. ENERGÍA ILIMITADA.
Conocí a Isaac Asimov en el colegio, cuando nos hicieron leer un pequeño fragmento de su novela "Compre Júpiter", que me fascinó. ¿Cómo es que existía una literatura que te permitía viajar a otros mundos de un modo perfectamente realista? Posteriormente fui comprando, cuando podía, las novelas de la serie "Lucky Starr", una especie de detective del espacio que se movía por los planetas del Sistema Solar, habitados siempre por colonias de humanos. En ellas, Asimov no perdía la oportunidad de instruir deleitando y ofrecía numerosos datos (ahora desfasados) de los planetas explorados que se insertaban perfectamente en la trama.
Desde entonces nunca he dejado de leer respetuosamente la literatura de ciencia ficción de prestigio que iba cayendo en mis manos. Así conocí a Ray Bradbury, Alfred Bester, Robert A. Heinlein o Robert Siverberg. Actualmente leo menos ciencia ficción de la que debiera y he perdido un poco el hilo de las novedades del género, pero intentaré ir paliando mis muchas lagunas poco a poco. El de la ciencia ficción, en su vertiente sociológica, me parece un mundo fascinante. Especular acerca del destino de la humanidad como conjunto de individuos que cooperan es un ejercicio mental extraordinario. Lógicamente, las mejores novelas son las que auguran un destino pesimista al hombre. Las distopías como "1984", de George Orwell, "Nosotros", de Yevgeni Zamiatin, "El hombre en el castillo", de Philip K. Dick, "Fahrenheit 451", de Ray Bradbury "Un mundo feliz", de Aldous Huxley, "¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!", de Harry Harrison o "Mercaderes del espacio", de Korbluth y Pohl (novela demasiado desconocida y que yo no me canso de recomendar) se cuentan entre mis novelas favoritas.
Asimov es una isla de optimismo entre tanto agorero. Él siempre confió en un destino racional para el hombre, en un gobierno mundial tutelado por científicos y en la expansión pacífica del ser humano por la galaxia. Su ciclo "Fundación" es un lectura obligada para cualquiera que esté interesado en el rumbo que debería seguir la humanidad en los próximos siglos.
"Los propios dioses" es una de sus creaciones más conocidas. Ganadoras de todos los premios del género habidos y por haber, la novela especula con el contacto con seres de otra dimensión a través del intercambio mutuo de materia, que deviene en una fuente infinita de energía para ambas partes, aunque el protagonista está convencido de que esta práctica terminará destruyendo nuestro universo.
Dejo aquí el genial diálogo a propósito de este asunto entre dos científicos:
"- Nosotros fuimos lo bastante listos como aprovecharnos de su iniciativa.
- Sí, al igual que las vacas son lo bastante listas como para comer el heno que se les da. La Bomba no es un indicio del avance del hombre. Más bien todo lo contrario."
En la segunda parte, la más famosa, conocemos a los extraterrestres más peculiares que ha dado la ciencia ficción, sobre todo por el esfuerzo que hace Asimov para diferenciarlos de los seres humanos. Estos seres de dividen en racionales, paternales y emocionales, cada uno con sus propias características. Lo que podía haber provocado una sensación de extrañeza, ante la descripción de unos seres tan insólitos, es resuelto con maestría por el autor al irnos introduciendo poco a poco en las costumbres de tan singular universo, aunque en el fondo se trata de seres sensibles e incluso heroicos. Poco más puedo añadir, solo recomendar su lectura, ya que se trata de un verdadero reto literario muy bien resuelto por un autor que no se distingue especialmente por lo excelso de su escritura.
La última parte se dedica a la descripción de la vida humana en la Luna. También muy interesante, ya que los selenitas evolucionan de un modo particular respecto a los humanos que quedan en nuestro planeta. Y es que la vida bajo tierra y con una gravedad inferior, tiene sus consecuencias, también políticas, pues los selenitas parecen anhelar un destino independiente al de los terrícolas.
El gran tema de la novela es la estupidez humana. El título está inspirado en una frase de Schiller: "Contra la estupidez, los propios dioses luchan en vano". Dice uno de los personajes:
"Te aseguro que la estupidez universal llega a ser desesperante. Creo que no me afligiría que el suicidio de la humanidad estuviera provocado por la más pura maldad de corazón o por la simple imprudencia. Hay algo increíblemente mezquino en el hecho de encaminarse hacia la destrucción a causa de la estupidez más suprema. De qué sirve ser un hombre si esa es la causa de nuestra muerte..."
La conclusión del relato también es muy propia del mejor Asimov:
"En cualquier caso, en la Historia no hay finales felices, solo momentos críticos que se superan."
Ciertamente, no podemos aspirar a la perfección, pero si podemos estar lo mejor preparados posible para afrontar con garantías los momentos críticos.
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Entre los autores de ciencia-ficción citados, falta mi favorito, Ian Watson, y entre las novelas futuristas a cargo de narradores de prestigio no dedicados específicamente a la ciencia-ficción faltan "Nunca me abandones" de Kazuo Ishiguro (comentado en este blog), "La conjura contra América" de Philip Roth, "La carretera" de Cormac Mc Carthy y mi querido Michel Houellebecq, con novelas como "Las partículas elementales" (comentada en este blog) y "La posibilidad de una isla", que contienen elementos de ciencia-ficción.
ResponderEliminarEn cuanto a Asimov, algunas de sus ocurrencias siguen siendo geniales, y es un hito no superado como autor de novelas de entretenimiento inteligente y divulgador científico. "Los propios dioses" falla un poco en su última parte (incluso a nivel científico: ¿cómo se va a ir la Luna por ahí, de paseo?), pero la idea de la irrespnsabilidad de los científicos profesionales es especialmente inquietante, sobre todo porque Asimov también era un científico profesional.
Una de Ian Watson, "Empotrados", está entre mis prioridades, pero hay tantas en esa lista...
ResponderEliminarSaludos.