La escritura de Muñoz Molina, tan cuidada y precisa, es fruto de la influencia de innumerables lecturas, pasión que ejercitó desde la infancia. Como dice en el "Autorretrato" publicado en su propia página web:

"Hacia los once o los doce años empecé a leer a Julio Verne y a Mark Twain, a Stevenson, a Agatha Christie, a Dumas. Quizás la novela que he leído más veces en mi vida es La isla misteriosa, de Verne. El primer personaje que me produjo una fascinación consciente como pura invención literaria fue el capitán Nemo. Julio Verne fue el primer escritor: el que me hizo comprender que las novelas las escribía alguien, que no eran una parte espontánea del mundo. Por imitación de Verne concebí la posibilidad fantástica de hacerme yo también escritor."

Su columna semanal en "El País" y las entradas de su blog constituyen una plataforma única para seguir el pensamiento cívico y humanista de este gran curioso, capaz de escribir acerca de novelas que le deslumbran, ensayos históricos, textos científicos, exposiciones de arte, conciertos, o acerca de la misma actualidad, sus grandes pasiones. Desde hace tiempo vive a caballo entre Madrid y Nueva York, lo que le hace contemplar la realidad con cierta mirada cosmopolita, algo muy útil para un escritor que pretende llegar al público más amplio posible.

"Sefarad" no es un libro que pueda encasillarse en un género literario concreto. Son relatos, biografías e incluso impresiones personales, aparentemente inconexos, pero sutilmente relacionados por un gran asunto común a todos ellos: el exilio, tanto interior como exterior que sufren sus personajes. Como él mismo explica en una entrevista publicada en el diario ABC en diciembre de 2002:

" (Sefarad) Tiene algo de todo eso en el sentido de que es una colección de historias, no en el hecho de poner una historia junto a otra, sino de que el acto de contar forma parte fundamental de la novela. La novela no son sólo historias, son gente que en un viaje cuentan una historia; dentro de ésta hay otro que cuenta otra historia, como en «El Decamerón» o en «Las mil y una noches». Entre los temas del libro, el núcleo fundamental de su invención fue ese acto de contar.

(...) En el libro juego con cosas reales y de ficción, pero no soy un posmoderno y no creo que sea lo mismo la realidad que la ficción. Hay cosas reales que merecen ser contadas como tales y las que pertenecen al mundo de la novela, que son de ficción. Y más en este caso en que quería contar experiencias vividas por mucha gente. No quería hacer mías sus historias, sino que siguieran siendo suyas. Al hablar de personajes públicos no he modificado nada, no he hecho ficción. He hecho ficción cuando he escrito de personajes privados o partiendo de mí mismo. Ahí sí tenía derecho a hacerlo."

Es sabido que el siglo XX es el siglo de los totalitarismos. Muchas personas que vivían perfectamente integradas en sus comunidades o eran dirigentes admirados en sus partidos políticos vieron un día removerse el suelo bajo sus pies y de pronto se convirtieron en apestados, vivieron la rareza de que la realidad cobre de pronto tintes siniestros, de pesadilla. Los judíos en la Alemania nazi son el ejemplo paradigmático, pero existen muchos más: los disidentes, auténticos o ficticios en la Unión Soviética, los represaliados y exiliados en la Guerra Civil española o incluso los infectados de enfermedades estigmatizadas socialmente, como el SIDA. También los que sufren un exilio interior, los enfermos de alzheimer, cuya memoria e identidad se van diluyendo de la manera más cruel o los moribundos (y en esta categoría acaban entrando todos los seres humanos) que han de pasar por el trago de despedir para siempre a sus seres queridos.

Franz Kafka, continuamente citado en "Sefarad", parece ser el maestro de ceremonias, el guionista involuntario de estas historias que tienen mucho de absurdo. El judío que, como Gregorio Samsa, se levanta un día convertido en un insecto para los demás. El caído en desgracia en la Unión Soviética de Stalin que, como el Josef K. de "El proceso", que no tiene posibilidad de defenderse porque ni siquiera conoce los cargos de que se le acusa o el ciudadano corriente que como K. en "El castillo" no comprende la naturaleza de las decisiones de su propio gobierno ni existe posibilidad alguna de que pueda influir en las mismas.

La narración de Muñoz Molina a veces entronca con las páginas más terribles de las Memorias de Stefan Zweig. Un mundo repleto de fronteras antes inexistentes, de pasaportes y papeles que sostienen la identidad, pero que pueden ser anulados por la caprichosa voluntad de gobiernos totalitarios, de trenes que recorren Europa repletos de muertos en vida con destino a lugares hasta entonces desconocidos, pero que pronto van a tener un lugar de honor en la historia universal de la infamia. Personas perfectamente integradas en sus comunidades pero que de pronto son señaladas por pertenecer a una determinada raza, cuya tradición en muchos casos ya habían abandonado y cuyo destino es convertirse en humo, entusiastas del Partido Comunista que un día contemplan el auténtico rostro del líder hasta entonces venerado:

"Estoy muy dotado para intuir esa clase de angustia, para perder el sueño imaginando que vamos tú y yo en ese tren. Me aterran los papeles, pasaportes y certificados que pueden perderse, puertas que no logro abrir, las fronteras, la expresión inescrutable o amenazadora de un policía, de alguien que lleve uniforme o esgrima ante mí alguna autoridad. Me da miedo la fragilidad de las cosas, del orden y la quietud de nuestras vidas siempre en suspenso, pendiendo de un hilo que puede romperse, la realidad diaria tan segura y que de pronto puede quebrarse en un cataclismo de desastre."

Por las páginas de "Sefarad" desfilan Willi Münzenberg, comunista acérrimo, pionero en la propaganda de masas, que vivía como un burgués y terminó asesinado por orden de Stalin en pleno desplome de Francia en la Segunda Guerra Mundial, Primo Leví, testigo del horror de Auschwitz, que plasmó de manera magistral en "Si esto es un hombre", Jean Améry, quebrado espiritual y físicamente por las torturas recibidas por la Gestapo e incapaz de perdonar, Eugenia Ginzburg, prisionera durante dieciocho años en el Gulag, Victor Klemperer, que escribió un diario relatando sus experiencias como judío en la Alemania nazi o Margarete Buber Neumann, víctima del entendimiento temporal entre dos totalitarismos, experiencia que plasmaría en su estremecedor testimonio "Prisionera de Stalin y Hitler" y compañera de cautiverio de la Milena, la amante de Franz Kafka, el profeta involuntario del genocidio.

Muñoz Molina consigue en "Sefarad" un libro profundamente humano. En algunos pasajes, él mismo es el protagonista, como cuando aparece como pequeño funcionario de provincias, utilizando un poco arbitrariamente el escaso poder del que dispone o cenando en una cafetería de una pequeña ciudad alemana mientras escruta los rostros de los ancianos que le rodean, tratando de determinar su culpabilidad durante los años del nazismo. Así mismo no puede evitar volver continuamente a sus orígenes, a su identidad de habitante de Úbeda y relata episodios protagonizados por habitantes de su pueblo.

El lector de este volumen no se va a conformar con esta lectura, sino que "Sefarad" es un pasaje que lleva a otros muchos libros, algo muy propio de la gran literatura. El mismo Muñoz Molina auspició, poco después de su publicación, una colección titulada "La memoria del siglo" y editada por Círculo de lectores, donde se editaron muchos de los testimonios expuestos en esta obra. Un acto de justicia para muchos escritores desconocidos en nuestro país, que son la esencia del absurdo y kafkiano siglo XX.

"Sefarad" queda como esa palabra que tiene propiedades casi míticas, el paraíso perdido, la identidad ideal de cada cual, que puede ser la infancia, un amor perdido o un lugar que ha cambiado tanto con el paso de los años que se vuelve irreconocible, la patria escurridiza a la que todo ser humano quiere volver para sentirse en plenitud.