Un libro apasionante para cualquier estudioso de la Segunda Guerra Mundial. Constituye una fuente indispesable para conocer el auténtico pensamiento de Hitler, cuando se expresaba de manera mucho más relajada que en sus discursos públicos, aunque a veces sus peroratas sean inaguantables para el lector.
Podemos imaginar a Hitler hablando sin parar durante horas mientras sus seguidores le escuchan devotamente, quizá deseando secretamente ir a la cama, quizá fascinados al escuchar de manera privilegiada al máximo representante de la raza superior. Lo cierto es que el Führer era un hombre de cierta cultura, la cual usaba solo para justificar sus propias ideas, que repite una y otra vez. También hay un pequeño hueco para opiniones acerca de España y los españoles.
Aquí el artículo:
Hitler sigue siendo el gran misterio de la historiografía de nuestro tiempo. Un hombre sin apenas estudios, pintor fracasado, vagabundo en Viena (ciudad con la que quedaría resentido toda su vida, según se desprende de estas conversaciones) y oscuro cabo en la Primera Guerra Mundial, parecía ser la persona menos idónea para llegar a ser un día el hombre más poderoso de Europa.
Impactado por la derrota alemana de 1918, Hitler
se acercó paulatinamente a los grupos nacionalistas que predicaban que
Alemania no había sido derrotada en el campo de batalla, sino que había
sido traicionada por el frente interno, convirtiéndose en 1921
en el líder del partido Nacionalsocialista, gracias a su gran habilidad
como orador y organizador. En 1933 y, nunca hay que olvidarlo, tras unas
elecciones democráticas, los nazis subieron al poder, convirtiendo a Hitler en el líder supremo de Alemania.
Hitler era un hombre consagrado al trabajo político y militar, sin apenas vida privada. Sin familia, su pasatiempo favorito era reunirse con sus colaboradores más cercanos y pasar largas horas conversando, aunque en realidad en la mayoría de las ocasiones la velada se convertía en un monólogo del Führer. En 1941, a iniciativa de Martín Bormann, su secretario en aquella época, las palabras de Hitler comenzaron a ser registradas, como la palabra del líder supremo que debía conservarse como guía para las generaciones venideras.
La mayoría de las conversaciones que han llegado hasta nosotros se registraron entre los años 1941 y 1942, la época de mayor expansión del ejército alemán, cuando parecía que iban a vencer definitivamente a la Unión Soviética y dar así fin a la guerra. Los temas que trata Hitler en sus peroratas son muy variados: la marcha de la guerra, sus años de lucha por el poder, las razas superiores e inferiores, defectos y virtudes de sus enemigos (muestra gran admiración por los ingleses), la futura reordenación de Europa, sus gustos arquitectónicos, sus gustos literarios y, ante todo, la justificación continua de sus atroces actos. Lo que sí que es cierto es que las palabras de Hitler denotan una gran seguridad en sí mismo y un enorme convencimiento de estar en posesión de la verdad absoluta.
No es un secreto que Hitler era un lector voraz, aunque muy especial, porque interpretaba las lecturas que le interesaban para ajustarlas a su ideario. Su visión del mundo era absolutamente darwinista: la vida era una continua lucha donde deben prevalecer los más fuertes:
"El más fuerte se impone: es la ley de la naturaleza. El mundo no cambia. Sus leyes son eternas" (23 de septiembre de 1941).
"(...) He aprendido que la vida es una lucha cruel y que no tiene más fin que la conservación de la especie. El individuo puede desaparecer con tal de que haya otros hombres para sustituirlo" (26 de septiembre de 1941).
En este contexto no es de extrañar su obsesión por clasificar a los distintos pueblos y razas y otorgarles unos atributos que las transforman a sus ojos en superiores o inferiores. Respecto a la religión, sobre todo la católica, manifiesta una mezcla de desprecio y lucidez, pues si bien critica su doctrina de igualdad entre todos los seres humanos, es capaz de desvelar su hipocresía:
"La Iglesia (...) afirma que los pobres de espíritu - así como los otros pobres - irán al cielo, mientras que los ricos pagarán con eternos sufrimientos las ventajas de su existencia terrenal. A la Iglesia le lleva a decir esto el acuerdo tácito entre sacerdotes y propietarios, que dan con gusto a la Iglesia un poco de dinero para que puedan seguir animando a los pobres a someterse." (28 de septiembre de 1941).
"Cuando uno considera de cerca la religión católica, no puede dejar de percatarse de que se trata de una combinación de hipocresía y agudeza en los negocios increíblemente taimada, que manipula con habilidad consumada la arraigada afición de la humanidad a las creencias y supersticiones que sostiene. Es inconcebible que un cura con estudios crea verdaderamente en todos los absurdos emitidos por la Iglesia. (...) Es de lo más evidente que si la Iglesia solamente siguiera las leyes del amor y sólo predicase el amor como medio de inculcar sus preceptos morales, no hubiera sobrevivido mucho tiempo". (9 de abril de 1942).
Como se ha indicado, en la época de estas conversaciones, la guerra era la principal ocupación del Führer, una actividad muy saludable, a tenor de sus palabras:
"Hay que desear al pueblo alemán, por su bien, una guerra cada quince o veinte años. Un ejército cuyo único fin es conservar la paz, solo conduce a jugar a ser soldado". (19 de agosto de 1941).
En cualquier caso, su obsesión y principal objetivo, ya anunciado en Mein Kampf era conquistar los inmensos territorios de la Rusia Soviética para ser colonizados por el pueblo alemán, llegando hábilmente a justificar su expansión con las necesidades vitales de Alemania, al igual que sucedió durante el siglo XIX en el episodio histórico de la conquista del Oeste Americano, que dio lugar a la formación de los Estados Unidos:
"La lucha que sostenemos aquí con los partisanos se puede comparar a la que se libraban con los indios en América del Norte. La raza más fuerte será la que triunfe: nosotros." (8 de agosto de 1942).
Respecto a España, sus sentimientos eran contradictorios. Por un lado veía a un país ingrato, con un dirigente (Franco) que nunca hubiera ganado la guerra civil sin la ayuda alemana, dominado por la Iglesia. Por otro reconocía la bravura del soldado español, demostrada por la actuación de la División Azul en el frente ruso:
"Considerados como tropa, los españoles son una banda de andrajosos. Para ellos el fusil es un instrumento que no debe limpiarse bajo ningún pretexto. (...) Pero los españoles no han cedido nunca una pulgada de terreno. No tengo idea de seres más impávidos. Apenas se protegen. Desafían a la muerte. Lo que sé es que los nuestros están siempre contentos de tener a los españoles como vecinos de sector." (5 de enero de 1942).
El lector que se adentre en estas páginas, no siempre de fácil lectura, ya que el dictador alemán podía ser a menudo repetitivo y plomizo, encontrará a un Hitler alejado de la imagen a la que comúnmente se le asocia, un Hitler un poco más humano, que por eso mismo resulta más aterrador, cuando expone sus planes de sometimiento a razas inferiores con tamaña frialdad e indiferencia por la vida humana.
Un Hitler que puede ser una persona inteligente a su manera, e incluso tener buenas ideas para organizar el Estado y la vida cotidiana de sus ciudadanos, un ser contradictorio, amante de la arquitectura y promotor a la vez de una guerra destructiva y de exterminio, que dista mucho de ser un genio. Resulta curiosa la expresión de sus más íntimos deseos para cuando acabe la guerra:
"Me dediqué a la política contrariando mis aficiones. Por lo demás sólo veo en ella un medio que conduce a un fín. Hay gentes que creen que me sería duro quedarme sin la actividad que tengo ahora. Se engañan enormemente, ya que el día más hermoso de mi vida será aquel que deje atrás la política con sus disgustos y su esclavitud. Cuando concluya la guerra tendré la sensación de haber cumplido con mi deber y me retiraré." (26 de enero de 1942).
¿Cuál era la auténtica personalidad de Hitler? ¿Era tan seguro de sí mismo como se muestra en estas conversaciones? ¿Era un gran fabulador que sabía seducir a su público? Sus conversaciones íntimas nos dan pistas, pero no son capaces de resolver el enigma acerca de las pulsiones que llevaron a un pueblo avanzado y culto a vender su alma colectivamente a los deseos de un individuo que pretendía construir la presunta grandeza de Alemania a costa del exterminio de otros seres humanos.
Hitler era un hombre consagrado al trabajo político y militar, sin apenas vida privada. Sin familia, su pasatiempo favorito era reunirse con sus colaboradores más cercanos y pasar largas horas conversando, aunque en realidad en la mayoría de las ocasiones la velada se convertía en un monólogo del Führer. En 1941, a iniciativa de Martín Bormann, su secretario en aquella época, las palabras de Hitler comenzaron a ser registradas, como la palabra del líder supremo que debía conservarse como guía para las generaciones venideras.
La mayoría de las conversaciones que han llegado hasta nosotros se registraron entre los años 1941 y 1942, la época de mayor expansión del ejército alemán, cuando parecía que iban a vencer definitivamente a la Unión Soviética y dar así fin a la guerra. Los temas que trata Hitler en sus peroratas son muy variados: la marcha de la guerra, sus años de lucha por el poder, las razas superiores e inferiores, defectos y virtudes de sus enemigos (muestra gran admiración por los ingleses), la futura reordenación de Europa, sus gustos arquitectónicos, sus gustos literarios y, ante todo, la justificación continua de sus atroces actos. Lo que sí que es cierto es que las palabras de Hitler denotan una gran seguridad en sí mismo y un enorme convencimiento de estar en posesión de la verdad absoluta.
No es un secreto que Hitler era un lector voraz, aunque muy especial, porque interpretaba las lecturas que le interesaban para ajustarlas a su ideario. Su visión del mundo era absolutamente darwinista: la vida era una continua lucha donde deben prevalecer los más fuertes:
"El más fuerte se impone: es la ley de la naturaleza. El mundo no cambia. Sus leyes son eternas" (23 de septiembre de 1941).
"(...) He aprendido que la vida es una lucha cruel y que no tiene más fin que la conservación de la especie. El individuo puede desaparecer con tal de que haya otros hombres para sustituirlo" (26 de septiembre de 1941).
En este contexto no es de extrañar su obsesión por clasificar a los distintos pueblos y razas y otorgarles unos atributos que las transforman a sus ojos en superiores o inferiores. Respecto a la religión, sobre todo la católica, manifiesta una mezcla de desprecio y lucidez, pues si bien critica su doctrina de igualdad entre todos los seres humanos, es capaz de desvelar su hipocresía:
"La Iglesia (...) afirma que los pobres de espíritu - así como los otros pobres - irán al cielo, mientras que los ricos pagarán con eternos sufrimientos las ventajas de su existencia terrenal. A la Iglesia le lleva a decir esto el acuerdo tácito entre sacerdotes y propietarios, que dan con gusto a la Iglesia un poco de dinero para que puedan seguir animando a los pobres a someterse." (28 de septiembre de 1941).
"Cuando uno considera de cerca la religión católica, no puede dejar de percatarse de que se trata de una combinación de hipocresía y agudeza en los negocios increíblemente taimada, que manipula con habilidad consumada la arraigada afición de la humanidad a las creencias y supersticiones que sostiene. Es inconcebible que un cura con estudios crea verdaderamente en todos los absurdos emitidos por la Iglesia. (...) Es de lo más evidente que si la Iglesia solamente siguiera las leyes del amor y sólo predicase el amor como medio de inculcar sus preceptos morales, no hubiera sobrevivido mucho tiempo". (9 de abril de 1942).
Como se ha indicado, en la época de estas conversaciones, la guerra era la principal ocupación del Führer, una actividad muy saludable, a tenor de sus palabras:
"Hay que desear al pueblo alemán, por su bien, una guerra cada quince o veinte años. Un ejército cuyo único fin es conservar la paz, solo conduce a jugar a ser soldado". (19 de agosto de 1941).
En cualquier caso, su obsesión y principal objetivo, ya anunciado en Mein Kampf era conquistar los inmensos territorios de la Rusia Soviética para ser colonizados por el pueblo alemán, llegando hábilmente a justificar su expansión con las necesidades vitales de Alemania, al igual que sucedió durante el siglo XIX en el episodio histórico de la conquista del Oeste Americano, que dio lugar a la formación de los Estados Unidos:
"La lucha que sostenemos aquí con los partisanos se puede comparar a la que se libraban con los indios en América del Norte. La raza más fuerte será la que triunfe: nosotros." (8 de agosto de 1942).
Respecto a España, sus sentimientos eran contradictorios. Por un lado veía a un país ingrato, con un dirigente (Franco) que nunca hubiera ganado la guerra civil sin la ayuda alemana, dominado por la Iglesia. Por otro reconocía la bravura del soldado español, demostrada por la actuación de la División Azul en el frente ruso:
"Considerados como tropa, los españoles son una banda de andrajosos. Para ellos el fusil es un instrumento que no debe limpiarse bajo ningún pretexto. (...) Pero los españoles no han cedido nunca una pulgada de terreno. No tengo idea de seres más impávidos. Apenas se protegen. Desafían a la muerte. Lo que sé es que los nuestros están siempre contentos de tener a los españoles como vecinos de sector." (5 de enero de 1942).
El lector que se adentre en estas páginas, no siempre de fácil lectura, ya que el dictador alemán podía ser a menudo repetitivo y plomizo, encontrará a un Hitler alejado de la imagen a la que comúnmente se le asocia, un Hitler un poco más humano, que por eso mismo resulta más aterrador, cuando expone sus planes de sometimiento a razas inferiores con tamaña frialdad e indiferencia por la vida humana.
Un Hitler que puede ser una persona inteligente a su manera, e incluso tener buenas ideas para organizar el Estado y la vida cotidiana de sus ciudadanos, un ser contradictorio, amante de la arquitectura y promotor a la vez de una guerra destructiva y de exterminio, que dista mucho de ser un genio. Resulta curiosa la expresión de sus más íntimos deseos para cuando acabe la guerra:
"Me dediqué a la política contrariando mis aficiones. Por lo demás sólo veo en ella un medio que conduce a un fín. Hay gentes que creen que me sería duro quedarme sin la actividad que tengo ahora. Se engañan enormemente, ya que el día más hermoso de mi vida será aquel que deje atrás la política con sus disgustos y su esclavitud. Cuando concluya la guerra tendré la sensación de haber cumplido con mi deber y me retiraré." (26 de enero de 1942).
¿Cuál era la auténtica personalidad de Hitler? ¿Era tan seguro de sí mismo como se muestra en estas conversaciones? ¿Era un gran fabulador que sabía seducir a su público? Sus conversaciones íntimas nos dan pistas, pero no son capaces de resolver el enigma acerca de las pulsiones que llevaron a un pueblo avanzado y culto a vender su alma colectivamente a los deseos de un individuo que pretendía construir la presunta grandeza de Alemania a costa del exterminio de otros seres humanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario