miércoles, 22 de agosto de 2012
HERZOG (1964), DE SAUL BELLOW. LAMENTACIONES DE UN PREPUCIO.
Hace tiempo que tenía ganas de leer algo de Saul Bellow, quizá, junto a Bashevis Singer, el gran representante de la literatura judía contemporánea. Seguramente a Bellow no le gustaría que le calificaran de judío, al menos en el sentido religioso, pero la herencia cultural de su pueblo está impresa en cada una de las páginas de "Herzog".
Es casi seguro que Woody Allen ha inspirado muchos de sus personajes en este protagonista neurótico, al que nada de lo humano le es ajeno, cuyos pensamientos avanzan a tal velocidad que se le convierten en incontrolables, por lo que en muchas ocasiones sus acciones no son coherentes con los mismos:
"El césped estaba en una elevación y desde él se dominaban los campos y el bosque. Formaba una gran mancha de verde, con un gran olmo gris donde se estrechaba más, y la corteza del enorme árbol era de un gris púrpura. Tenía pocas hojas para su enorme tamaño. De sus ramas colgaba un nido de oropéndolas en forma de corazón gris. El velo de Dios sobre las cosas las convierte a todas en unos jeroglíficos. Si no fueran todas ellas tan especiales, detalladas y ricas, me darían más calma. Pero soy un prisionero de la percepción, un testigo a viva fuerza. Y todas las cosas son demasiado excitantes."
A diferencia de sus hermanos, que han montado boyantes negocios y han optado por una vida más material, Herzog es un intelectual puro, pero la cultura le ha hecho infeliz, porque le ha convertido en un ser tan complejo que apenas sirve para las relaciones humanas. Porque para Herzog la cultura, lo académico, no son medios para conseguir prestigio u otras ventajas sociales, sino que son fines en sí mismos. La cultura es una religión que Herzog sigue a rajatabla todos los días de su existencia y por eso su vida personal es un desastre: divorciado dos veces, su última pareja se ha aprovechado de su continua estancia en el limbo para echarlo de su propia casa y presentarse como víctima. La novela cuenta los días de reacción de Herzog, que paradójicamente sólo sabe enfrentarse a esta situación a impulsos, de manera poco racional.
El lector también va a tener que enfrentarse a Moses Herzog y esta no va a ser una tarea sencilla: el continuo torbellino de pensamientos, incluyendo el dictado de cartas imaginarias a los más variados personajes, puede ser apabullante. Pero es mejor zambullirse en esta obra sin ninguna prevención y leer sin demasiadas pausas las aventuras filosófico-sentimentales de este ser que necesita urgentemente encontrarse a sí mismo y ofrecerse una visión del mundo mucho más sencilla que la que hasta ahora ha encontrado en los libros. En el mundo que retrata Saul Bellow, son mucho más felices los simples, los que no buscan una confusa misión trascendental en la existencia.
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ResponderEliminarCuando has mencionado los grandes novelistas judíos del siglo XX, aunque hay muchísimos, entre los más destacados está también Bernard Malamud, al que por lo visto se considera uno de los grandes maestros de Philip Roth.
Cierto que se me olvidaron Roth y Malamud. Precisamente tengo previsto leer en breve algo del primero de ellos, que hace tiempo que lo tengo abandonado...
ResponderEliminarSaludos.
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Buena reseña para una de las mejores novelas del siglo XX. Saludos,
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