martes, 7 de agosto de 2012

EL ANACORETA (1976), DE JUAN ESTELRICH. LAS TENTACIONES DE DON FERNANDO.


He aquí una película injustamente olvidada del cine español. La podría haber dirigido perfectamente Berlanga. O Buñuel. Pero fue el desconocido Juan Estelrich es que se encargó de llevar a la pantalla un genial guión de Rafael Azcona. Fernando Tobajas decidió hace unos años encerrarse en el cuarto de baño de su casa y no salir de allí. Ha arreglado las cosas de modo que su mujer tenga un marido sustituto, que a su vez le lleva la administración de sus cuentas. Él prefiere quedarse con la vida contemplativa, como los eremitas antiguos, como el Simón del desierto de Luis Buñuel, pero con una diferencia fundamental: él es un anacoreta laico y, al no comunicarse con Dios, prefiere hacerlo con el mundo exterior a través de mensajes que lanza por el inodoro. No obstante, su cuarto de baño es un lugar lleno de vida: le visitan los vecinos para echar partidas de cartas y su mujer y el marido sustituto han de usar el baño para la higiene cotidiana. Fernando no se aburre: clasifica sus mensajes y reflexiona acerca de los motivos que le han llevado a tomar tan radical decisión, que el espectador nunca conoce directamente, pero intuye.

Como a todo eremita que se precie, a Fernando le llegarán sus tentaciones, en forma de hermosísima joven que se reta a sí misma a sacar al hombre de su encierro, utilizando como reclamo sus evidentes encantos sexuales. Fernando es un nuevo San Antonio de Flaubert, tentado por la reina de Saba. Pero lo que puede perder este hombre, de caer en la tentación, no es el amor de Dios, que ama sobre todas las cosas el sacrificio humano en su nombre, sino su libertad que, paradójicamente, se encuentra encerrada entre los muros de su prisión voluntaria. Si Fernando pone un pie en la calle, volverá a ser un hombre normal, un hombre vulgar que no se diferenciará en nada de los demás. Si mantiene su encierro, si sigue dando la espalda a la humanidad, seguirá siendo especial, un rebelde de lo espiritual sin religión.

Existen películas geniales rodadas en un sólo escenario: La soga, de Hitchcock, Doce hombres sin piedad, de Lumet o El ángel exterminador, de Buñuel. Solo hacen falta buenos personajes y un guión interesante. Aquí el que sostiene la película es un inmenso Fernando Fernán Gómez, absolutamente creíble en su papel de renegado social. En cuanto a la otra protagonista, Mantine Andó, evidentemente no puede competir con el maestro, así que se limita a enseñar su cuerpo, para tentación de don Fernando y regocijo de la audiencia de aquella época, que acababa de liberarse de la larga sombra del franquismo. Quizá don Fernando tenía razón y la vida merece ser vivida en cualquier parte, incluso en un cuarto de baño, siempre que usemos plenamente de nuestro libre albedrío.

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