miércoles, 29 de agosto de 2012

LOS TRAMPOSOS (1959), DE PEDRO LAZAGA. LOS LADRONES SOMOS GENTE HONRADA.


Recogiendo la tradición de la picaresca española, Pedro Lazaga filmó una de las comedias más inspiradas del cine español de la época. Paco y Virgilio se ganan la vida a base de organizar timos más o menos elaborados. La escena del timo de la estampita, junto a la Estación de Atocha es quizá la más famosa. Lo más insólito de la misma es que se parodie un falangista que todavía lleva un crespón negro recordando la guerra. Además, los dos protagonistas son huérfanos. Otra consecuencia de la guerra, seguramente.

La época en la que fue filmada esta película es la del desarrollismo, cuando la economía española comenzaba su milagroso despegue económico. Al espectador se le muestra un Madrid espléndido, lleno de parques y jardines y que se va asomando a la modernidad a través de su arquitectura (no es casualidad que en más de una escena salgan como fondo las torres de la Plaza de España) y de los nuevos usos económicos y sociales, como las viviendas para trabajadores en las que viven las otras dos protagonistas (Concha Velasco y Laura Valenzuela). Un Madrid dinámico, que ha incrementado notablemente su parque automovilístico y cada día llegan más turistas. Un lugar ideal para nuevas iniciativas empresariales. 

En esta idílica capital, tan sabiamente administrada por los gerifaltes franquistas, Paco y Virgilio son dos elementos discordantes. Representan el pasado, la necesidad de ganarse la vida a base del ingenio picaresco, cuando la modernidad ha traído nuevos yacimientos de empleo y posibilidades honradas de ganarse la vida, queriendo esto decir que Madrid, y con él toda España, es la nueva tierra de las oportunidades. Y esta máxima ha de llegar también a seres parasitarios, aunque simpáticos, como Paco y Virgilio, que un buen día se salieron del buen camino, pero a los que se les ofrece mil y una ocasiones de redimirse, como no paran de recordarles las mucho más integradas féminas de la función.

Y Paco y Virgilio se transforman en lo que modernamente llamamos emprendedores. Y tienen éxito, tanto que incluso hacen saltar las alarmas de los más económicamente poderosos, que están dispuestos a ofrecer algo de confort a sus trabajadores, pero no a soportar que el negocio de unos paletos recién llegados afecte a su cuenta de resultados. Pero también en este sentido los protagonistas son llevados de nuevo al buen camino, al papel que les corresponde: no a conducir Mercedes, sino humildes utilitarios, propios de la clase social a la que pertenecen y de la que no está bien que sueñen con salir. La paz social franquista exige que cada uno ocupe su lugar y todos tan felices.

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