lunes, 27 de agosto de 2012
ECCE HOMO
Vivo en una ciudad donde prácticamente cada mes se derriban edificios de los siglos XVII, XVIII y XIX, donde los cuadros del Museo de Bellas Artes se encuentran embalados desde hace años, donde gran parte del patrimonio arquitectónico (también eclesiástico) se cae a pedazos sin que a casi nadie parezca importarle demasiado. Aunque es un mal endémico de mi ciudad, sé que también sucede en otros lugares. Pero a nadie se le ha ocurrido reírse de los responsables de que esto suceda, nadie denuncia, nadie pide responsabilidades a los gestores del patrimonio histórico y cultural.
Por eso me hace mucha gracia la desmesurada importancia que se le ha dado a la noticia de que a una ancianita de un pueblo perdido se le ocurrió un buen día restaurar por su cuenta y riesgo una pintura de la iglesia de su pueblo que se caía a pedazos y provoca un desaguisado en la misma. De pronto esto se convierte en una primicia a nivel mundial y la gente lo encuentra tan divertido e insólito que peregrina hasta la iglesia para hacerse fotos ante la famosa restauración. De pronto surge una conciencia a nivel mundial acerca de la preservación del patrimonio artístico, pero medio en broma, como excusa para mofarse de una pobre anciana que, usando de su sentido común, actuó donde las autoridades debían haberlo hecho. El resultado es un esperpento, claro, y que esta sea la imagen de nuestro país a nivel internacional no importa demasiado, puesto que ya se encontraba lo suficientemente dañada como para que esta simpática noticia corrobore una vez más nuestra fama (no tan merecida como algunos creen) de pueblo poco serio. Miren ustedes a su alrededor y advertirán más de un ejemplo de agresión al patrimonio artístico mucho más grave que el perpetrado por la ancianita. Al principio, puede que sigan sonriendo. Pero, cuando lo piensen mejor, seguro que ya no les hace tanta gracia.
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