Si hace un par de años me deslumbró la historia que contaba Carrère en "El adversario", este año no he podido resistirme a leer otra obra del mismo escritor, que tampoco es de ficción. En ella el escritor francés evoca la vida de su cuñada, una jueza de primera instancia que falleció de cáncer, para brindar un sentido homenaje a una persona a la que apenas conoció en vida. Aquí el artículo:
Hace algunos
años, Emmanuel Carrère deslumbró al público con su obra El
adversario. Su última
obra, publicada el año pasado en España, sigue siendo la de un escritor que
sabe posar su mirada de una manera muy especial en los aspectos más cotidianos
de la existencia. Aunque escrito de manera literaria, este no es un libro de
ficción, puesto que el autor está contando una experiencia personal, muy
cercana, cuyos aspectos más íntimos están documentados de una manera muy
objetiva, sin excesivas implicaciones emocionales en un relato que podría haber
sido sensiblero. El mismo Carrère explica los mecanismos que le llevan a
escribir acerca de asuntos extraídos de experiencias reales en una entrevista concedida a Diego Salazar:
"Diego Salazar: Hay dos cosas que
a mí me resultan particularmente interesantes de sus libros de no ficción. La
primera es que no solo cuentan una historia, sino que son a su vez una
reflexión acerca del proceso de contarla. Y, por otra parte, los tres, sobre
todo Una novela rusa, pero también El adversario y de De vidas ajenas, son extensas reflexiones acerca de
lo que significa ser hombre, acerca de cómo ser hombre en nuestros días.
Emmanuel
Carrère: Tienes razón, estoy de acuerdo con ello. Para serte sincero no es
algo que tenga demasiado presente mientras escribo, pero sí es verdad que son
dos cosas que me interesan y que de cierta manera me salen de una manera
natural. Ocurre que, en cierta forma, esos libros son mémoires. Me encanta la
posibilidad de escribir mémoires, de trabajar con ese material, aun cuando
estás contando otra historia, aun cuando estás contando una historia criminal o
una historia de amor. Respecto a relatar el proceso de contar la historia, es
algo que a mí me interesa mucho como lector. E imagino que por eso me sale de
una manera muy natural: es algo que me interesa, y no creo que sea aburrido o
que haya que esconderlo." (Revista Letras Libres, mayo de 2012).
La antítesis de "El adversario"
Este es un
relato casi autobiográfico. Se trata de la narración de los últimos días de
Juliette, la hermana de su mujer, que murió de cáncer. Pero De vidas ajenas
trasciende el mero relato para ofrecernos la perspectiva de la vida anterior de
Juliette y su entorno más inmediato: sus esperanzas, sus anhelos, sus
frustraciones y sus pequeños triunfos. Una vida joven que se ve truncada por
una enfermedad inesperada, a la que se intenta dar un sentido que no tiene,
porque la muerte siempre es absurda. En todo caso, Carrère tiene la prudencia
de delimitar este relato respecto al anterior:
"Técnicamente
habría que escribirlo como "El adversario", en primera persona, sin
ficción, sin efectismos y al mismo tiempo era exactamente lo opuesto de
"El adversario", en cierto modo su positivo. Sucedía en la misma región,
el mismo medio, la gente vivía en las mismas casas, leía los mismos libros,
tenía los mismos amigos, pero por un lado estaba Jean-Claude Romand, que es la
mentira y la desgracia personificadas, y por el otro Juliette y Étienne." (Emmanuel Carrère, "De vidas
ajenas", Ed. Anagrama, pag. 63).
El tsunami de 2004 y el sentimiento de culpabilidad
ante el mal ajeno
El comienzo
del libro puede resultar un tanto desconcertante, pues el escenario y la
situación poco tienen que ver con los del resto del relato. Carrère se
encontraba en el sur de Asia en las Navidades de 2004, cuando sucedió la
catástrofe del tsunami. A él no le afectó directamente, ya que su hotel no se
encontraba a pie de playa, pero fue testigo de muchas historias de
desesperación , sobre todo de la muerte de la hija de unos conocidos, que él
podía representarse en aquellos momentos como su propia hija. Podía hacerlo,
pero en realidad su sensación principal era de alivio, porque la desgracia le
había sucedido a otra persona y no a él.
En cualquier
caso, el autor no podía alejarse de un continuo sentimiento de culpabilidad
originado por la impotencia ante la catástrofe. ¿Qué puede pensar un occidental
que está de paso en aquella región ante un suceso de esas características?
Puede hacer como que ayuda durante algunos días, puede pronunciar palabras de
apoyo a quienes no encuentran a sus familiares, acompañarles a los hospitales,
pero en el fondo lo que más desea es salir de allí y volver a su vida de
siempre, rodeada de una falsa burbuja de confort y seguridad, que también puede
ser destruida de la manera más inesperada.
Una tragedia cotidiana provocada por el cáncer
En Francia,
pues, le va a tocar vivir una desgracia mucho más cercana que va a enlazar con
la situación emocional que el protagonista ya traía de la primera historia.
Carrère no conocía demasiado bien a la hermana de su pareja, enferma de cáncer terminal, por lo que en, principio,
cree no va a verse excesivamente afectado por la tragedia en ciernes, tan sólo
en la medida en que lo hará en su ser cercano. Pero aquí se produce el milagro.
La moribunda es una persona y los que le rodean también y él no puede sino
identificarse con el inmenso dolor que va a crearse con la muerte de una madre
de tres niñas, que deja atrás a un marido que no acaba de asimilar la nueva
realidad que se le viene encima.
Así es como
se le ocurrió escribir este libro: el interés humano por el recuerdo de una
individualidad es mucho más potente que el posible olvido. Juliette, la fallecida,
ha ejercido muchos años como jueza. Este es el punto de partida de la
investigación vital de Carrère, que se realiza bajo el principio de que, aunque
las personas son más importantes que los oficios que ejercen, son estos
oficios, en gran medida, los que moldean a las personas. Y en este caso, el
ejercicio de la judicatura, aún en un puesto de poca importancia, constituye la
pasión vital de Juliette y de su compañero y amigo íntimo, el juez Éttiene, muy
identificado con Juliette, no sólo por el trabajo en común, sino porque él
mismo padeció un cáncer en la infancia que le hizo perder una pierna.
Ejercer la judicatura en beneficio de los más débiles
A partir de
aquí el lector tendrá noticia de la ambición vital de ambos, que puede parecer
modesta, pero para muchas personas es una tabla de salvación. Se trata de
limitar el poder de las empresas
prestamistas que exigen
intereses leoninos a unas víctimas que se han visto cegadas por la necesidad a
la hora de firmar el contrato de crédito. Para explicar esta parte de la
historia, de la vida de Juliette y Éttiene, Carrère penetra en el complicado mundo
jurídico y lo hace accesible al lector. La pasión por el trabajo diario es lo
que ha definido a Juliette. Es el mejor homenaje que se le puede otorgar en una
hora tan sombría, donde el horror a la inexistencia lo ocupa todo:
"Todo,
es decir, el horror. El horror moral de imaginar el mundo sin ella, de saber
que no vería crecer a sus hijas, pero también el horror físico, que cada vez
ocupaba más espacio. El horror del cuerpo que se rebela porque siente que va a
ser aniquilado." ("De
vidas ajenas", pag. 159).
El significado íntimo de lo cotidiano
Así pues,
con este relato Carrère continúa con su indagación acerca de la verdadera
naturaleza de un ser humano que si en El adversario se convertía en un
monstruo inescrutable en De vidas ajenas es un ser que dedica su
vocación a intentar hacer la vida más fácil a los más débiles. Nadie como el
escritor francés para acercar al lector esta misteriosa cotidianidad, cuya
significación última ni siquiera nos planteamos.
Acabo de leer este libro y me ha encantado, ha sido todo un descubrimiento.
ResponderEliminarUn abrazo
Me alegro mucho que te haya gustado, Madison. Espero que le hayas echado también el ojo a "El adversario".
ResponderEliminarAbrazos.