domingo, 16 de octubre de 2011
EL PASEO (1917), DE ROBERT WALSER. UN LUGAR EN EL MUNDO.
La escritura siempre tiene algo de locura, pues explicar el mundo a través de algo tan limitado como las palabras se antoja algo imposible. Robert Walser fue un hombre extraño y solitario que llevó una vida errante entre Suiza y Alemania sin encontrar su lugar en el mundo, aunque alcanzó cierta relevancia literaria, hasta que recaló en el sanatorio mental de Herisau, donde quizá encontró algo parecido a la felicidad dando largos paseos, como el que da el protagonista de esta novela, cuya lectura me ha proporcionado una rara serenidad, como si la vida se redujera a eso, a disfrutar de los placeres sencillos, a mirar con asombro todo lo que nos vamos encontrando en nuestro caminar. Lo cotidiano, lo que ni siquera vemos ya porque consideramos vulgar, es narrado por Walser con gran sensibilidad, la del hombre humilde que no tiene más ambición que posar su atenta mirada sobre el mundo. Walser murió mientras paseaba sobre la nieve. Que mejor manera de dejar este mundo y alcanzar la mitología literaria que con esa muerte tan sencilla.
Pero lo expresa mucho mejor que yo el poeta mexicano Luigi Amara, en un artículo publicado en la revista Letras Libres:
"Walser se interesa por las cosas sencillas, ordinarias, fugaces; por esa concatenación imprevista de minucias que a causa de su fluir y evanescencia invocan una mirada igualmente inestable y contraria a toda pedantería; una mirada que las haga brillar por unos segundos para dejarlas después perderse, irremediablemente, abismadas en su futilidad, hundiéndose en la corriente del hábito que todo lo enmohece y degrada."
Y yo me retiro discretamente y dejo que hable el propio Walser:
"Pero basta por completo con que yo mismo sepa lo que soy, y con que sea yo mismo el que mejor informado esté sobre mi persona. A menudo las apariencias engañan, señor mío y lo mejor es dejar el juicio sobre una persona a esa misma persona. Nadie puede conocer tan bien como él mismo a un hombre que ha visto y vivido tanto."
"Amaba en realidad la mayoría de lo que iba viendo de manera fogosa e instantánea."
"Yo me detenía y escuchaba, de repente se apoderó de mí un inefable sentimiento del mundo y una sensación de gratitud, unida a él, que brotaba del alma con violencia."
"Pasear (...) me es imprescindible, para animarme y para mantener el contacto con el mundo vivo, sin cuyas sensaciones no podría escribir media letra más ni producir el más leve poema en verso o prosa. Sin pasear estaría muerto, y mi profesión, a la que amo apasionadamente, estaría aniquilada. Sin pasear y recibir informes no podría tampoco rendir informe alguno ni redactar el más mínimo artículo, y no digamos toda una novela corta. Sin pasear no podría hacer observaciones ni estudios."
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