Mi debilidad por la narrativa gráfica y por la Segunda Guerra Mundial confluyen en este cómic. Pero este no es un cómic cualquiera. "Maus" es una de las obras que más han contribuido a dignificar el séptimo arte y popularizarlo entre los consumidores de productos culturales de calidad. Fue el primer y único cómic (hasta el momento) ganador de premio Pulitzer. Aquí el artículo:
Art Spiegelman es uno de esos autores del noveno arte, junto a otros como Will Eisner o Hugo Pratt, capaces de conseguir que su obra trascienda el ámbito marginal en el que tradicionalmente se ha movido el cómic y llegue al público consumidor de productos culturales de prestigio. Que una historia concebida en el soporte de la narración gráfica ganara el Premio Pulitzer en el año 1992 fue un acontecimiento tan sorprendente como esperanzador para quienes piensan que el cómic no es un medio de expresión menor, sino que puede ser la plataforma para contar historias memorables de una forma original y artística. "Maus hizo que los dibujantes dejáramos de ser unos apestados y subiéramos de categoría. Nos permitió dejar de ser contracultura para convertirnos en cultura", declaró Spiegelman en una ocasión.
Antes del éxito de Maus, Art Spiegelman era conocido sobre todo como autor underground y responsable de la revista Raw.
Aunque es demasiado joven como para haber vivido el Holocausto, su
existencia ha estado siempre condicionada por estos hechos históricos,
ya que sus padres estuvieron en Auswichtz
y un hermano mayor murió a manos de los nazis. El Holocausto era una
herida que aún supuraba en su familia y quizá para conjurar esos
fantasmas se le ocurrió que el mejor material para contar una historia
estaba en la terrible experiencia de sus padres. Maus fue publicado por entregas en la revista Raw en los años ochenta. Posteriormente sus dos partes se publicaron en un volumen unitario.
La Solución Final de los nazis a lo que ellos denominaban problema judío ha dado pie a mucha literatura, a estudios históricos, a obras cinematográficas e incluso series de televisión. Adoptar un punto de vista original para contar una historia sobre el Holocausto no era tarea fácil, pero Spiegelman lo resolvió animalizando a sus personajes, como si de dibujos animados se tratara, pero dando a sus imágenes toda la crudeza que demanda un asunto tan sórdido como el exterminio de seres humanos en masa.
Aquí los judíos son presentados como ratas que son cazadas con suma facilidad por los felinos nazis. Los polacos son cerdos, quizá como referencia a su papel pasivo, cuando no entusiasta, frente a la aniquilación de sus propios vecinos. En la estremecedora película documental Shoah, dirigida por Claude Lanzmann, algunos polacos no pueden evitar sonreír y se regocijan recordando aquellos momentos, cuando los nazis dieron escape a su antisemitismo latente.
Spiegelman no se limita a narrar el itinerario de sus padres hasta los campos del horror, sino que su relato sirve de excusa para hablar sobre las difíciles relaciones con su progenitor, un hombre de trato difícil, muy afectado por las experiencias del pasado y con el que es muy difícil convivir, pues, entre otras cosas, se le quedó grabada a fuego la idea de que, aún contando con considerables ahorros en el banco, la mejor forma de vida es la austeridad más absoluta, que en su caso linda con la avaricia. Cualquier pequeño dispendio que no sea totalmente necesario le parece un crimen y así se lo hace saber continuamente a quienes le rodean.
El propio autor tampoco se muestra a sí mismo como un ser perfecto, sino más bien como un hijo amante de su padre, pero también sumamente interesado, por encima de todas las cosas, en conocer el relato de su vida para culminar su proyecto historietístico, aún cuando se da cuenta de que sacar sus recuerdos a la luz hace sufrir a su progenitor. Y es que el interés de Spiegelman no es tan sólo artístico. Él necesita explicaciones. Explicaciones por una infancia tan dura, por haber sido siempre comparado a su hermano fantasma, conocer, en suma, qué fue el Holocausto y por qué sigue teniendo consecuencias en su propia vida tantas décadas después.
El calvario de los judíos polacos durante la Segunda Guerra Mundial es bien conocido. Vladek, el padre de Spiegelman, tuvo que alistarse en el ejército en la breve resistencia de Polonia contra el poder alemán. Una vez ocupado el país, la vida de los judíos va haciéndose progresivamente más difícil. Si al principio son confinados en guetos, posteriormente serán llevados a campos de trabajo o de exterminio, donde se materializan las tristemente célebres selecciones. Vladek va a lograr sobrevivir con una mezcla de tesón, experiencia en los negocios, habilidad para cualquier tipo de trabajo y suerte. Además, el amor por su mujer y las ganas de estar junto a ella (llegará a poder ayudarla en la distancia) mantienen viva la llama de su esperanza de superviviente.
El dibujo de Spiegelman puede resultar un poco chocante al principio para quienes no suelen moverse en este medio, pero pronto el lector se familiariza con la lógica del relato. Después de decenas de páginas contemplando los avatares de los personajes convertidos en ratas, impresiona la foto auténtica de su padre vestido de prisionero que Spiegelman coloca casi al final de la narración, como homenaje a quien supo sobrevivir al infierno.
Como es sabido, muchos supervivientes judíos se establecieron en Palestina y lograron que la ONU reconociera el Estado de Israel. No es algo comparable al Holocausto, ni mucho menos, pero los israelitas de hoy día tienen confinado al pueblo palestino en un auténtico gueto. Esta historia se narra magistralmente en otro cómic imprescindible: Palestine, de Joe Sacco.
La Solución Final de los nazis a lo que ellos denominaban problema judío ha dado pie a mucha literatura, a estudios históricos, a obras cinematográficas e incluso series de televisión. Adoptar un punto de vista original para contar una historia sobre el Holocausto no era tarea fácil, pero Spiegelman lo resolvió animalizando a sus personajes, como si de dibujos animados se tratara, pero dando a sus imágenes toda la crudeza que demanda un asunto tan sórdido como el exterminio de seres humanos en masa.
Aquí los judíos son presentados como ratas que son cazadas con suma facilidad por los felinos nazis. Los polacos son cerdos, quizá como referencia a su papel pasivo, cuando no entusiasta, frente a la aniquilación de sus propios vecinos. En la estremecedora película documental Shoah, dirigida por Claude Lanzmann, algunos polacos no pueden evitar sonreír y se regocijan recordando aquellos momentos, cuando los nazis dieron escape a su antisemitismo latente.
Spiegelman no se limita a narrar el itinerario de sus padres hasta los campos del horror, sino que su relato sirve de excusa para hablar sobre las difíciles relaciones con su progenitor, un hombre de trato difícil, muy afectado por las experiencias del pasado y con el que es muy difícil convivir, pues, entre otras cosas, se le quedó grabada a fuego la idea de que, aún contando con considerables ahorros en el banco, la mejor forma de vida es la austeridad más absoluta, que en su caso linda con la avaricia. Cualquier pequeño dispendio que no sea totalmente necesario le parece un crimen y así se lo hace saber continuamente a quienes le rodean.
El propio autor tampoco se muestra a sí mismo como un ser perfecto, sino más bien como un hijo amante de su padre, pero también sumamente interesado, por encima de todas las cosas, en conocer el relato de su vida para culminar su proyecto historietístico, aún cuando se da cuenta de que sacar sus recuerdos a la luz hace sufrir a su progenitor. Y es que el interés de Spiegelman no es tan sólo artístico. Él necesita explicaciones. Explicaciones por una infancia tan dura, por haber sido siempre comparado a su hermano fantasma, conocer, en suma, qué fue el Holocausto y por qué sigue teniendo consecuencias en su propia vida tantas décadas después.
El calvario de los judíos polacos durante la Segunda Guerra Mundial es bien conocido. Vladek, el padre de Spiegelman, tuvo que alistarse en el ejército en la breve resistencia de Polonia contra el poder alemán. Una vez ocupado el país, la vida de los judíos va haciéndose progresivamente más difícil. Si al principio son confinados en guetos, posteriormente serán llevados a campos de trabajo o de exterminio, donde se materializan las tristemente célebres selecciones. Vladek va a lograr sobrevivir con una mezcla de tesón, experiencia en los negocios, habilidad para cualquier tipo de trabajo y suerte. Además, el amor por su mujer y las ganas de estar junto a ella (llegará a poder ayudarla en la distancia) mantienen viva la llama de su esperanza de superviviente.
El dibujo de Spiegelman puede resultar un poco chocante al principio para quienes no suelen moverse en este medio, pero pronto el lector se familiariza con la lógica del relato. Después de decenas de páginas contemplando los avatares de los personajes convertidos en ratas, impresiona la foto auténtica de su padre vestido de prisionero que Spiegelman coloca casi al final de la narración, como homenaje a quien supo sobrevivir al infierno.
Como es sabido, muchos supervivientes judíos se establecieron en Palestina y lograron que la ONU reconociera el Estado de Israel. No es algo comparable al Holocausto, ni mucho menos, pero los israelitas de hoy día tienen confinado al pueblo palestino en un auténtico gueto. Esta historia se narra magistralmente en otro cómic imprescindible: Palestine, de Joe Sacco.
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