viernes, 18 de septiembre de 2009

EL TRIUNFO DE LA VOLUNTAD (1935), DE LENI RIEFENSTAHL. RUMORES DE GUERRA.


Leni Riefenstahl constituye un caso muy singular dentro de la historia del cine. Al contrario que otros directores que comenzaron a hacer carrera en Alemania en su misma época como Fritz Lang, Billy Wilder o Ernst Lubitsch que huyeron de aquel país para realizar una próspera carrera en Hollywood, la directora se dejó seducir por Hitler, que le encargó documentar los congresos del partido nazi en Nuremberg durante tres años consecutivos. Fruto de ello nace este "Triunfo de la voluntad", su obra más conocida, una película asombrosa. Pero vayamos por partes.

Cuando hablamos de un documental que retrata a los nazis en todo su poderío y esplendor debemos ir con pies de plomo a la hora de repartir elogios. Tenemos que distinguir entre la prodigiosa técnica del film y su repugnante mensaje. Un contraste tan agudo rara vez se da en una obra de arte.

Respecto a las técnica usada en el documental, se adelantan en muchos años a su tiempo y denotan a una directora en estado de gracia, que sabe jugar perfectamente con las emociones del espectador, convirtiendo un mero desfile en un gran espectáculo propagandístico. Una película que sobrepasa ampliamente los fines para los que fue concebida y que dota a cada una de sus imágenes de una extraña y perturbadora fuerza. Hitler no nos es presentado como un mero gobernante, sino como un líder mesiánico que va a redimir al pueblo alemán y lo va a guiar hacia una nueva edad de oro. Las primeras imágenes en las que las nubes se disipan cuando el avión de Hitler sobrevuela la ciudad representan a un semidiós bajando del cielo para encontrarse con sus súbditos.

Pero tanta belleza, como sabemos, esconde una gran mentira. Uno no puede sino imaginarse la hermosa ciudad de Nuremberg, tal y como se nos presenta desde el cielo, solamente una década después, cuando los aviones aliados la han arrasado, junto a otras muchas en Alemania, terminando en una década con el sueño del Reich de los mil años. Las grandes masas que veneran al líder parecen, vistas hoy, corderos esperando ser llevados al matadero. Toda esa felicidad que desprende la sana y manipulada juventud alemana en las imágenes de Riefenstahl pronto se va a traducir en horrendos crímenes, en guerras de aniquilación y en bíblicas venganzas contra el pueblo alemán por parte de los agredidos.

El contenido del discurso de Hitler es totalmente vacío, pero las palabras vacías son las que más exaltan a las masas. Los calculados desfiles son un gran espectáculo que, más que hablar al pueblo, hablan al futuro enemigo, le lanzan un mensaje agresivo y amenazante. El fascismo necesita enemigos para sobrevivir, tanto internos como externos, necesita alimentarse de violencia y Hitler no hace otra cosa que fabricar la gran bomba de relojería que llevaría al mundo a los mayores abismos de su historia. Claro que no solo estaba Hitler. Había otros actores que estaban dispuestos a jugar la partida. Hitler comenzaba a enseñar sus cartas a la vez que sus dientes. Esta era su voluntad. Por suerte no fue su triunfo.

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