lunes, 21 de septiembre de 2009

ÁVILA.


La primera impresión que tuve al llegar al centro histórico de Ávila es que parece una ciudad recién hecha, pues el estado de conservación de sus antiguos edificios es impecable. La muralla que la circunda constituye un espectáculo en sí misma. Vista desde la distancia parece abrazar protectoramente a sus habitantes. Toda la ciudad está dotada de sentido artístico, también la muralla. Tuvimos la suerte de alojarnos en un magnífico hotel: el Palacio de los Velada, un palacio del siglo XVI completamente restaurado, con un hermoso patio. Estaba situado frente a la catedral, por lo que pudimos empezar a conocer la ciudad dando un paseo nocturno entre calles y callejones realmente evocadores, repletas de iglesias, conventos, palacios e historia.

De la catedral, lo primero que llama la atención es lo singular del color de las piedras de su fachada. Fue comenzada en estilo románico y culminada como gótica. Alberga en su interior numerosos tesoros que sería muy prolijo enumerar aquí. Una visita sosegada puede durar alrededor de una hora.

La estrella omnipresente de Ávila es Santa Teresa de Jesús. Su convento es como un pequeño supermercado de medallas, postales, libros o estatuillas, todas dedicadas a la Santa. Cuando era pequeño y lo visité, me quedé con la imagen del dedo incorrupto de Santa Teresa, con su anillo. Allí sigue, tal y como lo presencié hace casi veinticinco años. En realidad nada ha cambiado en el centro de Ávila desde hace siglos. Su nivel de conservación es asombroso.

Hay que disfrutar Ávila despacio, pasear por sus calles y observar detenidamente sus edificios de piedra, testigos imperturbables de tantas generaciones que nos han precedido...

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