miércoles, 2 de septiembre de 2009

RÍO BRAVO (1959), DE HOWARD HAWKS. LA LECCIÓN DEL MAESTRO.


Solo los grandes maestros son capaces de arrancar una película de la manera en que esta lo hace: casi sin palabras, presentando unos personajes y una situación que van a mantener el interés del espectador desde el principio hasta el fín. Es la magia del cine clásico, en el que los actores no actúan, sino que se encarnan en sus personajes. John Wayne, el melancólico sheriff Chance, que cumple con su deber de manera metódica y tranquila, poniendo por encima de todo los principios de amistad y honradez. Dean Martin, el ayudante borrachín, víctima de una jugada de una mala mujer. Para él la narración se va a convertir en un esfuerzo de redención. Ricky Nelson, el joven prudente y observador, que ayudará al sheriff por motivos personales y Walter Brennan, en su eterno personaje de anciano gracioso y leal. Cuatro personajes enfrentados a una situación límite a la que no dan la espalda en ningún momento.

Esto es Río Bravo. Símplemente una de las mejores películas de la historia, que trasciende el género del western para convertirse en un ensayo acerca de las emociones humanas. Ninguno de los personajes toma el camino fácil de la huida, sino que se enfrentan a los malhechores a la vez que lo hacen con sus demonios personales. Caso especial es el del personaje de Dean Martin y su batalla contra el alcoholismo. Solo la fidelidad de su amigo el sheriff le va a permitir volver a ser quien era.

Un par de escenarios, el saloon, una calle y la comisaria bastan a Hawks para contar su historia. Solo algunas escenas de acción perfectamente medidas. El resto es para desarrollar a los personajes. Cuanto aprenderían muchos de los actuales responsables del cine "de acción" asomándose a obras como estas...

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