III
Como ya he sugerido, esta desesperanza fue lo que causó su muerte, que a nadie cogió por sorpresa. Se organizó una capilla ardiente en la librería y se procedió a la lectura de su testamento. Las lágrimas caían por mis mejillas cuando tuve que leer lo siguiente, en relación con el asunto que le había atormentado durante sus últimos años: "Hemos vendido nuestra alma a cambio de unas pocas ventas. Antes éramos generosos y amantes de nuestro trabajo. Los clientes entraban por la puerta y nosotros intentábamos hacerles mejores personas a través de la letra impresa, que para mí siempre ha tenido un carácter sagrado." Pero el viejo nos tenía reservada una sorpresa y, leyendo sus últimas voluntades, no pude dejar de esbozar una sonrisa. A la mañana siguiente, toda la avenida donde se encontraba la librería amaneció regada de libros. Los libros que habían permanecido en los últimos tiempos medio ocultos por falta de un lector que los escogiera, salían a la calle a buscarlo. El torrente de libros desembocaba en el establecimiento que tantos años había dirigido don Benigno, donde se encontraba su capilla ardiente. Las personas que iban paseando, sorprendidas por el insólito espectáculo, se quedaban observando las filas de libros y una suave voz en su interior les decía cual debían escoger. Seguidamente, con su volumen bajo el brazo, presentaban sus respetos a quien les había hecho tan maravilloso regalo. Durante toda la jornada, una ininterrumpida fila de personas agradecidas se presentaron ante el ilustre difunto. Fue la jornada más memorable en la larga existencia de la librería "La casa de las palabras", cuando volvió al espíritu que siempre la había guiado y que no volvería a abandonar jamás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario