miércoles, 1 de abril de 2009
ARRANCAD LAS SEMILLAS, FUSILAD A LOS NIÑOS, DE KENZABURO OÉ. EL FÍN DE LA INFANCIA.
(Libro comentado ayer en el club de lectura de Fnac Málaga).
Extraordinaria primera novela de un Kenzaburo Oé, la cual publicó con solo veintitrés años. La acción transcurre a finales de la Segunda Guerra Mundial en Japón. Un grupo de niños de un reformatorio es trasladado a una remota aldea. Son niños acostumbrados a ser tratados cruelmente, pero la experiencia que vivirán en la aldea les hace descender, a los ojos de los campesinos, al nivel de animales. En el pueblo se declara una epidemia. Sus habitantes huyen y dejan a los niños a su suerte. Durante unos días, llenos de acontecimientos desagradables, los chavales disfrutarán al menos de una efímera libertad y podrán gozar de algún momento feliz.
Oé no ahorra descripciones repulsivas: el montón de animales muertos que los niños han de enterrar, las heridas provocadas al soldado fugitivo (uno de los personajes más positivos de la novela, el único adulto que mantiene la cordura, adopta una posición pacifista ante la guerra e intenta aliviar algo las penas de los chicos), la continua acechanza de la muerte y la guerra, siempre presente en toda la narración como un rumor distante.
En la contraportada se compara esta novela con Mark Twain ¿? y con "El señor de las moscas", de William Golding. Con el primero no tiene nada que ver, tal y como comentamos ayer. Con el segundo si que cabría establecer alguna relación, aunque las diferencias son bastante notables también en este caso. En "El señor de las moscas" unos muchachos educados en uno de los mejores colegios británicos tienen un accidente aéreo y terminan en una isla desierta y paradisiaca. Terminan volviéndose unos salvajes. En la novela que comentamos unos muchachos "educados" y maltratados en un reformatorio son abandonados en un pueblo bajo la amenaza de una epidemia. Se organizan como sociedad libre y sacan lo mejor de su naturaleza para afrontar una situación verdaderamente terrible, aunque con matices. El sentimiento de camaredería es el imperante entre ellos, aunque sí que cometen algunas barbaridades. El protagonista se enamora de una niña huérfana y la viola, aunque la niña le expresa posteriormente su agradecimiento por el cariño y comida recibidos. Aprende pronto lo que le conviene para sobrevivir. Los cinco días de libertad acabarán abruptamente con el regreso de los campesinos. El final es memorable y aterrador.
Una novela admirable, con personajes bien definidos que nos habla sobre la condición humana. Aquí son los adultos los miserables y mezquinos, los dedicados a una guerra inútil que desangra a Japón y que tratan a unos pobres niños como a delincuentes, unos niños que demuestran tener mucha más dignidad que sus mayores, unos niños expuestos a los peores horrores, pero que son capaces todavía de organizar juegos y comportarse como tales. El narrar desde el punto de vista de uno de ellos es todo un acierto, pues le da al relato una veracidad y autenticidad del que quizá carecería contado por una voz adulta, aunque algunas de sus reflexiones no sean propias de la infancia y adolescencia:
"La "muerte", para mí, era mi falta de existencia dentro de cien años y dentro de varios siglos, mi falta de experiencia en un futuro que se alargaría infinitamente. En aquellas lejanas eras también habría guerras, encerrarían a los niños en reformatorios, habría chicos que ofrecerían sus servicios a homosexuales y habría personas que llevarían una vida sexual completamente normal. Pero yo no lo vería. Me mordí los labios, con el pecho oprimido por el miedo, y reflexioné. (...)"
Me apetece mucho seguir leyendo literatura japonesa.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario