martes, 28 de agosto de 2018

GUERRA (2011), DE SEBASTIAN JUNGER. CUANDO ÉRAMOS SOLDADOS.

Cuando, después del 11 de septiembre, Estados Unidos invadió Afganistán, sus militares sabían sobradamente que entraban en un avispero y el éxito inicial de la operación no engañó a nadie: todos sabían que pacificar el país y expulsar definitivamente a los talibanes iba a ser una tarea de años, una tarea que todavía no ha concluido y que no sabemos si alguna vez lo hará con éxito. El periodista y escritor Sebastian Junger pasó largas temporadas con los soldados en una de las zonas más peligrosas del país: el valle del Korengal, un territorio agreste y montañoso que linda con Pakistán. Fruto de estas experiencias son sus artículos para la revista Vanity Fair y este volumen titulado crudamente Guerra, una brillante aproximación a lo que significa ser soldado.

Guerra no pretende ser un ensayo político. No juzga si la presencia de Estados Unidos en Afganistán es lícita o no. Lo que le interesa a Junger es moverse con los soldados, narrar su día a día y tomar confianza con ellos hasta formar parte del grupo, punto en el cual muchos de los combatientes se sinceran con él y le confían sus más íntimos pensamientos. El enemigo al que se enfrentan es escurridizo, se mezcla con el pueblo y organiza una guerra de emboscadas, intentando golpear en los momentos más inesperados y salir corriendo (antes de que lleguen los helicópteros Apache). En estas condiciones, ocupando un terreno difícil y sin poder confiar del todo en la población, la enorme ventaja tecnológica del ejército estadounidense no puede ser aprovechada en la medida en que quisieran sus oficiales:

"Los talibanes parecían tener un equivalente o una contramedida para todas y cada una de las ventajas tecnológicas estadounidenses. Si los helicópteros Apache tienen aparatos de visión termal que detectan el calor corporal sobre una ladera, los combatientes talibanes desaparecen cubriéndose con una manta sobre una roca caliente. Si los estadounidenses usan aviones robot para  localizar al enemigo, los talibanes pueden hacer lo mismo observando las bandadas de cuervos que vuelan en círculos sobre los soldados estadounidenses buscando restos de comida. Si los norteamericanos disfrutan de una potencia de fuego virtualmente ilimitada, los talibanes envían a un solo hombre contra toda una base de artillería. Tanto si muere en el intento como si no, habrá conseguido atrancar toda la maquinaria durante un día más. «En la guerra todo es sencillo, pero lo más sencillo resulta difícil —escribió el teórico militar Carl von Clausewitz en la década de 1820—. Las dificultades se acumulan y acaban produciendo una especie de fricción»"

Y precisamente esta fricción, estas astillas en los mecanismos de funcionamiento de la enorme maquinaria bélica imperial que los acosa es lo buscan los talibanes. Que pasen los días, los meses y los años y que nadie tenga ni idea de si la guerra se está ganando o perdiendo. Que existan periodos prolongados de paz, en los que parezca que todo ha cambiado, para romperlos de la manera más inesperada mediante un ataque suicida. Los soldados sufren física y psicológicamente, más con la espera y con la innacción que con las escaramuzas, que al menos les sacan del aburrimiento. Aunque no lo dicen abiertamente (excepto cuando la tranquilidad se prolonga demasiado), todos anhelan el combate, pues para eso están allí, aunque después se tengan que lamentar amargamente de la pérdida de un compañero.

Y este último punto precisamente el que más diferencia a esta guerra de la de Vietnam. Los soldados que van a Afganistán son voluntarios y saben a lo que se exponen. Junger hace mucho hincapié en la cohesión de grupo entre ellos: lo que les hace sobrevivir a los combates no es su pericia individual, sino el entrenamiento y los lazos entre los miembros de grupo, hasta el punto de que cada uno de ellos está dispuesto a sacrificarse por sus compañeros. Además, aunque las noticias de la guerra hayan ido perdiendo paulatinamente interés en casa, el hecho de que su semilla sea un acontecimiento tan tremendo como el 11 de septiembre, mantiene el apoyo de la opinión público a lo que ellos están haciendo. El autor de La tormenta perfecta ha escrito un libro importante, no por lo que cuenta, sino por la forma de hacerlo, tan sincera y a la vez tan objetiva, sin proselitismos, pero sin dejar de reconocer el sacrificio de unos jóvenes que sienten que están haciendo algo por la seguridad de su país, sea esto último cierto o no. Como curiosidad, el escritor aparece en un cameo de la segunda temporada de la serie The affair.

viernes, 24 de agosto de 2018

LOS VIAJES DE GULLIVER (1726), DE JONATHAN SWIFT. EL ESPEJO DEL HOMBRE.

Durante muchas décadas se ha considerado a esta novela, fundamental en la historia de la literatura, como perteneciente a la rama infantil de la misma. En España, las ediciones que se publicaban estaban lastradas y se consideraba una lectura ingeniosa y fantástica más bien dirigida a niños y jóvenes, obviando el tremendo mensaje satírico que contienen los Viajes de Gulliver

La novela puede ser leída en varios niveles: como una mera narración fantástica y de aventuras, muy entretenida, pero intrascendente en el fondo, como una crítica - que solo podían entender plenamente quienes estaban versados en la época - de la política inglesa a principios del siglo XVIII o como una sátira mucho más profunda que abarcaría todos los aspectos de la especie humana. Los seres humanos, sean extraordinariamente grandes o pequeños, con los que Gulliver se encuentra en sus aventuras son imperfectos: someten a sus pueblos a violentos conflictos por los asuntos más absurdos (tal y como sucedía en Europa entre protestantes y católicos) y el autor registra las costumbres más absurdas que, en el fondo, son espejo de las nuestras. Solo cuando llega al país de los houyhnhnms, que son caballos racionales, descubre la sociedad perfecta, sin conflictos y empieza a sembrar en su espíritu un profundo odio hacia el género humano. Como si nos encontráramos ante un caso de mayéutica socrática, es el interrogatorio al que le someten sus anfitriones el que le hace tomar conciencia de lo monstruoso del proceder del hombre:

"Me preguntó qué causas o motivos habituales hacían que un país se alzara en guerra contra otro. Le contesté que eran innumerables, pero que le citaría sólo algunas. Unas veces era la ambición de los príncipes, a quienes nunca les parecía que tenían suficiente territorio o gente que gobernar; otras la corrupción de los ministros, que involucraban a su señor en una guerra a fin de desviar el clamor de los súbditos contra la mala administración de ellos. Las diferencias de opinión han costado millones de vidas; por ejemplo, si la carne es pan o el pan carne; si el jugo de cierta baya es sangre o vino; si silbar es virtud o vicio; si es mejor besar un madero o arrojarlo al fuego; qué color es mejor para una casaca, el negro, el blanco, el rojo o el gris, y si debe ser larga o corta, estrecha o ancha, y estar sucia o limpia, y cosas así. Y no ha habido guerras más furiosas y sangrientas, ni más largas, que las ocasionadas por una diferencia de opinión, especialmente sobre cosas indiferentes."

Y tan jugoso diálogo, que no deja títere con cabeza, sigue durante muchas páginas. Y por supuesto, nuestros sistemas legislativos no pueden quedar impunes. El texto abunda en males que siguen presentes en los pleitos actuales y la sobreabundancia de leyes tan ambiguas que pueden ser interpretadas en múltiples sentidos:

"Hay que decir asimismo que esta sociedad tiene una jerga propia que ningún otro mortal es capaz de entender, y en la que están escritas todas sus leyes, que ponen especial cuidado en multiplicar; por donde embrollan completamente la esencia misma de la verdad y la falsedad, lo justo y lo injusto; de manera que se tarda unos treinta años en decidir si el campo que me dejaron mis antepasados durante seis generaciones me pertenece a mí, o pertenece a un extraño que vive a trescientas millas."

El pesimismo que trasluce Swift en los últimos capítulos hace que el ser humano pueda ser representado más como un salvaje yahoo que como un honrado houyhnhnm. Aquí los deseos humanos más corrientes (dinero, poder, lujuria, conocimiento...) son presentados como objetivos por los que hay que pagar un precio demasiado alto, siendo la serenidad de espíritu y la honradez las virtudes más altas y las menos comunes entre nosotros. Frente a lo que asegurará Rosseau poco después, el hombre-yahoo es malo por naturaleza y la organización social no hace sino enmascarar levemente su verdadera esencia corrupta.

jueves, 23 de agosto de 2018

EL REGRESO LIBERAL (2017), DE MARK LILLA. MÁS ALLÁ DE LA POLÍTICA DE LA IDENTIDAD.

La sorprendente victoria de Donald Trump, que primero se impuso a los demás candidatos del partido Republicano y después convenció con un discurso simplón y poco elitista a buena parte de los ciudadanos estadounidenses, todavía está siendo digerida por amplios sectores de la izquierda y el liberalismo. Que un tipo así haya logrado llegar a la Casa Blanca habla a la vez de las grandezas y de las miserias del sistema americano. No obstante, el poder de Trump no es absoluto. Existen contrapesos políticos, judiciales y sociales que pueden hacer muy incómoda su presidencia, aunque hasta el momento el mejor calificativo para valorarla sea el de caótica.

Para Mark Lilla, uno de los intelectuales académicos más influyentes de Estados Unidos, la victoria de Trump no era tan improbable, si nos atenemos a la división social tan profunda que ha atravesado el país en los últimos años. La izquierda se ha hecho demasiado academicista, elitista, y se ha apartado de los problemas reales del americano medio. Es más: se ha acogido a un discurso identitario que se ocupa casi en exclusiva de los problemas de las minorías, una actitud muy loable si no fuera porque muchos ciudadanos se sienten excluidos del mismo, ya que, por ejemplo, en la campaña de Hillary Clinton no se hizo referencia a ellos. Tal y como dice el propio Lilla en una entrevista concedida a ABC:

"Recuerdo la campaña electoral de Hillary Clinton, tan centrada solo en asuntos de minorías, afroamericanos, mujeres, homosexuales, pero sin dirigirse a votantes tradicionales por su nombre, trabajadores de tradición demócrata. Fue como si se le hubiera olvidado que existían y contaban para el partido. Uno de cada cinco votantes se reconoce como cristiano evangélico. No aparecían en películas o anuncios. Los acentos sureños también fueron infrarepresentados." 

Es como si la izquierda liberal se sintiera cómoda con cierta clientela y excluyera el diálogo con todos los demás, como si no quisiera buscar un consenso ciudadano que evitara ciertos dogmatismos. Lilla se refiere de manera constante a dos presidencias que marcaron y siguen marcando la política estadounidense: la de Roosevelt, basada en el intervencionismo estatal y la redistribución de la riqueza, después del crash del 29 y la de Reagan, que propugnó el individualismo con una mínima intervención estatal: la creación de riqueza como prioridad a la lucha contra la pobreza. Ninguna presidencia del siglo XX ha sido tan influyente. Ni tan antagónicas. La izquierda no ha sabido o no ha podido poner contrapesos al ultraliberalismo económico que llevó a la crisis del 2008, porque se ha dedicado a otros asuntos:

"Se podría pensar que, ante la nueva imagen antipolítica del país, los liberales habrían respondido con una visión imaginativa y esperanzada de lo que compartimos como estadounidenses y de lo que juntos podríamos conseguir. En cambio, se han perdido en la maraña de la política de la identidad y han desarrollado una retórica resentida y fragmentadora de la diferencia para acompañarla. (...) Uno podría pensar que, frente al dogma del individualismo económico radical que normalizaba el negacionismo, los liberales habrían utilizado sus posiciones en nuestras instituciones educativas para enseñar a los jóvenes que comparten un destino con todos sus conciudadanos y tienen deberes hacia ellos. En vez de eso, enseñaron a los alumnos a ser espeleólogos de sus identidades personales y los dejaron sin curiosidad sobre el mundo que estaba fuera de su cabeza."

El reto de la izquierda es recuperar el concepto universal de ciudadanía y dejar un poco de lado la defensa específica de ciertos grupos sociales, con sus lamentaciones reales o ficticias, y sus exigencias de reparación histórica. En los campus universitarios, que es de donde han surgido todos estos movimientos, derivados de lo políticamente correcto, cada vez es más difícil un debate libre y sincero sin el riesgo de ofender a quienes están predipuestos a ser ofendidos. Y es que el papel del censor, tradicionalmente ocupado por la derecha, hace tiempo que ha cambiado de bando:

"Los identitarios de izquierdas que piensan en sí mismos como criaturas radicales, discutiendo esto y transgrediendo aquello, se han convertido en institutrices protestantes con respecto al idioma inglés, diseccionando cada conversación en busca de locuciones indecorosas y después golpeando en los nudillos a los que las utilizan sin darse cuenta."

lunes, 20 de agosto de 2018

LIBRERÍAS (2013), DE JORGE CARRIÓN. LUGARES DE PERDICIÓN.

Las librerías son templos laicos consagrados al saber. Pero no, no son eso, o no son solo eso. Son lugares impregnados de una magia especial donde un lector puede sentirse como en el propio hogar. Los que somos viciosos de la lectura buscamos siempre, incluso de manera inconsciente, dónde están situadas las librerías principales de las ciudades a las que viajamos. Así, yo me he hecho visitante habitual de la librería Verbo de Sevilla, de Picasso en Granada, de la Casa del Libro de Córdoba o Luces en Málaga. Cuando puedo ir por Madrid no puedo dejar de pasar por la Central de Callao, entre otras muchas. Por supuesto, me gustan los establecimientos grandes y espaciosos, donde pueda moverme a mis anchas y sin ser observado, donde incluso pueda sentarme un rato a ojear un volumen sin que nadie me lo reproche e incluso salir con las manos vacías si nada ha llamado mi atención. También me gustan los establecimientos ocultos, que aparecen de las maneras más inesperadas, como la gran nave repleta de libros de saldo que oculta un pueblo del extrarradio de Granada. Por eso estoy de acuerdo en cómo expresa el autor estos sentimientos:

"(...) la librería como templo donde se albergan ídolos, objetos de culto, como almacén de fetiches eróticos, fuente de placer. La librería como iglesia parcialmente desacralizada y convertida en sex shop. Porque la librería se nutre de una energía objetual que seduce por acumulación, por abundancia de oferta, por dificultad de definir la demanda, que se concreta cuando se encuentra al fin el objeto que excita, que reclama una compra urgente y una posible lectura posterior." 

Librerías está dedicado a describir el más noble de los vicios, la más saludable de las enfermedades, el arte de visitar estos establecimientos, aunque el caso de Jorge Carrión es envidiable, porque describe librerías de medio mundo, algunas en lugares tan apetecibles como Buenos Aires o Ciudad de México, en las que seguramente encontraremos una oferta de volúmenes en castellano muy diferente a la ya muy homogeneizada de las que existen en nuestro país. Y ese es el principal problema de una actualidad que solo vive a golpe de novedades y libros más vendidos, hasta el punto de que es difícil encontrar títulos que eran abundantes en las estanterías solo hace un año. Por supuesto, también podría hablarse de bibliotecas, pero en estas magníficas instituciones queda fuera uno de los elementos principales de la placentera ecuación: el fetichismo de la posesión, de la contemplación del volumen y de las anotaciones personales en el mismo.

Si bien las librerías han ganado en espacio y muchas de ellas en espectacularidad, se ha perdido mucha de la diversidad que las hacía atractivas antaño. El último capítulo (el libro es de 2013), está dedicado a analizar superficialmente la presunta amenaza que constituyen los ebooks, que no han hecho descender demasiado las ventas de libros en papel (la crisis económica sí que lo hizo, haciendo además que se cerraran numerosos establecimientos)  ni tampoco creo que hayan logrado enganchar a muchos nuevos lectores, independientemente de la indudable utilidad que tienen estos aparatos para los que ya no nos queda apenas espacio en nuestras bibliotecas particulares. En cualquier caso, espero que las librerías tradicionales no mueran nunca, que sigan siendo el lugar ideal para pasar una tarde de verano o de invierno.

miércoles, 15 de agosto de 2018

CALÍGULA (1944), DE ALBERT CAMUS. EL DELIRIO DEL PODER.

Calígula, escrita cuando la Segunda Guerra Mundial llegaba a su fin, puede inscribirse, junto a El extranjero, en un modelo de literatura de un existencialismo que entronca con el nihilismo, con el absurdo de la existencia humana. Los horrores que se habían presenciado en la contienda eran difícilmente asimilables por los intelectuales: no había referencias a las que aferrarse y todo aquel espectáculo de muerte y destrucción era demasiado desmesurado como para ser descrito. Pero cabía centrarse en el pensamiento de un solo hombre, de un Calígula que era representante del poder absoluto que produce monstruos.

El desencadenante del drama del emperador es la muerte de su hermana y amante Drusila. En aquel instante Calígula toma conciencia de que el poder terrenal no es capaz de amoldar la realidad a gusto de su poseedor y de que "los hombres mueren y no son felices". A pesar de desencadenar una política de terror entre los patricios del círculo que le rodea (lo que recuerda mucho a la actuación de Stalin en los años treinta), el emperador es un hombre angustiado, que envidia el poder de los dioses y sabe que la vida es impredecible:

"Me gusta la seguridad, la necesito. La mayoría de los hombres son como yo. Les resulta imposible vivir en un universo en el que, en un segundo, el pensamiento más extravagante puede penetrar en la realidad, en el que, las más de las veces, ese pensamiento penetra en ella como un cuchillo en el corazón. Yo tampoco quiero vivir en semejante universo. Prefiero saber por dónde piso."

Al final, en la culminación de su locura, el protagonista de que jamás va a poder alcanzar la felicidad, ni siquiera cierta serenidad de espíritu. Su carácter inquieto le hace preguntarse constantemente acerca de su condición humana, lo que le acerca y a la vez le aleja de sus súbditos. El mundo, tal y como es, dista mucho de estar hecho a la medida de los hombres. O uno se conforma e intenta adaptarse - y esta opción no es para él - o sale de él. Este Calígula, tan egocéntrico, de humor tan cambiante y caprichoso, recuerda inquietantemente a un personaje contemporáneo, a Donald Trump. 

Albert Camus resumió así el espíritu de su obra:

"Es la historia del más humano y el más trágico de los errores. Infiel a los seres humanos a causa de su excesiva lealtad a sí mismo, Calígula consiente en morir después de darse cuenta de que no se puede salvar solo y que nadie puede ser libre en contra de otros."

sábado, 4 de agosto de 2018

FRANCO. BIOGRAFÍA DEL MITO (2014), DE ANTONIO CAZORLA. LA SOMBRA DEL CAUDILLO ES ALARGADA.

A pesar dd que murió hace más de cuarenta años, Francisco Franco sigue presente en el debate político español y su figura sigue suscitando pasiones, aunque en estos tiempos las voces favorables o comprensivas con su legado sean - afortunadamente - cada vez más escasas. El hecho de que una medida tan higiénica como sacar al dictador de ese mausoleo siniestro y de mal gusto que es el Valle de los Caídos sea todavía polémica, dice mucho de lo que nos queda todavía para superar un pasado traumático y mirar los hechos desde una perspectiva histórica y constatar que la dictadura en nuestro país fue una anomalía en el contexto democrático europeo.

Pero lo que más le interesa a Antonio Cazorla es estudiar cómo fue posible que Franco se mantuviese tantos años en el poder, sin apenas sobresaltos, mientras una gran mayoría de españoles, aparentemente, le otorgaba un apoyo entusiasta. Lo cierto es que el autoproclamado Caudillo fue ante todo un hombre oportunista, cuya mejor cualidad fue siempre la astucia en favor de la consolidación de su poder personal, nunca de los españoles, que fueron tratados durante la mayor parte de su mandato como los súbditos de una especie de cortijo privado, excepción hecha de aquellos que supieron aprovechar sus influencias para realizar fabulosos negocios con el Régimen.

Los que glorifican la obra de Franco y llegan a decir que su legado puso las bases para que fuera posible una democracia en España, suelen olvidar los durísimos años cuarenta y cincuenta, veinte años de hambre y privaciones que fueron soportados estoicamente por los más pobres. A ningún gobierno democrático se le hubiera consentido eso, veinte años de privaciones, para después conseguir una recuperación tremendamente espectacular, pero a la que ayudó la emigración a Alemania y otros países de cientos de miles de españoles. 

Mientras tanto, el Régimen fue consolidando el mito de Franco como el de un hombre providencial que había salvado a España, primero del comunismo y después de la Guerra Mundial. En 1936, Franco ya era un héroe, aunque muchos de sus enemigos se negaran a reconocerlo, pues el había conseguido prácticamente solo la victoria en Marruecos, gracias a su genio estratégico, sin parangón en la historia del mundo. Según se decía, era él quien había concebido el levantamiento del 18 de julio (olvidando que dudó casi hasta el último minuto si sumarse o no a la rebelión) para eliminar a una República que era retratada como la antiespaña, como la negación de los valores que presuntamente desde siempre habían hecho grande a este país. Después de su brillante victoria, el Caudillo había pasado noches y noches de desvelo trabajando en pos del bienestar de los españoles, mientras le paraba los pies a Hitler (según el mito franquista, la reunión de Hendaya fue una hábil jugada para evitar entrar en la guerra) y se constituía como el faro de occidente, guardián de las esencias del cristianismo y del anticomunismo. Su capacidad de aguante (más bien la de los españoles), obtuvo una modesta recompensa cuando los Estados Unidos se acercaron a España por puro interés, pues nuestro territorio era fundamental para establecer bases militares en el entorno de la Guerra Fría.

La llegada del boom económico en los años sesenta dio cierto respiro a los españoles y la figura de Franco pudo ser presentada como la de una especie de abuelo benévolo que era el garante final de toda aquella prosperidad. En cualquier caso, los años finales fueron amargos. La inesperada llegada de la crisis económica de los setenta y la cada vez más contundente contestación en la calle, hicieron que el Régimen se plegara sobre sí mismo y se mostrara implacable contra toda disidencia hasta el último instante. Hasta el último día hubo presos políticos y represión de las libertades. Y hasta hoy la figura del dictador sigue suscitando polémicas entre izquierda y derecha. Algo tan humanitario como encontrar a familiares que siguen enterrados en cunetas, cerca de donde fueron asesinados, se convierte para muchos en un laberinto jurídico y - lo que es peor - ideológico. Aunque las heridas de la Guerra Civil están curadas, las cicatrices siguen ahí, bien visibles, tan enormes como esa cruz del Valle de los Caídos, que sigue guardando los restos del general. ¿Verdaderamente veremos en estos días su salida? ¿será capaz este acontecimiento de cerrar al fin este capítulo ominoso de la historia de nuestro país?