sábado, 4 de agosto de 2018

FRANCO. BIOGRAFÍA DEL MITO (2014), DE ANTONIO CAZORLA. LA SOMBRA DEL CAUDILLO ES ALARGADA.

A pesar dd que murió hace más de cuarenta años, Francisco Franco sigue presente en el debate político español y su figura sigue suscitando pasiones, aunque en estos tiempos las voces favorables o comprensivas con su legado sean - afortunadamente - cada vez más escasas. El hecho de que una medida tan higiénica como sacar al dictador de ese mausoleo siniestro y de mal gusto que es el Valle de los Caídos sea todavía polémica, dice mucho de lo que nos queda todavía para superar un pasado traumático y mirar los hechos desde una perspectiva histórica y constatar que la dictadura en nuestro país fue una anomalía en el contexto democrático europeo.

Pero lo que más le interesa a Antonio Cazorla es estudiar cómo fue posible que Franco se mantuviese tantos años en el poder, sin apenas sobresaltos, mientras una gran mayoría de españoles, aparentemente, le otorgaba un apoyo entusiasta. Lo cierto es que el autoproclamado Caudillo fue ante todo un hombre oportunista, cuya mejor cualidad fue siempre la astucia en favor de la consolidación de su poder personal, nunca de los españoles, que fueron tratados durante la mayor parte de su mandato como los súbditos de una especie de cortijo privado, excepción hecha de aquellos que supieron aprovechar sus influencias para realizar fabulosos negocios con el Régimen.

Los que glorifican la obra de Franco y llegan a decir que su legado puso las bases para que fuera posible una democracia en España, suelen olvidar los durísimos años cuarenta y cincuenta, veinte años de hambre y privaciones que fueron soportados estoicamente por los más pobres. A ningún gobierno democrático se le hubiera consentido eso, veinte años de privaciones, para después conseguir una recuperación tremendamente espectacular, pero a la que ayudó la emigración a Alemania y otros países de cientos de miles de españoles. 

Mientras tanto, el Régimen fue consolidando el mito de Franco como el de un hombre providencial que había salvado a España, primero del comunismo y después de la Guerra Mundial. En 1936, Franco ya era un héroe, aunque muchos de sus enemigos se negaran a reconocerlo, pues el había conseguido prácticamente solo la victoria en Marruecos, gracias a su genio estratégico, sin parangón en la historia del mundo. Según se decía, era él quien había concebido el levantamiento del 18 de julio (olvidando que dudó casi hasta el último minuto si sumarse o no a la rebelión) para eliminar a una República que era retratada como la antiespaña, como la negación de los valores que presuntamente desde siempre habían hecho grande a este país. Después de su brillante victoria, el Caudillo había pasado noches y noches de desvelo trabajando en pos del bienestar de los españoles, mientras le paraba los pies a Hitler (según el mito franquista, la reunión de Hendaya fue una hábil jugada para evitar entrar en la guerra) y se constituía como el faro de occidente, guardián de las esencias del cristianismo y del anticomunismo. Su capacidad de aguante (más bien la de los españoles), obtuvo una modesta recompensa cuando los Estados Unidos se acercaron a España por puro interés, pues nuestro territorio era fundamental para establecer bases militares en el entorno de la Guerra Fría.

La llegada del boom económico en los años sesenta dio cierto respiro a los españoles y la figura de Franco pudo ser presentada como la de una especie de abuelo benévolo que era el garante final de toda aquella prosperidad. En cualquier caso, los años finales fueron amargos. La inesperada llegada de la crisis económica de los setenta y la cada vez más contundente contestación en la calle, hicieron que el Régimen se plegara sobre sí mismo y se mostrara implacable contra toda disidencia hasta el último instante. Hasta el último día hubo presos políticos y represión de las libertades. Y hasta hoy la figura del dictador sigue suscitando polémicas entre izquierda y derecha. Algo tan humanitario como encontrar a familiares que siguen enterrados en cunetas, cerca de donde fueron asesinados, se convierte para muchos en un laberinto jurídico y - lo que es peor - ideológico. Aunque las heridas de la Guerra Civil están curadas, las cicatrices siguen ahí, bien visibles, tan enormes como esa cruz del Valle de los Caídos, que sigue guardando los restos del general. ¿Verdaderamente veremos en estos días su salida? ¿será capaz este acontecimiento de cerrar al fin este capítulo ominoso de la historia de nuestro país?

1 comentario:

  1. No sé si seremos capaces. Sin duda el libro en su título lo dice bien claro. Es largada, porque dejó todo atado y bien atado, así que todo cambió para que poco cambiara. Será interesante leer esta visión. Porque parece mentira que durase tanto su régimen, la verdad, que muriera de viejo y que hasta su muerte hubiera presos políticos.

    Un abrazo

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