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jueves, 31 de agosto de 2017

SATIRICÓN (s. I), DE PETRONIO Y DE FEDERICO FELLINI (1969). ROMA FESTIVA.

Obviando los ya clásicos debates sobre autoría y fechas de composición, el Satiricón, una de las primeras obras narrativas en forma de novela que se conocen, resulta ser una fuente inagotable de conocimientos acerca de la vida cotidiana en la antigua Roma. Pero no es solo eso. La obra de Petronio pretende ser una especie de novela picaresca en la que los protagonistas, más que fortuna, buscan vivir experiencias (sexuales, gastronómicas), que hagan de cada instante algo único. Bien es cierto que, según estudios, lo que nos ha llegado es más o menos una décima parte de la novela, por lo que en muchos fragmentos es difícil seguir la acción. 

No obstante, uno de los capítulos más completos es el de la comida en casa del rico Trimalción, un esclavo liberto que prosperó gracias al comercio. Tanto la vivienda como la comida que ofrece Trimalción son descritas con todo lujo de detalles. La desmesura de de todo lo que rodea al rico liberto - expuesta en tono claramente paródico - es propia de un nuevo rico, de un ser al que la fortuna favoreció y practica el carpe diem, no sabiendo lo que deparará el mañana. Es obvio, que un ser así vive rodeado de parásitos, que alaban continuamente su presunto bien gusto y sus agudezas a cambio de participar en los banquetes y la posibilidad de obtener algún regalo del rico propietario. Trimalción se las da también de poeta y es capaz de servir platos como éste:

"Tras ellos llegó un bandejón en el que se había colocado un jabalí de excepcional tamaño y, por cierto, con gorro, de cuyos dientes colgaban dos pequeñas espuertas, entretejidas de palma, llena la una de dátiles de Caria, la otra de dátiles egipcios. Además, a su alrededor, unos lechones fabricados de pasta dulce, como si estuvieran agarrados a las ubres, daban a entender que nos habían servido una marrana de vientre. Dichos lechones, por cierto, fueron objeto de regalos. (...) y echando mano al cuchillo de caza golpeó con coraje el flanco del jabalí, por cuya herida salieron volando unos tordos. Había pajareros preparados con sus cañas, y en un instante los trincaron mientras revoloteaban por el comedor"

Las aventuras de Encolpio (el narrador) y Ascilto les van a llevar por diversos escenarios, a pasar por situaciones comprometidas e insólitas (la idea de buena y mala fortuna siempre está presente). Lo erótico e incluso lo pornográfico, están siempre presentes entre las páginas del Satiricón, provocando una sensación de cierto asombro en el lector. Lo que sería inconcebible pocos siglos más tarde, parece moneda de cambio corriente en el esplendor del Imperio Romano (aunque aquí se describa como una sociedad decadente): las escenas de sexo explícito, descritas con todo detalle, son abundantes. Lo más curioso es que, leyendo con atención, también podemos advertir algunos fragmentos que contienen reflexiones de carácter humanista y filosófico:

"Amigos, los esclavos son personas también y han bebido la misma leche igualmente, si bien un destino aciago los ha hundido en la miseria. Pero, por mi salud, que pronto beberán el agua de la libertad."

"Sin lugar a dudas es así: si alguien, enemigo de todos los vicios, pretende seguir el camino recto de la vida, en primer lugar, obtiene el odio, debido a la diferencia de costumbres. Pues, ¿quién puede aprobar lo opuesto a él? En segundo lugar, quienes solo se preocupan de amasar riquezas, no quieren que nada tenga mejor consideración entre los hombres que lo que ellos mismos poseen. En consecuencia, persiguen por todos los medios a su alcance a quienes aman las letras, a fin de que éstos parezcan también estar situados bajo el poder del dinero."

La versión cinematográfica de Federico Fellini no está interesada en ofrecer una versión fidedigna de la Roma antigua, sino basarse en la novela para ofrecer una de las fantasías barrocas tan características del autor de La dolce vita. Fellini incide en la sensualidad de la historia y destaca sobre todo la esplendorosa puesta en escena que, basándose en la arquitectura y el arte de la Roma antigua (interpretados de manera muy libre) nos traslada a una especie de mundo paralelo en el que la existencia adquiere casi un aspecto teatral. Fellini-Satyricon resulta una película extraordinariamente entretenida, que siempre guarda nuevas sorpresas para el espectador y que sabe manejar muy bien las frecuentes lagunas del relato original y añadirles una arquitectura y una música sorprendentes. Es casi como si Petronio hubiera escrito su libro pensando en una futura adaptación del director italiano.

martes, 25 de agosto de 2015

ENQUIRIDIÓN (h 135), DE EPÍCTETO. UN MANUAL PARA LA VIDA.

De los tres grandes estoicos de la antigüedad romana (Epícteto, Séneca y Marco Aurelio), posiblemente fue el primero de ellos el que llevó una vida más coherente con su propio ideario filosófico. Su juventud la vivió como esclavo. Es sabido que padecía una grave lesión en una pierna, quizá debido al maltrato que le infringió su amo, quizá a un defecto de nacimiento. Lo cierto es que una vez liberado, fue expulsado de Roma en cumplimiento del Decreto de Domiciano, lo que da idea del poco aprecio que se le tuvo desde el poder en algunas periodos a la profesión filosófica. Epícteto se instaló en la ciudad griega de Nicópolis y allí fundó su escuela, cuya fama hizo que hasta el emperador Adriano asistiera a algunas lecciones.

El Enquiridión no es en puridad una obra escrita por Epícteto, sino que se trata de las notas de uno de sus alumnos, Lucio Flavio Arriano, pero tomadas con tanta fidelidad a las palabras de su maestro, que podemos confiar plenamente en que las palabras pertenecen a éste. Son notas un tanto desordenadas en cuanto a su temática formal, pero que nos dan una idea muy clara de cuales son los fundamentos de la visión del mundo de Epícteto y de su influencia fundamental en personajes tan importantes como el emperador Marco Aurelio.

Como base de su enseñanza filosófica, Epícteto distingue entre las circunstancias que se hallan bajo nuestro control: "las opiniones, las preferencias, los deseos, las aversiones y, en una palabra, todo lo que es inherente a nuestras acciones" y las que escapan de nuestra voluntad "el cuerpo, las riquezas, la reputación, las autoridades y, en una palabra, todo lo que no es inherente a nuestras acciones". El filósofo debe ocuparse sobre todo de las primeras, aplicando en ellas la virtud. Respecto a las segundas, habrá de aceptar todo lo que le suceda, incluidas las adversidades, como algo sin importancia, inherente a la naturaleza de las cosas, por lo que deben ser aceptadas con serenidad:

"No exijas que las cosas sucedan tal como lo deseas. Procura desearlas tal como suceden y todo ocurrirá según tus deseos."

La auténtica libertad consiste en no tener deseos ni aversiones respecto a lo que no puede controlarse, evitando ser un esclavo de las circunstancias. El hombre sabio es el que siempre está preparado para la peor, para saber adaptarse con naturalidad a lo que le destino nos depare. Respecto al comportamiento en lo que podemos controlar, la clave es la moderación y el dominio de los impulsos de placer inmediato: "considera que lo más excelso de todo placer es el saber que se ha dominado y vencido", algo que indudablemente influirá en el pensamiento cristiano, aunque con el matiz de que éste le da sentido a dichas privaciones en pos de la vida eterna. Además, en cuanto a las opiniones y juicios de los demás, no revisten ninguna importancia, lo verdaderamente relevante es la satisfacción íntima en la práctica constante de la virtud. Lo que a los demás les parecen males terribles, para el filósofo son circunstancias inherentes a la existencia, viciadas por juicios humanos que jamás pueden impedir que los hechos transcurran según su naturaleza: 

"No son las cosas las que atormenta a los hombres sino los principios y las opiniones que los hombres se forman acerca de ellas. La muerte, por ejemplo, no es terrible; si lo fuera, así le habría parecido a Sócrates. Lo que hace horrible a la muerte es el terror que sentimos por la opinión que de ella nos hemos formado. En consecuencia, si nos hallamos impedidos, turbados o apenados, nunca culpemos de ello a los demás sino a nuestras propias opiniones. Un ignorante le echará la culpa a los demás por su propia miseria. Alguien que empieza a ser instruido se echará la culpa a sí mismo. Alguien perfectamente instruido ni se reprochará a sí mismo, ni tampoco a los demás."

viernes, 21 de agosto de 2015

MEDITACIONES (h. 175), DE MARCO AURELIO. LA CIUDADELA INTERIOR DEL EMPERADOR.

Una de las propiedades más fascinantes de algunos libros es que nos hablan directamente desde un pasado remoto, como si tuviéramos la oportunidad de celebrar una conversación íntima con un autor que está desnudando su alma antigua para nosotros. Quizá Marco Aurelio nunca esperó que sus escritos llegaran a curiosos lectores de veinte siglos en su futuro. Ni siquiera sabemos con certeza si escribía estrictamente para sí mismo o si pretendía que su obra se difundiera, ya en su círculo más íntimo o con repercusión mayor. Lo cierto es que su caso es insólito: un emperador filósofo. El mayor poder sobre la faz de la Tierra era un practicante del estoicismo, una doctrina que anima a profundizar en la relación del hombre con la naturaleza, de la que forma parte integrante: en esto consiste la búsqueda de la libertad de espíritu y la felicidad, una búsqueda que casi siempre ha de realizarse en la intimidad, construyendo día a día una ciudadela interior que esté preparada para aceptar de buen grado todas las contingencias que puedan sucedernos: también éstas forman parte de la naturaleza:

"La muerte y la vida, la buena fama y la mala, el sufrimiento y el placer, la riqueza y la pobreza, todas esas cosas ocurren indistintamente a los hombres tanto a los buenos como a los malos porque no son ni hermosas ni vergonzosas. No son ni buenas ni malas."

Nacido en una familia aristocrática romana procedente de Córdoba, la educación ofrecida a Marco Aurelio fue exquisita desde su niñez, impartida por los mejores preceptores del momento. Pronto su interés se decantó por la filosofía estoica, una de las tres corrientes filosóficas que habían surgido en la Grecia clásica (estoicismo, escepticismo y epicureísmo) y la que más se había difundido entre los romanos, quizá porque era la que mejor casaba con las virtudes cívicas que se suponía que debía poseer un buen ciudadano. Solo hay que recordar que Séneca fue uno de sus grandes valedores. En su juventud Marco Aurelio tuvo la oportunidad de conocer la etapa de mayor esplendor del Imperio Romano, la protagonizada por Adriano y por Antonino, su padre adoptivo, emperadores muy cultos y refinados, que se ocuparon del bienestar del pueblo. 

Cuando él tomó las riendas del poder, los factores que llevarían a la caída del Imperio Romano empezaban a asomar en el horizonte. Su reinado no fue feliz: desde el principio hubo de enfrentarse a guerras que amenazaban las fronteras del Imperio en diversos frentes, primero en Oriente (su victoria contra los partos motivó una anécdota muy curiosa, la primera y única embajada de Roma, a través del Golfo Pérsico, a China, donde se ofrecieron presentes a aquel emperador en nombre de Marco Aurelio) y muy pronto también en occidente, con los bárbaros germanos presionando en el Danubio. Además Marco Aurelio hubo de afrontar otros graves males, como la gran peste que vino de Oriente o catástrofes naturales. En esta tesitura, la reflexión interior no servía de mucho: debía actuarse enérgicamente para resolver los problemas y el emperador lo hizo en la medida de lo posible. En los momentos de soledad que le dejaban sus deberes, componía estos pensamientos que, curiosamente, rara vez se refieren a su vida pública, como si careciera de importancia en contraste con su virtud interior. Quizá lo más aproximado a esto es su recomendación al lector de que su vida no sea ni la de un esclavo ni la de un tirano.

El azar, del que tanto se habla en las Meditaciones, le había deparado a Marco Aurelio un tiempo muy tumultuoso para gobernar, pero esto no limitaba su libertad de hacer el bien, si no como emperador, al menos en su trato con otros hombres. Su obsesión era el logro de una existencia regida por estos cuatro principios: la justicia, la prudencia, la verdad y la valentía. Todo lo que pudiera suceder, ya había sucedido anteriormente, puesto que formaba parte de la naturaleza de las cosas (el hombre y la sociedad en la habita incluidos) y volvería a suceder más adelante. La vida no es más que la repetición de los hechos naturales, por lo que es lógico que el hombre sabio los acepte y sea paciente y tolerante con toda clase de comportamientos por parte de sus semejantes. En algunos de sus pasajes llega a utilizar términos que son comunes a la ciencia de hoy en día, como entrelazamiento. Marco Aurelio intuía, por influencia de su maestros, que en el Universo existe una especie de conexión entre toda la materia:

"Sin interrupción hay que reflexionar en que el universo es como un único animal con una única substancia y una única alma, también en cómo todo desemboca en la sensibilidad única de ese animal, cómo todo lo hace por un único impulso, cómo todo es concausa de todos los sucesos y cuál es su entrelazamiento y entretejimiento."

Además, era capaz de utilizar hermosas metáforas para expresar sus pensamientos, con un estilo literario refinado que hace pensar que no escribía solo para sí mismo:

"El tiempo es como un río de sucesos y un flujo violento. En cuanto algo se ve, ya ha pasado de largo y otra cosa distinta es la que pasa, que también pasará."

El tiempo. Algo muy presente para el autor, un concepto que implica la finitud del hombre, su efímero paso por la existencia. Ni siquiera el recuerdo acaba sobreviviendo. Quizá este aforismo sea uno de los que más claramente resuma la concepción del mundo de Marco Aurelio:

"El tiempo de la vida humana es un punto, su esencia fluye, su percepción es oscura, la composición del cuerpo en su conjunto es corruptible, el alma va y viene, la fortuna es difícil de predecir, la fama no tiene juicio, en una palabra, todo lo del cuerpo es un río, lo del alma es sueño y un delirio. La vida es una guerra y un exilio, la fama póstuma es olvido. Entonces, ¿qué es lo que puede escoltarnos? Sólo una cosa, la filosofía. Esto es vigilar que el espíritu divino interior esté sin vejación, sin daño, más fuerte que los placeres y los sufrimientos, que no haga nada al azar ni con mentira o fingimiento, que no tenga necesidad de que otro haga o deje de hacer algo. Y además que acepte lo que ocurre y lo que se le ha asignado como algo que viene de allí de donde él vino. Por encima de todo, aguardar la muerte con el pensamiento favorable de que no es otra cosa sino disgregación de los elementos de los que está compuesto cada ser vivo. Si precisamente para los elementos en sí no hay nada terrible en que cada uno se transforme sin interrupción en otro, ¿por qué uno ve con malos ojos la transformación y disgregación de todos? En efecto, se produce según la naturaleza y nada es malo si es según la naturaleza."

Leer en nuestra época a un autor como Marco Aurelio, con una filosofía de vida tan diferente a la que impera en pleno siglo XXI puede ser un ejercicio fatigoso: a veces el autor escribe con un estilo oscuro y muy personal, suele repetirse en algunas sentencias y otras son poco comprensibles vistas a la luz de nuestra experiencia cotidiana. Pero la tarea merece la pena, sin duda. Penetrar en la intimidad de uno de los grandes personajes de la historia, alguien que dedicó todos sus esfuerzos a llevar una vida virtuosa, tal y como le habían enseñado sus maestros, resulta un ejercicio fascinante. Si Marco Aurelio pudiera pasear durante unas horas por una de nuestras modernas ciudades, si observara nuestros avances científicos, pudiera leer a los pensadores que escribieron mucho después de él, ¿seguiría asegurando que no hay nada nuevo bajo el Sol? Seguramente nos diría que las pasiones humanas siguen siendo las mismas después de todo y que la gran mayoría de los hombres están muy lejos de la existencia filosófica que él tanto se afanó en alcanzar.

sábado, 19 de mayo de 2012

ELECTRA, DE SÓFOCLES. LA VENGANZA COMO RESTITUCIÓN.


Electra es una mujer de la estirpe de Antígona: ante una injusticia patente, clama por una restitución, aunque sea con la fuerza de la sangre. Su propia persona ya no le importa: solo vive con la obsesión de la venganza, que no puede ejecutar con sus propias manos siendo mujer. Y es su propia madre el objeto de sus desvelos: mató a Agamenón, su legítimo marido, a la vuelta de éste de la guerra de Troya, para poder seguir con su amante Egisto, responsable también del crimen.


La desgracias se acumulan para Electra: le llegan noticias de que su hermano Orestes, quien debía ser el brazo ejecutor de la venganza, ha muerto: todo es una estratagema para que Orestes pueda penetrar en el palacio y matar a su madre, recordándole que ha faltado gravemente a sus deberes familiares.


Aquí es clamorosa la ausencia de dioses: nos encontramos ante un asunto plenamente humano, que los humanos resuelven: no hay castigo para Orestes por asesinar a quien le engendró, como si así la balanza volviera a estar equilibrada: el honor de la familia restituido y Electra puede por fin superar el estado de obsesión en el que se encontraba. ¿Un final feliz? Aparentemente es así, aunque los cadáveres que han quedado por el camino lo hacen muy doloroso. Desde mi punto de vista esta es la obra menos ideológica de Sófocles, la menos moralista. Cuenta una historia estéticamente impecable, pero sin llegar a la complejidad de otras.

lunes, 13 de febrero de 2012

LAS TRAQUINIAS, DE SÓFOCLES. LA MUERTE DEL HÉROE.


Si bien su presencia en el escenario no se produce hasta el último tercio de la obra, Hércules el protagonista de la misma. Las referencias a él son constantes por parte de su esposa Deyanira, que espera anhelante su regreso. Un primer mensajero le lleva noticias positivas: Hércules está bien y llegará pronto. Pero el segundo mensajero le informa de que el héroe trae con él una nueva amante. Son los celos los que hacen actuar a Deyanira. No se puede considerar culpable a este personaje cuando vierte un filtro en un manto destinado a Hércules. Ella cree que es una poción de amor pero el centauro Neso, para vengarse de Hércules le había engañado y en realidad contiene un poderoso veneno. De nuevo la tragedia, el destino implacable que elige a un instrumento inocente para ejecutar sus planes.

Si algo destaca en esta obra son los lamentos del protagonista cuando está sufriendo la más cruel de las muertes. El héroe que logró las más famosas hazañas del mundo griego es derrotado por un simple manto, por una astucia contra la que nada puede su portentosa fuerza física. Los padecimientos de Hércules le humanizan, y más cuando mantiene una última conversación con su hijo Hilo, en la que le encarga que queme su cuerpo, además de cederle a su nueva amante, como si de una propiedad hereditaria se tratara. La muerte de Hércules es absurda, indigna de su fama. Quizá para compensar, a su muerte los dioses le concedieron quedarse sólo con su naturaleza divina y desechar la humana. Un nuevo dios en el Olimpo.

domingo, 5 de febrero de 2012

ÁYAX, DE SÓFOCLES. EL HÉROE HUMANIZADO.


Áyax, uno de los grandes héroes griegos que acudieron a la guerra de Troya, se muestra en esta obra como un ser colérico, celoso de Ulises, a quien le han sido concedidas las armas del difunto Aquiles, de quien se estima legítimo poseedor. Su reacción puede parecer desmedida a nuestros ojos: vengarse cruelmente de quienes han sido hasta el momento sus compañeros de lucha. La escena en la que la diosa Atenea transforma unos ganados a los ojos de Áyax en sus nuevos enemigos podría ser perfectamente un precedente de nuestro don Quijote si su resultado no fuera tan dramático para el protagonista: nada hay peor para un guerrero que ser burlado por dos veces.

Les dejo dos fragmentos memorables de esta, la primera obra conocida de Sófocles. El primero es un diálogo entre Ulises y la diosa Atenea acerca de la desconcertante condición humana:

"ULISES: Yo no sé de nadie, pero, con todo ello, no obstante su animadversión, lo compadezco, desdichado, por cuanto que es víctima de un transtorno cruel, en el que no veo en absoluto su condición sino la mía propia. Pues compruebo que nosotros cuantos vivimos no somos otra cosa que apariencias o sombra vana.

ATENEA: Entonces, consciente de que es tan deleznable la condición humana, no digas jamás tú ninguna bravata arrogante a los dioses ni te enorgullezcas porque valgas más que otros por la fuerza de tus brazos o por la inmensidad de tus cuantiosas riquezas, porque un solo día derriba y vuelve a levantar todo asunto humano sin excepción. Los dioses aman a los sensatos y detestan a los malvados."

El segundo, una desesperada reflexión de Áyax acerca de si el conocimiento nos hace más felices:

"La verdad es que ahora tengo que envidiarte esto, el que no te enteras en absoluto de los males presentes, pues la vida más agradable radica en la falta de conocimiento, lo que te durará hasta que empieces a darte cuenta de la alegría y la tristeza."

lunes, 12 de diciembre de 2011

EDIPO REY, EDIPO EN COLONO Y ANTÍGONA, DE SÓFOCLES.


Ya que tenía que leer "Antígona", me puse a la tarea fascinante de leer el resto de la producción que se conserva de Sófocles (sólo siete tragedias de las apróximadamente ciento treinta que se estima escribió). Son obras de plena actualidad, que nos hablan de conflictos y sentimientos humanos que se pueden extrapolar a la actualidad. Aquí el artículo:

La vida de Sófocles abarca el siglo V antes de Cristo casi en su totalidad. Según Plutarco su primer éxito se debió a su triunfo frente a Esquilo a los veintiocho años en el concurso anual de trágicos. A partir de aquí no dejó de escribir tragedias. Sólo conservamos siete enteras, de las apróximadamente ciento treinta que constan en su producción. Su ideología siempre osciló entre la tradición y la novedosa democracia. Como ciudadano de Atenas, Sófocles prestó importantes servicios políticos y militares, encargos que nos hablan de su prestigio personal, como cuando obtuvo un mando militar en la batalla de Samos (parece ser que como recompensa por su tragedia Antígona). El autor ateniense se relacionó con las figuras más relevantes de la época, como el historiador Heródoto o Pericles.

En el arte de la tragedia Sófocles fue un innovador. La tradición del teatro de Esquilo imponía que sólo hubiera dos actores sobre el escenario, dando gran importancia a los mensajes del coro. Sófocles introduciría un tercer actor, humanizando así la acción dramática. Aunque aquí todavía los dioses y el destino tienen una importancia capital, el espectador se puede identificar con los personajes, potenciando así el efecto dramático. El teatro griego trata de tradiciones que el público ya conocía en su mayoría, pero los espectadores participaban de su forma ritual casi como si de una ceremonia religiosa se tratara.

La historia de Edipo es toda una institución de la cultura occidental. Edipo fue engendrado por Yocasta en Tebas. Su esposo, Layo había tenido noticia de una profecía que decía que sería asesinado por su hijo. Para evitar su cumplimiento, lesionó los pies de Edipo y lo entregó a un pastor para que lo abandonara, pero el niño sobrevivió y fue entregado a los reyes de Corinto, donde, unos años después, tuvo noticia de la profecía. Además, el oráculo de Delfos le aseguró que no sólo mataría a su padre, sino que también se desposaría con su propia madre. Horrorizado ante estos augurios, Edipo abandonó Corinto, creyendo que se alejaba de sus padres adoptivos.En su viaje, encontró a su auténtico padre en una encrucijada, tuvieron una discusión de tráfico y acabó matándolo en una pelea. La primera parte de la profecía estaba cumplida, sin saberlo su protagonista.

Más tarde, Edipo llegó a Tebas, que en aquel tiempo se encontraba asolada por una terrible Esfinge, a la que sólo se podía vencer acertando sus enigmas. Al acabar con ella, Edipo demuestra agudeza y nobleza, por lo que es premiado con el nombramiento de rey de Tebas, casándose con la viuda del rey anterior, Yocasta, su propia madre. En este punto comienza uno de las tragedias que dedicó Sófocles a la figura trágica de Edipo, Edipo rey.

Edipo Rey constituía para Aristóteles la tragedia ideal. El protagonista es una víctima inocente por sus acciones, pero declarada culpable por el destino. Es de destacar para el lector (y sobre todo para el espectador de la obra), que conoce de sobra la historia, la técnica que utiliza Sófocles, consiguiendo cada vez un clima más asfixiante, de irle revelando a Edipo poco a poco la terrible verdad, que ha infringido las más elementales leyes de la naturaleza, aún de forma inconsciente y que su crimen es abominable y debe ser castigado. Todo es más trágico aún si cabe en cuanto que Edipo es un ser inteligente y bondadoso que de pronto se encuentra en una situación ignomiosa. De rey de una ciudad, respetado por sus súbditos, pasa a ser un mendigo ciego, puesto que él mismo se ha arrancado los ojos para no ver tanta desgracia. Freud aprovechó este argumento para elaborar su teoría denominada complejo de Edipo, que consiste en el sentimiento inconsciente infantil de querer matar al padre y mantener una relación sexual con la madre.

Edipo en Colono fue la última obra de Sófocles. Un Edipo ya anciano que vagabundea acompañado por su hija Antígona. Es conmovedor como se expresa ante el coro a su llegada al bosque de Colono, en las afueras de Atenas:

"Cargué con una infamia, forasteros, cargué con ella, sin querer, ¡testigo de ello sea dios! Nada hay en todo ello que eligiera mi propia voluntad."

Edipo se ha convertido en un ser errante, casi en un Caín cuya culpa venía anunciada desde antes de nacer. Pero en esta obra va a tener oportunidad de redimirse después de años de sufrimiento, no sin antes maldecir a sus propios hijos, que vuelven a él después de tanto tiempo atraidos por la profecía de que ganaría el poder en la ciudad de Tebas quien tuviera a Edipo a su lado. Junto con una profunda reflexión sobre la vejez, en Edipo en Colono se aprecia el amor de Sófocles por Atenas, en cuyo suelo será enterrado un Edipo que por fin puede descansar de sus trabajos en paz con los dioses.

En Antígona la protagonista es la hija de Edipo y el conflicto se encuentra en la preponderancia de las leyes humanas o las sagradas. Ante la muerte de sus hermanos, que se han asesinado mutuamente en su lucha por gobernar la ciudad, el nuevo dirigente, Creonte, decide que Polinices, que ha atacado Tebas ayudado de un ejército extranjero no sea enterrado y sea dejado como alimento a las alimañas. Antígona pondrá en peligro su propia vida por dar una sepultura digna a su hermano. El tema recuerda poderosamente a las reivindicaciones de los familiares de los represaliados del bando republicano en la Guerra Civil, actualmente enterrados en cunetas y fosas comunes. Es admirable la humanidad que Sófocles otorga a sus personajes. Hemón el hijo de Creonte, intenta convencer a su padre de que actua injustamente a través del raciocinio, mezclando sus palabras con amor filial.

Sófocles es un autor de plena actualidad. A él se puede acudir para que ilumine muchos conflictos contemporáneos. Suyo es este párrafo de Antígona que prueba que veinticinco siglos después, el ser humano no ha cambiado tanto:

"(...) porque ninguna mala institución germinó entre los hombres como el dinero: éste destruye las ciudades, éste hace salir a los hombres de sus casas, éste trastoca las mentes honestas de los mortales y las enseña a dedicarse a asuntos vergonzantes, y a los hombres descubrió el obrar con maldad y el saber hacer toda clase de acciones impías. Y cuantos movidos por la recompensa llevan a cabo cosas tales, con el tiempo terminan por pagar su castigo."