"La imaginación de Cervantes es avasalladoramente narrativa y conversadora. Cervantes posee en grado máximo lo que podría ser el talento específico del novelista: el don de sintetizar reveladoramente las complejidades de lo real y de la mente humana dándoles la forma de ficción narrativa. Todo lo que sucede es significativo y ocupa un lugar relevante, aunque no siempre necesario, en la secuencia de la trama. Todo lo que se dice llega a nosotros o bien a través de un narrador que de vez en cuando toma la palabra para recordarnos su propia existencia, como ese pintor que se incluye a sí mismo en un retrato colectivo, o bien de las voces singulares de los personajes, que siempre son peculiares y muy distintas entre sí, y nunca actúan como portadores de un mensaje del autor (hay dos o tres excepciones a esta norma en El curioso impertinente). No hay reflexiones que no se correspondan con un momento del relato o con el punto de vista o el testimonio particular de un personaje. Un soliloquio se bifurca en diálogo entre varias voces; un diálogo se multiplica desahogadamente en conversación, y entonces las voces se suceden y se yuxtaponen, se alzan las unas sobre las otras, se interpolan, se interrumpen, como las conversaciones desordenadas y vivaces de la realidad."
Como es común en Antonio Muñoz Molina, el autor andaluz incluye experiencias personales (el libro es sobre todo la narración de sus sensaciones en un verano dedicado casi en exclusiva a la lectura del Quijote) y las mezcla sabiamente con la lectura atenta que está llevando a cabo. Y se da cuenta de que los tiempos de su juventud no son tan diferentes a los que narra Cervantes. Cuando él nació España todavía era un país muy atrasado, en el que las labores del campo, también en Úbeda, se llevaban todavía a cabo con métodos tradicionales, sin mecanización, por lo que le son familiares muchas palabras que no le suenan de nada a las nuevas generaciones. Y mientras tanto, ese niño descubría en un desván familiar un ejemplar chamuscado de la novela de Cervantes y empezaba su fascinada primera lectura. Por tanto, El verano de Cervantes no solo homenajea al Quijote, sino también la magia del acto de leer, como una criatura de ficción de se puede hacer real en nuestra imaginación y se convierte en un instrumento para comprender otras realidades ajenas que cuentan con puntos de conexión insospechados con la nuestra.
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