La pareja protagonista de Mil cosas aborda su última jornada antes de sus vacaciones como un día repleto de obstáculos que deberán ir salvando para llegar al oasis prometido de dos semanas, precisamente en el día más caluroso del año. Travis trabaja como subdirector de una revista y debe afrontar el día de cierre de contenidos de la misma. Anne se dedica a la atención al cliente y pasa sus jornadas en un cubículo en el que se enfrenta a las quejas de diferentes consumidores. Son una pareja feliz, pero agotada, ya que también tienen un hijo pequeño que reclama una atención constante durante sus horas en casa. Para ellos la vida es una carrera de obstáculos repleta de llamadas, pequeñas obligaciones e incapacidad de organización, ni siquiera para tener algo de cenar en casa.
Muchos lectores podrán sentirse identificados con las peripecias de esta pareja en un mundo en el que los móviles no dejan de sonar, el correo electrónico reclama atención constante, hay que resolver pequeñas obligaciones administrativas, hacer la compra y atender a las necesidades de un bebé sabiendo que lo inesperado está a la vuelta de la esquina en forma de email o llamada telefónica con la capacidad de ser catastrófica. Lo peculiar de Mil cosas es que es un libro que obliga a volver a capítulos anteriores una vez lo has terminado, por una característica del mismo que no se puede desvelar aquí. Buena literatura que refleja a una sociedad consagrada a una carrera hacia ninguna parte, repleta de hombres y mujeres autoesclavizados que habitan un mundo de angustias y ansiedades que no se acaban nunca.

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