En la época de degradación política que nos ha tocado vivir, congratula poder ver, aunque solo sea por dos horas, que las cosas eran muy diferentes en décadas anteriores, que existían líderes como Enrico Belinguer, entregados en cuerpo y alma a una causa. La causa era el eurocomunismo, una tendencia de una izquierda que quería despegarse de la tutela del bloque del Este e integrarse de manera más clara en las democracias occidentales. En el caso de Italia, Belinguer intentó algo impensable hasta ese momento: el acercamiento a la Democracia Cristiana para alejar a Italia del abismo al que la estaba empujando el terrorismo de las Brigadas Rojas y de todo tipo de grupos fascistas. Frente el fantasma de la guerra civil Belinguer aportaba una apuesta política de consenso sin alejarse de lo que verdaderamente le importaba: los derechos de los trabajadores. Puede parecer sorprendente hoy día, pero hubo un tiempo en el que los partidos de izquierda se dedicaban a defender los derechos de los obreros y lo hacían acercándose a sus lugares de trabajo para escuchar sus reivindicaciones, frente a los políticas identitarias, populistas y vacías que se reivindican hoy día. Con gran influencia del cine documental La gran ambición retrata a un político humilde, que lamenta no poder dedicar más tiempo a su familia y que es capaz de acercarse a la gente con naturalidad, como uno más. Todo esto en el caótico contexto de los años setenta, una época que se parece en ciertos aspectos a la nuestra, pero que contaba con políticos bastante más sólidos y responsables que los actuales.
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