Los sudarios nos presenta, de entrada, una situación desconcertante. Su protagonista es un empresario de éxito que se ha enriquecido con un sofisticado sistema que permite a los familiares de fallecidos poder ver en tiempo real y con gran calidad de imagen, el interior del ataud del ser querido y contemplar su inevitable descomposición. Quizá sea la vuelta de tuerca definitiva a la obsesión actual por la imagen y por espiar la intimidad de los demás. Un tema muy de Cronenberg, pero que no se desarrolla adecuadamente, puesto que todo se centra en la figura de Karsh y su obsesión por la muerte de su esposa de una enfermedad larga y cruel que él recrea constantemente en su mente. Luego la película se vuelve irónica al tratar el tema de la fidelidad y el duelo. Quizá si se hubieran desarrollado más estos asuntos a través de un enorme actor como Vicent Cassel, la película hubiera ganado muchos enteros, pero pronto todo deriva a una confusa trama de espionaje industrial y tecnológico que tampoco lleva a ninguna parte. Los sudarios puede disfrutarse solo como una nueva exposición de las eternas obsesiones de su director, pero es una película demasiado deslavazada, que alarga demasiado su propuesta inicial sin que la historia concluya satisfactoriamente.
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