Civilización contra barbarie o el este contra el oeste. James McKay llega a Texas para casarse con su novia. Allí se va a encontrar con un mundo salvaje, cuya ley es establecida por unos tipos con unos valores muy diferentes a los suyos. Y es que en esta gran tierra hay que estar demostrando de manera continuada que uno es capaz de hacerse respetar y no es raro que las desavenencias se resuelvan a disparo limpio. McKay no está hecho de esa pasta. Se sabe mucho mejor que la mayoría de esta gente que necesita ser presuntuosa para sobrevivir. Él prefiere hacer las cosas para sí mismo, no para mostrarse bravo ante los demás. El choque entre caracteres tan antagónicos va a ser inevitable y es uno de los principales temas de esta película espléndida e inolvidable. Atrapado en el conflicto entre dos familias, solo va a encontrar un alma gemela en la maestra del pueblo, porque pronto se va a dar cuenta de que su actitud decepciona profundamente a su prometida, que se ha educado en unos valores totalmente diferentes a los suyos. Todos los actores están magníficos en esta gran película, hasta Charlton Heston, que dudó en participar en la producción por no tener el papel protagonista saca todo el jugo a un personaje que es capaz de evolucionar a través del ejemplo que le ofrece McKay. Aquí podemos contemplar cómo eran las superproducciones para todos los públicos de aquella época: épica, guion portentoso y cuidado en todos los detalles de la película, hasta el punto de que todo funciona como un mecanismo de relojería. Su larga duración no pesa en ningún momento, puesto que no sobra ni falta nada respecto a la historia que el gran Wyler nos quiere contar. Mención especial al papel de Burl Ives, presentado al principio como el villano de la película, papel que se va matizando mucho conforme transcurren los minutos hasta terminar mostrando una siniestra dignidad. Horizontes de grandeza es una de esas películas a las que siempre se puede volver y uno las va a contemplar con el mismo entusiasmo.
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