No podía ser más oportuno este estreno de Netflix, ya que la situación actual tiene muchos paralelismos respecto al momento histórico que retrata esta película. La conferencia de Munich, en 1938, fue el último intento de los dirigentes europeos de pararle los pies a un Hitler que ya se mostraba claramente expansionista, con un apetito difícil de saciar. El primer ministro Neville Chamberlain (interpretado magistralmente por Jeremy Irons) fue el encargado de apaciguar a un dirigente alemán que tomó nota de las poca voluntad guerrera de occidente en aquel momento y creyó que podría seguir devorando territorios sin más castigo que suaves reconvenciones por parte de Inglaterra y Francia. La película de Schwochow intenta redimir históricamente a la figura de Chamberlain, interpretando que gracias a sus esfuerzos diplomáticos la inevitable contienda fue aplazada un año y eso dio tiempo a occidente para prepararse. La mayoría de los historiadores interpretan justamente lo contrario, que fue Hitler el gran beneficiado y el que incrementó decisivamente su potencial para llevar a cabo la sorprendente blitzkrieg que desencadenó entre los años 1939 y 1942. A la vez que se produce la Conferencia, asistimos a una emocionante intriga de espionaje de carácter bastante realista concebida por el competente escritor Robert Harris. La ambientación de la película es espléndida y es capaz de transmitir esa sensación de desastre inminente que sentían los europeos de entonces, muy parecida a la que sentimos los europeos de ahora. Porque Rusia está haciendo ahora el papel de Alemania - esperemos que no llegue tan lejos -, un país que sufrió una humillante derrota y que quiere retomar por la fuerza sus antiguos territorios, amenazando con las más terribles consecuencias a quien se le oponga. En cualquier caso existe una diferencia muy relevante: el agresor ahora cuenta con un inmenso arsenal de misiles nucleares. Esperemos que todo llegue a arreglarse de alguna manera que ahora mismo no soy capaz de imaginar.
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Buen cine histórico, aunque siempre parece que se queda corto. La crisis de Checoslovaquia, por cierto, ayudó a alargar la guerra civil española, porque la República esperaba que abarcase también a España, donde el bando pro-aliado (o "Entente", se decía al principio) ayudaría con armas a la lucha contra Franco. Hay una novela de Sartre que retrata ese momento: "El aplazamiento".
ResponderEliminarEn el momento en que hago mi comentario, lo de Ucrania sigue prolongándose penosa y peligrosamente. No parece que "los aliados" (OTAN, mayormente, hoy) se decidan a llevar a cabo contra Putin la ofensiva aérea que ya se emprendió contra Sadam Hussein o Milosevic. El temor a las armas nucleares parece que los paraliza. Una ofensiva aérea -zona de exclusión aérea, no-fly zone- liquidaría en dos días la ofensiva rusa pero eso sería la humillación total de Putin, su fin personal. La cuestión no es si se volvería tan loco como para usar armas nucleares, sino de si quienes lo rodean iban a consentirlo.
Ahí entra el episodio de "Munich": Chamberlain no cree que sea cierto que el ejército alemán se sublevará contra Hitler si da la orden de invadir Checoslovaquia. Podían haberlo intentado, al menos, el mundo no se jugaba entonces tanto como ahora...