Con un estilo deliberadamente vanguardista, Carlos Saura filma una especie de fábula que simboliza a una familia franquista agonizante. Antonio Cano, un hombre que ha llevado el negocio familiar a lo más alto, al fundar una constructora, ha sufrido un accidente automovilístico mientras conducía junto a su amante. Ha quedado en una silla de ruedas y con una amnesia total. Sus familiares intentan a toda costa que se recupere, pero no exactamente por el amor que sienten por el enfermo, sino porque quieren recuperar la combinación de una caja fuerte que posee en Suiza. Así pues, el director de Ana y los lobos idea una serie de episodios que se mueven entre lo onírico y lo metafísico que sirven para recrear pasajes del pasado de Antonio Cano: la República, la Guerra Civil, su propia boda... Todo resulta un poco extraño y forzado para un espectador que puede perderse con facilidad en una trama muy unida al espíritu de la época en la que fue rodada la película. Menos mal que ahí está un gran actor como José Luis López Vázquez demostrando que puede interpretar cualquier papel y levantar él solo cualquier película, lo que termina salvando los muebles de la muy personal El jardín de las delicias.
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