Es curioso el destino de algunas novelas. En el caso de El príncipe destronado (que no se llamaba así en la primera versión que escribió Delibes, sino El fabuloso mundo de Quico V.), cuando el autor la mandó a su editor, éste estimó que no merecía ser publicada, que su calidad desmerecía de anteriores obras del escritor vallisoletano y que además trataba un tema poco interesante. Así que la novela durmió durante diez años el sueño de los justos hasta que Delibes volvió a acordarse de ella y - esta vez sí - consiguió que saliera al mercado. El éxito fue instantáneo, convirtiéndose en uno de los libros más leídos de la literatura española de todos los tiempos.
En mi experiencia como lector, El príncipe destronado es uno de esos libros especiales que misteriosamente le visitan a uno en diferentes etapas de la vida, disfrutándose de manera diferente en cada ocasión. Si en la primera lectura lo que más llamó mi atención fueron las ocurrencias de Quico y su mundo infantil, posteriormente fui encontrando nuevos matices insospechados en la novela. Ahora, que he tenido que analizarla con especial atención, es cuando realmente descubro la maestría de un Delibes capaz de hacernos observar la realidad a través de los ojos de un niño de cuatro años, proponiéndonos un juego literario fascinante: una interpretación de lo que sucede a dos niveles, en un primer momento con la mirada de niño, para pasar de inmediato a nuestra mirada adulta, desprovista de inocencia. Del descubrimiento continuo del protagonista, que no para de preguntar acerca de lo sucede a su alredor, a la visión gris propia de quien ya ha experimentado lo suficiente la vida. Delibes no necesita más para montar su artefacto narrativo y que comprendamos enseguida cual es la realidad de esa familia, marcada por la Guerra Civil.
Porque los rescoldos todavía calientes de nuestra contienda son el otro gran tema de esta novela. El padre de Quico es uno de los militares triunfadores y mantiene una relación difícil con su esposa, cuyo padre - que era republicano - fue perdonado, seguramente mediante algún sórdido trato matrimonial, o eso podemos intuir. Se trata de una familia numerosa que habita un gran piso en el centro de Madrid y que cuenta con un par de asistentas para limpiar y cuidar a la numerosa prole, pero bajo este aparente bienestar material laten nuestros eternos conflictos. El padre lo da todo por atado y bien atado con la victoria militar: él es un vencedor por la gracia de Dios, además de buena persona, por lo que su ideología es la única correcta. La madre, un personaje mucho más complejo de lo que parece a primera vista, vive atrapada por la vida que no ha tenido más remedio que elegir para sobrevivir, en una especie de cárcel si no dorada, al menos limpia y espaciosa. Y esto repercute en sus relaciones con sus hijos, sobre todo con Quico, un príncipe destronado que está desconcertado por haber perdido su trono tan repentinamente y hace lo que sea necesario para volver a captar la atención perdida. Sobre la Guerra Civil, Delibes pronunciaba estas lúcidas palabras, recogidas por Ramón García Domínguez en El quiosco de los helados. Miguel Delibes de cerca:
"La visión que estamos dándole a los niños - Delibes está hablando en 1974 - es perniciosa, como lo es la imagen del padre en "El príncipe destronado", un héroe del bando nacional que presenta una mitad, la suya, como la de los buenos, y la otra mitad como la de los malos. Yo también luché en nuestra guerra, me tocó en Valladolid, pero jamás se me ha ocurrido hacerle pensar a un niño que mi postura era heroica. Es decir, que al niño hay que informarle de lo que ocurrió por mutua intransigencia y por incomprensión, y que sea él quien saque sus conclusiones. Ahora, si cada uno depositamos en siete hijos la idea de que esto es lo santo y aquello lo endemoniado, ya estamos haciendo siete caza-herejes en cada casa, y lo mismo en la parte contraria. A este paso vamos camino de armar una guerra civil mucho más extensa y brutal que la del 36, ya que en vez de veinticuatro millones, serán cuarenta los involucrados en ella."
Ensalzada en su tiempo por numerosos pedagogos (Miguel Delibes dijo al respecto que su narración no partía de ningún estudio científico sobre la infancia, sino de la observación directa de niños - hijos y nietos - durante toda su vida), El príncipe destronado no es un canto a la edad más despreocupada de la existencia, sino una novela muy realista acerca de las difíciles relaciones de los niños con el mundo adulto, sobre todo cuando estas están marcadas por conflictos que aquellos no pueden alcanzar a comprender. La actitud de Quico, sus travesuras, no son más que una llamada de atención de alguien que se siente solo, que no recibe suficiente atención y cariño de sus progenitores.
No se puede hablar de la novela de Delibes sin dejar de referirnos a la adaptación cinematográfica que realizó Antonio Mercero pocos años después. El principal problema para comenzar el rodaje de La guerra de papá era encontrar un niño idóneo para interpretar al protagonista. Después de ver a cientos de niños, se decantaron por el aspecto angelical de Lolo García. El secreto de su naturalidad en pantalla era el siguiente, tal y como lo explica el novelista en el libro citado:
"(...) Mercero le creó un mundo de juegos paralelo al de esa historia, de tal modo que el niño jugaba durante horas y rodaba durante minutos, pero sin salirse de sus juegos. Los personajes de la película formaban parte de su vida habitual, un poco distorsionados, de manera que levantaran en el alma del pequeño, ya antes de actuar, sentimientos de simpatía o antipatía. Así, cuando el niño golpea al recluta que besa a la Vítora es porque Mercero ha tenido cuidado de que, al margen del rodaje, la Vítora sea un personaje positivo para el pequeño, le comprenda, comparta sus juegos y le obsequie diariamente con dulces y juguetes. De este modo, cuando Mercero le hace reaccionar ante la cámara diciéndole que el Femio está pegando y mordiendo a la Vítora y que la defienda, el niño se lanza contra él a puntapiés y puñetazos, con sus modestas fuerzas, pero con auténtica furia."
El secreto del éxito de la película es el mismo de la novela: poner todo el énfasis en la mirada del niño hacia el mundo adulto. El peso de la narración estaba en un Lolo García que, como hemos visto, en realidad no actuaba. En la versión de Mercero se insertó una escena muy inquietante que no aparece en la novela: la de los niños jugando con la pistola del padre: el juego y la muerte mezclados. La guerra de broma, a la que ellos juegan, en la que los muertos resucitan enseguida, junto a la guerra de papá, la de verdad, cuyo horror los niños no pueden ni imaginarse. Aunque dista de ser una obra perfecta, Mercero realizó la mejor adaptación posible de una novela magistral.
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