viernes, 31 de enero de 2014

CAPITÁN PHILLIPS (2013), DE PAUL GREENGRASS. PIRATAS DEL ÍNDICO.

Con una sólida carrera cinematográfica ya a sus espaldas, Paul Greengrass parece dar lo mejor de sí mismo cuando filma sucesos de la historia más reciente: el domingo sangriento irlandés en Bloody Sunday (2002) o los sucesos del 11 de septiembre desde dentro en la impresionante United 93 (2006). El director británico sabe imprimir a estas obras el ritmo narrativo correcto, usando muchas de las técnicas del documental, con lo que consigue dotar de un extremado realismo a sus imágenes. No he visto su aportación a la saga de Bourne, aunque está claro que ha sido una influencia fundamental a la forma de rodar el moderno cine de acción.

Ya en las primeras imágenes de Capitán Phillips, nos damos cuenta de que se trata de una historia anclada en el presente. El protagonista (soberbiamente interpretado por Tom Hanks, cuyo personaje es el principal sostén de la historia) se queja de los tiempos que van a tener que vivir sus hijos: un mundo extremadamente competitivo, en el que cada puesto de trabajo se disputa entre numerosos candidatos como si se echara un trozo de carne en una jaula repleta de leones hambrientos. Además las condiciones de seguridad en el trabajo (como él va a comprobar en breve) se deterioran irreversiblemente en nombre de la rentabilidad. Por eso no es extraño que a su barco, repleto de mercancía presuntamente humanitaria, se le asigne una peligrosísima ruta a pocos kilómetros de las costas somalíes sin escolta alguna. Tan solo le llegan algunas vagas instrucciones de seguridad que, como veremos, van a ser poco eficaces ante unos piratas que poco tienen que perder. 

La Somalia que muestra Greengrass ha cambiado poco desde los tiempos en que estuvieron por allí los soldados americanos cumpliendo la desastrosa misión que tan bien retrató Ridley Scott en Black Hawk derribado (2001): sigue siendo un territorio anárquico, dominado por los clanes de señores de la guerra, que se alimentan del saqueo a los barcos de paises más opulentos que navegan por la zona (y que se aprovechan, por qué no decirlo, de sus ricos caladeros de pesca). El cabecilla de los asaltantes del barco del capitán Phillips también funciona al modo capitalista: él deja claro desde el principio que no pertenece a Al-Queda, sino a una próspera empresa de extorsión y él tiene que rendir cuentas ante su jefe, por lo que es de interés mutuo que todo acabe cuanto antes. Por supuesto, las cosas no fueron tan fáciles y todo derivó en la huida de los secuestradores en una pequeña barcaza con el capitán como rehén, lo que provocó la intervención de la marina de Estados Unidos...

Capitán Phillips es una metáfora de los males de nuestro tiempo: la inseguridad del mundo en el que vivimos (que nunca ha sido seguro, pero en nuestro tiempo la extrema desigualdad lo está volviendo caótico) que deriva en la necesidad de supervivencia de los excluidos, convertidos en criminales a los ojos de occidente y en gente valiente para sus semejantes, vengadores contra los presuntos responsables de que Somalia se haya convertido en una de las peores pesadillas de África. Todo es mucho más complejo, claro y seguramente las culpas estén repartidas entre los muchos actores de este drama que dura décadas. En todo caso, Greengrass no quiere ser juez ni jurado, solo el cronista veraz de un drama humano, el de un profesional atrapado entre las exigencias de su oficio y el hambre que engendra violencia en costas extrañas.

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