Para los que no estén avisados: El lobo de Wall Street está basada en hechos reales. O más bien se basa en las memorias de Jordan Belfort, un libro en el que relata los excesos de los que fue protagonista en su vertiginoso ascenso y caída en el maravilloso mundo de los mercados financieros, a los que se privó de una regulación racional en los ochenta. Es posible que la visión de Scorsese sea la de una comedia bufa y exagerada (y a mí me parece una genialidad que haya adoptado esa óptica), pero eso no hace sino poner el dedo en la llaga en el verdadero problema de nuestro sistema ultraliberal: cómo cualquier sinvergüenza puede aprovecharse de él durante años, robando los ahorros de gente humilde mediante un modus operandi bien sencillo: vender bonos de empresas basura presentándolos como inversiones rentables usando métodos agresivos y fraudulentos. Parece increíble que convencieran a la gente de invertir sus ahorros mediante meras llamadas telefónicas, pero así era. Luego Belfort se dio cuenta de que podía extender sus redes a peces más grandes: a sus clientes más adinerados les hacía primero ganar dinero invirtiendo en acciones de empresas sólidas, para luego pasar a estimular su codicia haciéndoles comprar también bonos basura. Como nadie sabe cuando parar ni en realidad lo desea, el negocio iba viento en popa: la empresa de Belfort pronto dio que hablar, y sus métodos llamaron la atención del FBI, que inició una lenta investigación mientras aquel ganaba cantidades obscenas de dinero que llevaba a su cuenta de Suiza.
Así pues, Belfort hizo realidad todos los sueños de los que anhelan convertirse en nuevos ricos: su vida era una continua juerga regada por enormes cantidades de drogas y toda clase de pastillas. En sus oficinas organizaba auténticas orgías y toda clase de diversiones extravagantes, como el lanzamiento de enanos. Como bien se muestra en el trailer, el protagonista no sabía como parar: siempre quería más y más. No he tenido oportunidad de leer todavía las memorias de Belfort, pero, aunque puede que Scorsese haya exagerado algo en la filmación de este círculo vicioso (aunque el propio director afirma que muchas de las cosas que sucedieron en ese lugar ni siquiera se atrevió a rodarlas), en lo esencial lo que vemos en pantalla es la verdad. Parece increíble que un personaje de esta calaña pudiera usar las herramientas del sistema para obtener tremendos beneficios. Claro que nuestro protagonista era un arribista que llamaba demasiado la atención. Hay gente mucho más poderosa (también en nuestro país, solo tengo que nombrar las preferentes que vendían nuestros bankeros a gente que no tenía ni idea de finanzas), que se nutre de estos métodos, aunque de modo mucho más sofisticado. Y jamás son molestados por las fuerzas del orden. El propio Leonardo DiCaprio lo resume así:
"Creo que en un mundo no regulado vamos a encontrar gente que trata de tomar ventaja de cualquier oportunidad. Pero no sólo en Wall Street. Jordan Belfort no era el más rico de todos, no era multibillonario robando miles de millones. En América culpamos a los mediocres, pero somos incapaces de perseguir o castigar a los grandes culpables. En la historia americana mucha gente ha hecho cosas similares y ha quedado libre. De hecho, muchos de ellos siguen cobrando bonus, así que para mí Jordan no es el pez más grande del mar. Él fue utilizado durante esa época como ejemplo de cambio simplemente porque no seguía las normas."
Todo esto nos remite, por supuesto, a las prácticas que hemos vivido en España en los últimos años, aunque aquí han estado vinculadas a la política y a la construcción. Uno puede imaginarse la sede del partido popular en los años dorados del tráfico de sobres casi como las oficinas de Belfort: una fiesta constante alimentada por la adrenalina que da el dinero fácil. En nuestro país tenemos a nuestros propios Belforts, que se reinventan después de pasar una temporadita en prisión. Mario Conde, sin ir más lejos, que está presente constantemente en ciertas cadenas de televisión y escribe libros acerca de cómo salir de la crisis. O Ruiz Mateos, que fue capaz de resurgir de sus cenizas y engañar por segunda vez (¡esto sí que es una hazaña!) a pobres ciudadanos para que invirtieran en sus ruinosas empresas. Si algo caracteriza a este tipo de gente es que poseen una cualidad única: tienen una cara tan dura que son capaces de convencer a mucha gente de su inocencia contra toda evidencia. O quizá la explicación sea aún más oscura: que este modelo de hombre hecho a sí mismo sea el espejo en el que secretamente se miran muchos ciudadanos, que envidian a quienes fueron capaces de robar impunemente durante años y, después de ser pillados, haber sido capaces de quedarse con buena parte del botín para ser disfrutados una vez libres de todo cargo. Eso explica que la gente siga votando masivamente a políticos de los que se ha probado sobradamente su naturaleza corrupta.
El lobo de Wall Street es un acertado retrato de los males de nuestro tiempo, realizado con una mezcla magistral de comedia esperpéntica y crítica social. El mismo protagonista se dirige en ocasiones directamente al espectador para explicarle que, técnicamente, es muy difícil saber lo que está pasando en pantalla, pero que lo esencial del asunto es que los métodos que usaban eran totalmente ilegales. Ilegales, sí, pero permitidos durante años por un sistema en el que los poderes económicos parecen regular las leyes del Estado y no al contrario. A veces la historia de Jordan Belfort adopta paralelismos con otras de Scorsese dedicadas a describir los métodos de la mafia. Pero el director de Uno de los nuestros parece simpatizar más con estos últimos, que al menos no esconden sus intenciones:
"La realidad es que el crimen es el crimen, y lo cometan con un código de ética como lo hacen los gángsteres o como se hace en Wall Street, de todos modos hace daño a la gente. Sin embargo, me parece que aquellos que se cometen bajo el disfraz de la legalidad, o aprovechando la oportunidad, como los que se retratan en esta película, suelen provocar un daño aún mayor, y lo peor de todo es que no se hace nada para combatirlo. Esta mentalidad, al menos en lo que he podido investigar, es algo que se estimula desde la sociedad, y parece estar validada por nuestra cultura. Por lo tanto sí, creo que los crímenes que se cometen en Wall Street suelen ser mucho más peligrosos que los que suele llevar a cabo el hampa."
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