viernes, 10 de enero de 2014

SOCIOFOBIA (2013), DE CÉSAR RENDUELES. CAPITALISMO VIRAL.

Se trata de uno de los mejores ensayos que he leído en los últimos tiempos. Sociofobia es profundo, brillante y a la vez está dotado de una escritura clara y cristalina. Aconsejo su lectura fervientemente. No suelo recomendar que se lean mis propios artículos, ya que en muchas ocasiones distan mucho de tener un mínimo de calidad, pero en esta ocasión lo voy a hacer, para tratar de difundir este libro que trata de hacernos partícipes de un debate muy, muy interesante. Aquí el enlace:



Hace unos meses tuve la oportunidad de asistir a unas jornadas dedicadas a un concepto tan difuso como la innovación social. En una de las ponencias, uno de esos nuevos gurús de internet ponderaba acerca de las infinitas virtudes de la red, un lugar lleno de posibilidades de aprendizaje, cultura colaborativa y emprendimiento que cambia la vida de la gente. Lo cierto es que era un discurso bien estructurado y brillante, pero vacío en el fondo, pues estaba repleto de lugares comunes, sin la aportación de demasiados ejemplos prácticos. Mientras el orador se movía dinámicamente por el escenario ayudándose por una presentación power point  (cuyo arranque no estuvo falto de problemas técnicos, como suele suceder en estas ocasiones), el público asistente, casi en su totalidad, miraba sus i-phone, sus tablets y sus portátiles. Algunos escribían pequeños mensajes en twitter con las frases más brillantes del conferenciante, para que sus seguidores tuvieran noticia inmediata de cómo se desarrollaba el evento, otros hacían fotos y los más hablaban por el whatsapp, navegaban por páginas de vídeos o de humor que nada tenían que ver con la innovación social.

Esta pequeña anécdota puede servir como metáfora de nuestro tiempo, en el que se da una importancia tan desmesurada a la red que navegar por internet mientras otra persona se dirige a nosotros no solo no está mal visto, sino que es un uso social ampliamente aceptado. En Sociofobia, el brillante ensayo de César Rendueles se utiliza el término ciberfetichismo para referirse a esta veneración por internet en general y las redes sociales en general, como una especie de solución a todos nuestros problemas de convivencia y socialización de una manera cómoda y aséptica. El individuo puede elegir así con quien se relaciona, los límites de su relación e incluso acabar con ella con la misma facilidad con la que se presiona el botón de apagado de un aparato. Es una especie de utopía digital sin los inconvenientes de los vínculos personales tradicionales. Hoy día existe la posibilidad de mantener dichas relaciones en compartimentos estancos para ser usadas como bienes de consumo: relaciones amorosas, presuntas amistades, foros de aficionados a cualquier cosa… Solo que para mucha gente estas prácticas están sustituyendo a las relaciones tradicionales. Un paseo por cualquiera de nuestras ciudades será muy revelador en este sentido: nos cruzaremos constantemente con gente tecleando su móvil, manejándolo con tal soltura como si de un apéndice corporal se tratara. Para algunos la vida no es un fin en sí misma, sino una serie  de circunstancias que deben ser relatadas al minuto en las redes sociales.

En esta nueva sociedad que hemos construido las capacidades de elección se nos antojan infinitas, pero al final, como sucede con los programas televisivos de éxito, acabamos decantándonos por las banalidades más absolutas. Si internet es el representante de la sociedad civil, resulta que los máximos intereses de los ciudadanos se resumen en pornografía, fútbol, cotilleos, vídeos graciosos y politonos para el móvil. Y eso nos lleva al problema de la democracia representativa y la ideología ultracapitalista que lo impregna todo. La ciudadanía no ha perdido su espíritu crítico, pero ahora lo manifiesta de modo virtual, compartiendo mensajes indignados, pero creyendo en el fondo (porque este mensaje está grabado a fuego en el inconsciente colectivo) que no existen alternativas al sistema actual, cuya participación en el mismo consiste esencialmente en volver a votar a los representantes públicos más corruptos, como si este presunto mal menor fuera lo que nos merecemos. Rendueles lo expresa muy bien con una metáfora económica:

“Muchos ciudadanos de las democracias occidentales estarían dispuestos a pagar muy poco para obtener un sistema político aquejado de una profunda crisis de representatividad o un régimen económico irracional, inestable e ineficaz. Sin embargo creen que el precio a pagar por perder todo eso sería altísimo. En realidad, podría haber buenas razones para conformarse con lo que hay, como los costes de una transición a un sistema alternativo o su irrealizabilidad. Pero son cuestiones que ni siquiera nos llegamos a plantear. Identificamos el cambio con una pérdida que nos aterroriza antes de cualquier cálculo racional. Despreciamos el consumismo, el populismo y la economía financiera pero los precomprendemos como el único baluarte frente a la barbarie contemporánea.”

Hoy en día estamos cometiendo la monstruosidad de dejar que se desarrollen las desigualdades sociales más abismales de la historia. Y no tenemos más remedio que contribuir a ellas, porque ser completamente ético hoy – no comprar determinadas marcas, no someterse a determinadas modas – es una heroicidad al alcance de muy pocos. La palabra ética ha dejado de estar presente en la esfera pública, sustituida por la religión del consumo, la única fe que comparten la mayor parte de los ciudadanos del mundo y ni siquiera la izquierda es capaz de definir un programa alternativo que parta de un análisis social imparcial y profundo. No existe la ilusión colectiva, porque ha sido devorada por las pequeñas satisfacciones individuales y efímeras que están cada día a nuestro alcance. Al final los avances tecnológicos que deberían repercutir en la felicidad colectiva no hacen más que engordar la cuenta de resultados de unos pocos. El funcionamiento del sistema es perverso y paradójico: genera un miedo y conformismo que solo puede ser compensado con las pequeñas satisfacciones antes mencionadas:

“La sociedad moderna se ha especializado en convertir en problemas de proporciones sísmicas lo que, al menos intuitivamente, deberían ser soluciones. El desarrollo tecnológico genera paro o sobreocupación, en vez de tiempo libre; el aumento de la productividad produce crisis de sobreacumulación, en vez de abundancia; los medios de comunicación de masas alienación en vez de ilustración.”

No todo es malo o negativo, por supuesto. Existen nuevas formas de cooperación, trabajos colectivos muy interesantes y altruismo a raudales en la red. Pero todo esto se sobredimensiona y se define como un nuevo paradigma social que nos va a hacer avanzar hacia una nueva sociedad utópica, cuando las respuestas siguen estando en la política tradicional, que está dominada por unos pocos – y no precisamente los ciudadanos más éticos – y tutelada por las grandes multinacionales. Los que deberían ser los grandes temas de nuestro tiempo: cómo hacer de la democracia un sistema más participativo, como mejorar la educación, cómo redistribuir la riqueza, cómo luchar contra los paraísos fiscales, qué hacer frente al cambio climático, se pierden en la corriente de la sobresaturación de la red. De seguir así, el ciberfetichismo acabará sustituyendo a la ética, a las auténticas relaciones personales y al verdadero conocimiento.

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