De Eça de Queiroz, el llamado "Galdós portugués", había leído anteriormente la magnífica novela La ilustre casa de Ramires. Como al escritor canario, a Eça de Queiroz le interesa analizar la sociedad de su tiempo y exponer al lector sus grandes males con la finalidad de que él mismo saque conclusiones. En El crimen del padre Amaro, esta obra mítica de la literatura anticlerical, dispara con artillería de grueso calibre contra la institución eclesiástica que, todavía a finales del siglo XIX, contaba en Portugal casi con tanto poder como en la Edad Media. La novela nos presenta una galería de personajes inolvidables, dedicados a la holganza y tratados como santos por las damas más beatas de Leiria. Es muy recomendable también el visionado de la gran adaptación cinematográfica del mexicano Carlos Carrera, que traslada la historia de Amaro a nuestros días en el país americano, introduciendo además los temas de la guerrilla, el narcotráfico e incluso la teología de la liberación. Aquí el artículo:
Aunque la literatura de Eça de Queiroz ha tenido una suerte
muy desigual en España, El crimen del
padre Amaro sigue siendo la más célebre de sus novelas y la que con más
facilidad puede encontrarse en las librerías de nuestro país. Algunos de
nuestros grandes escritores como Valle Inclán o Unamuno fueron seguidores fervientes del portugués.
La inspiración para escribir El crimen del padre Amaro le surgió a Eça de Queiroz a raíz de su
experiencia como administrador municipal en la pequeña ciudad de Leiria. El
protagonista de la novela, un joven sacerdote, llega al municipio para hacerse
cargo de una parroquia, después de pasar un tiempo ejerciendo en una olvidada
aldea de las montañas. Amaro no es un sacerdote vocacional, sino que se ha
visto obligado a estudiar en el seminario para no quedar desamparado. En
realidad el protagonista siente una humillación íntima por tener que vestir los
ropajes sacerdotales, por la tonsura que adorna su coronilla y, sobre todo, por
el voto de castidad perpetuo al que dicha dignidad le obliga. Así pues, cuando
conozca a Amélia, la hija de la señora que le hospeda, surgirá en él un sentimiento
de deseo mucho más carnal que espiritual. Amélia es un ser inocente, que ha
sido educada en el temor constante a un Dios mucho más severo que benévolo:
“En la escuela, en
casa, por cualquier bagatela, le hablaban siempre de los castigos del cielo: de
tal modo que Dios se le figuraba como un ser que sólo sabe dar el sufrimiento y
la muerte y al que es necesario ablandar rezando y ayunando, oyendo novenas,
mimando a los curas. Por eso, si alguna vez al acostarse olvidaba alguna salve,
hacía penitencia al día siguiente, porque temía que Dios le enviase unas
fiebres o la hiciese caer por la escalera.”
El microcosmos social de Leiria que presenta el autor
portugués nos muestra un municipio (y por ende, un país) dominado por el poder
eclesiástico, siempre temeroso de que las ideas revolucionarias y laicistas que
se encuentran en desarrollo en otros países europeos impregnen a la sociedad
portuguesa. Porque los sacerdotes presentados en la novela son practicantes
habituales de la mayoría de los pecados capitales. Ante todo viven una
existencia regalada de hombres santos con pocas obligaciones, más allá de decir
alguna misa de vez en cuando. A esta permanente holganza unen un gusto muy
sofisticado por la buena mesa y, en algún caso, también prueban las delicias de
la carne del sexo opuesto, justificándolo en alguna conversación privada como
una satisfacción de los sentimientos más naturales del ser humano, que no
pueden ser obviados ni siquiera por un sacerdote. Precisamente el trágico
desenlace de la narración tiene mucho que ver con las consecuencias de los
apetitos sensuales de Amaro.
Como es lógico, la riqueza material en la que viven los
sacerdotes, en comparación con la mayoría de sus vecinos, también cuenta con su
correspondiente justificación teológica:
“Que el cielo es
también para los ricos. Usted no entiende el precepto. Beati pauperes, benditos
los pobres, quiere decir que los pobres deben sentirse felices en la pobreza;
no desear los bienes de los ricos; no querer más que el trozo de pan que tienen;
no aspirar a participar de las riquezas de los otros, bajo pena de no ser
benditos. Es por eso, sépalo usted, que esa canalla que predica que los
trabajadores y las clases bajas deben vivir mejor de lo que viven va en contra
de la expresa voluntad de la Iglesia y de Nuestro Señor. ¡Y no merecen otra
cosa que un bastonazo, como excomulgados que son!”
Visto así, El crimen del padre Amaro no es más que un drama
acerca de flaquezas humanas que no
pueden ocultarse, un drama sobre la hipocresía. Uno de los pasajes más
interesantes de la novela es el del “Comunicado” que escribe uno de los
protagonistas en la prensa local denigrando al clero de Leiria. Los
representantes locales de la iglesia ponen toda la carne en el asador de su
intolerancia con el fin de que sea desenmascarado el autor del artículo y poder
así señalarlo como elemento anticristiano hasta el punto de que tenga que
buscarse la vida en otra parte.
La novela de Eça de Queiroz cumple a la perfección su
función de denuncia social del desmesurado poder que detentaba en su tiempo una
casta eclesiástica absolutamente parasitaria e indolente, sustentada en el
poder de una tradición que consideraba un anatema cualquier idea nueva que
surgiera fuera de las fronteras portuguesas. Como es bien sabido, la libertad
de pensamiento es capaz de poner en peligro los intereses de una religión
intransigente.
Coordino un club de lectores en Ferrol. Si queréis ver comentarios de las obras que leemos están en Google, escribiendo
ResponderEliminarFerrol: Club de lectores.
Espero que os guste.
Eva Ocampo.