Balzac nunca deja de sorprenderme, al igual que Galdós y Zola, que forman una trío de escritores decimonónicos por los que siento una especial debilidad. Balzac es un observador innato del mundo, un registrador de caracteres psicológicos y un cronista verídico de la realidad de su tiempo. Pero no se conformaba con eso, sino que era capaz de crear personajes casi tan complejos como los seres humanos que habitamos la realidad. Uno de los más recordados es este Coronel Chabert (novela de la que se ha realizado alguna versión cinematográfica), el soldado de Napoleón al que, creyendosele muerto en la batalla de Eylau de un mandoble en la cabeza, se entierra en una fosa común. El pobre Chabert logra salir dificultosamente de su muerte en vida, pero más provechoso le hubiera sido quedarse en su atestada tumba, puesto que el resto de su existencia va a ser un auténtico infierno.
El coronel Chabert, dado por muerto por los seres que le aprecian, vuelve después de algunos años de existencia errante a un mundo que ya no le pertenece, al París de la Restauración, donde el ejército de Napoleón no es más que un recuerdo, glorioso para unos, enojoso para otros y un oficial que reclama su antigua vida no es más que un estorbo, un insignificante obstáculo en la rueda de los acontecimientos. Además Chabert ha vuelto andrajoso y miserable. Su mujer (casada con otro) se niega a reconocer a su marido en ese cadáver andante. Toca recurrir a la justicia, a ese despacho en el que en el principal pasatiempo de los pasantes es hacer burla de los clientes.
La pregunta que se hace a sí mismo el protagonista tiene mucho de filosófica: "¿hacen mal los muertos en volver?". Los muertos como incordio para los vivos, como recordatorio de un pasado caduco al que no quieren regresar los que están bien instalados en el presente. Pobre Chabert, símbolo de una Francia que se veía a sí misma como heroica, y de la que, pocos años después, nadie quiere saber nada.
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