La lectura de esta novela me produce sensaciones contradictorias. Ante todo aprecio enormemente la calidad de la escritura de Nooteboom, un autor holandés que siempre ha tenido una especial vinculación con España. La obra por la que yo lo conocí (aunque no he podido leerla todavía) es un librito de viajes dedicado a nuestro país: "El desvío a Santiago". De hecho, cuando me dieron el libro que nos ocupa hace un mes en la biblioteca, para ser discutido dentro de una semana en el club de lectura, sentí una gran alegría, pues éste es uno de los nombres literarios que siempre suenan, pero al que raramente nos acercamos, ya sea por falta de oportunidad o por olvido.
"El día de todas las almas" nos transporta al Berlín de hace una década, una ciudad en plena transformación que intenta cerrar las enormes cicatrices del pasado, al igual que su protagonista, Arthur Draane, un cámara de documentales neerlandés que ha vivido su propia tragedia personal: su esposa y su hija murieron en un accidente aéreo. Durante gran parte de la narración Arthur pasea por un Berlín invernal, de calles semivacías: una ciudad y un tiempo idóneos para reflexionar: sobre la historia, sobre pasado y presente. Arthur es un nómada voluntario: no tiene domicilio fijo, pero sí que cuenta con buenos amigos en Berlín, con los que mantiene elevadas conversaciones, quizá un poco pedantes. Sus amigos parecen saberlo todo, estar por encima del bien y del mal y posar su mirada sobre los acontecimientos con la condescendencia del diagnosticador infalible. Algunas veces como lector quedo extenuado ante la densidad de palabras e ideas que lanza Nooteboom, que parece hacer avanzar su relato en círculos, más que linealmente. En realidad los acontecimientos de "El día de todas las almas" suceden a varios niveles: en lo material, en lo espiritual y en lo intangible. Por eso los pensamientos de los personajes son aquí casi más importantes que sus acciones.
Una de las muchas reflexiones filosóficas que nos ofrece la novela, casi en su vertiente metafísica, habla de la ciudad como de un ente vivo, de un conjunto de acontecimientos, seres y voces que quedan para siempre formando parte de la misma como una especie de ruido de fondo. Sobre todo en ciudades con una historia tan tormentosa como Berlín, donde los cambios durante el siglo XX han sido tan radicales como sorprendentes. De hecho, durante unos años (todavía cuando fue escrita esta novela) se discutió acerca del "fin de la historia", una teoría que se popularizó con la caída del muro del Berlín y murió con estrépito junto a las torres gemelas de Nueva York.
Mención especial merece la mirada que el autor posa sobre España, a la que retrata como un país caótico, el paraíso de la corrupción y del terrorismo. Precisamente les dejo con un pequeño texto de Nooteboom que se ha publicado en el Babelia de hoy:
"No soy experto en finanzas. He visto como gran parte de la costa española era destruida por el codicioso y sin sentido boom de la construcción. Si los políticos que iniciaron la UE hubieran optado por la unión fiscal, no estaríamos ahora inmersos en este contagioso desastre, pero era demasiado pronto para crear una federación que nadie deseaba realmente. El nacionalismo y el mantra de la soberanía todavía son muy poderosos. Se habla mucho acerca de los mercados, pero deberíamos darnos cuenta de que nosotros mismos, nuestros Estados, nuestros bancos y nuestro fondo de pensiones, son el mercado. Vivimos en democracias, votamos, somos los amos y las víctimas. Solamente el inocente absoluto está exento de culpa."
El prestigio de la prosa y la complejidad del pensamiento siempre producen respeto, pero a mí personalmente me caen un poco antipáticas las reflexiones en el sentido de identificar las emociones humanas con los hechos históricos. No debería buscarse esa intimidad entre lo humano y lo histórico, sino más bien ver a los humanos como víctimas de la historia. Cuando se escribe sobre alguien que padece cáncer, al enfermo no se le hace culpable del cáncer: es una fatalidad, y las reflexiones sobre la historia deberían hacerse en ese sentido, y no como el señor Noteboom lo hace, a mi parecer, en esta novela.
ResponderEliminarNo se trata tanto de que ya se haya producido "el fin de la historia", sino de que debería producirse cuanto antes la desvinculación emocional de la historia: que la historia suceda a pesar nuestro, sin significado, sin tanta novela... sin tanto respeto. Ni la "alemanidad" ni la "españolidad" son nada, más que pequeñas enfermedades (supersticiones) de las que con el tiempo nos curaremos.
Por lo demás, no me gustan los personajes de novela caracterizados por circunstancias tan poco significativas como los azares de un accidente aéreo (con lo raros que son, por cierto). Para ponerse melancólico e introspectivo hay circunstancias que a mí, personalmente, me parece que quedan mejor en una novela.
Totalmente de acuerdo contigo Francisco: un prestigioso autor que (por lo menos en esta novela), mantiene un buen nivel en la prosa, pero con tan poca sustancia y tan metafísicamente en ocasiones, que incluso llega a irritar al lector. No obstante, no me arrepiento de la experiencia de leer a Nooteboom, y me haría ilusión probar con "El desvío a Santiago".
ResponderEliminarDe acuerdo, la novela me ha irritado, está muy bien escrita, no me ha defraudado pero no la he disfrutado plenamente, por momentos me aburrió mucho, me pareció interminable
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