jueves, 28 de septiembre de 2017

CINE O SARDINA (1997), DE GUILLERMO CABRERA INFANTE. UN OFICIO DEL SIGLO XX.

¿Cuál es la función del crítico cinematográfico en el mundo actual? Es evidente que han perdido buena parte de su influencia, si es que, en realidad, alguna vez la tuvieron, pero todavía se trata de un oficio necesario, porque los amantes del cine necesitamos a gente con buen criterio que sea capaz de separar el trigo de la paja, que nos oriente en el laberinto que suponen los estrenos que se suceden semana a semana (por suerte, infinitamente menos enrevesado que el laberinto literario). Ya muchos somos los que acudimos directamente a webs como Filmaffinity para contrastar lo que opinan los espectadores de a pie acerca de una película. Pero yo personalmente procuro complementar tales discursos con los más trabajados que nacen de la pluma de los críticos profesionales. Suelo leer mes a mes la revista Dirigido, que me parece la más solvente entre la amplia oferta que ofrece el mercado y escuchar en lo posible a algún crítico en la radio. Lo fascinante viene cuando la película es comentada por una estrella del universo literario, como Guillermo Cabrera Infante.

Lo primero que cabe decir de Cine o sardina es que se trata de un volumen bastante irregular. Artículos de indudable interés se mezclan con otros en los que hay mucha más erudición que un discurso verdaderamente atractivo, como cuando cuenta las andanzas de personajes cubanos e hispanoamericanos en el siempre exigente mundo de Hollywood. Lo que sí que está presente en todos los escritos es la intensa pasión y amor que Cabrera Infante siente por el séptimo arte: desde niño el cine ha sido para él un objeto de placer y fascinación, una ventana por la que asomarse a un mundo que sería inaccesible de cualquier otra manera (incluso a la literatura le falta a veces la fuerza de las imágenes que solo es capaz de ofrecer una buena película) y ser testigos de formas de vida antagónicas con la nuestra, pero con las que somos capaces de identificarnos. Todo se resume en una frase que me ha gustado mucho:

"Como sabemos, la visión del cine está en los ojos del que mira."

Y también nos habla de la íntima relación del espectador con las imágenes, de la apelación que realizan éstas a nuestros sentimientos más primitivos:

"La cámara (y la pantalla de televisión también) es una rape machine: la máquina de violar imágenes."

Como corresponde a un alguien que siempre escribe con un reconocible estilo literario, las crónicas cinematográficas de Caín están repletas de juegos de palabras y estimables giros lingüísticos que las hacen casi siempre más atractivas y a veces un poco menos ligeras de lo que deberían ser.  Cabrera Infante no le hace ascos a ningún género, ningunea un tanto el cine mudo y escarba en el pasado de directores, actores y actrices. Además alaba el vídeo doméstico como una bendición para cualquier amante del cine (¿qué hubiera opinado hoy del blue ray?). Cine o sardina es una lectura apta para cualquier amante del cine o de la literatura, que quiera profundizar en la vinculación profunda que siempre ha existido entre ambas artes.

domingo, 24 de septiembre de 2017

DÉJAME SALIR (2017), DE JORDAN PEELE. CUANDO HUIR ES LA RESPUESTA.

En pleno siglo XXI, el problema racial estadounidense es un dinosaurio que todavía sigue y, lo que es peor, tiene síntomas de crecimiento debido a un presidente Donald Trump, cuyo discurso acerca del racismo es todo, menos sutil. Lo cierto es que los estallidos violentos respecto a este asunto son esporádicos, pero virulentos. En cierto modo Déjame salir, ópera prima de Jordan Peete, es hija de este clima ahora reavivado por las sucesivas polémicas que Trump protagoniza y protagonizará en los próximos años: el pirómano encargado de apagar el fuego.

La situación de partida de la película casi remite a esas peliculas de domingo por la tarde en Antena 3 a la hora de la siesta: una atractiva pareja interracial que viaja a conocer a los padres de ella. Él va un poco nervioso, porque va al encuentro de lo desconocido. Ella trata de tranquilizarlo, aunque sus palabras tampoco son definitivas respecto a lo que van a encontrar en la casa familiar. La llegada ya va acompañada por un signo de inquietud: la cordialidad de los padres parece un poco impostada y la actitud de la criada negra que sirve a sus amos blancos, resulta una especie de pincelada tragicómica en medio de un clima levemente enrarecido. Pronto el ambiente írá trocándose a colores más sórdidos: Chris se siente cada vez más acorralado ante unos seres que parecen estar interpretando una obra de teatro a su alrededor. El protagonista solo tiene una vía de contacto con el exterior: a través de un móvil que va y biene, habla con su mejor amigo, un negro tópico, gracioso, paranoico y dado a creer teorías de la conspiración, una cualidad esta última que podría ser de bastante utilidad ante la situación que se está creando...

Planteando un inteligente discurso sobre el racismo en nuestros días y acerca de la posibilidad de dar pasos - o zancadas - hacia atrás en la solución de un mal enémico, Déjame salir mezcla varios géneros - el terror, el suspense y algunos toques de comedia - para entregar una trama sólida, cuyo único defecto reside en alargarse un poco en exceso y en resolverse de una manera un tanto facilona. No obstante, se trata de una propuesta interesante desde un punto de vista ideológico e irónico: cuando todo es en exceso políticamente correcto, puede que los demonios del discurso supremacista estén pugnando por salir a la superficie. Lo mejor es que las conclusiones finales son más ambiguas - al final no se sabe de quien es o será la victoria - de lo previsible en este tipo de producciones.

viernes, 22 de septiembre de 2017

LA BATALLA DE ROMA (2003), DE ROBERT KATZ. LOS NAZIS, LOS ALIADOS, LOS PARTISANOS Y EL PAPA.

La imagen que ilustra este artículo es una de las más insólitas de las que se dieron en Roma entre julio de 1943 y junio 1944, once largos meses en los que la suerte de la Ciudad Eterna, de sus ciudadanos y de su inmenso patrimonio histórico, estuvo pendiente de un hilo. Hasta aquellas fechas, la ciudad había sido más o menos respetada por los bombardeos Aliados, quizá como una especie de cortesía por la presencia del papa en ella. Esto cambió el 19 de julio de 1943, cuando un intensa incursión de la aviación norteamericana (entre cuyos tripulantes figuraba el actor Clark Gable), dejó cientos de muertos en el barrio obrero de San Lorenzo, en la periferia de la ciudad, a pesar de que ésta había sido declarada citta aperta. En un gesto desacostumbrado para un hombre de un carácter tan frío, Pío XII acudió de inmediato al lugar del bombardeo y rezó junto a los supervivientes, que se afanaban en aquel momento en buscar a sus seres queridos entre las ruinas. Pío XII fue uno de los personajes más controvertidos de la época, pues su afán, por encima de todo, era preservar su ciudad - especialmente el Vaticano - de cualquier tipo de destrucción, estimando en secreto que la mejor fórmula para ello era llegar a un acuerdo con los alemanes e implicar a los Aliados en la lucha contra el que consideraba el auténtico adversario: el bolchevismo. Pero la situación era demasiado complicada para que uno solo de los actores implicados en el laberinto italiano de aquel tiempo pudiera hacer realidad sus planes: los americanos, los ingleses, el gobierno italiano del sur, los monárquicos, la República de Saló, las fuerzas de ocupación nazi y los distintos movimientos de resistencia eran un cóctel demasiado explosivo como para que pudiera llegarse a soluciones fáciles.

Todavía a finales del verano, con los ejércitos Aliados acercándose poco a poco por el sur, los romanos podían tener esperanza de que la ansiedad de la espera acabase pronto. El mes de septiembre lo cambió todo: Mussolini había sido arrestado en julio por una rebelión del Gran Consejo Fascista. Aunque el nuevo gobierno dio garantías de seguir cooperando a los alemanes, su auténtico anhelo era llegar a una paz por separado con los Aliados, algo que sucedería a principios de septiembre. La reacción de los alemanes fue fulminante: liberaron a Mussolini de su prisión en el Gran Sasso y ocuparon la ciudad de Roma, ante la pasividad de los Aliados, que tuvieron la oportunidad de enviar fuerzas aerotransportadas para ocupar la capital. En la ciudad se vivieron momentos dramáticos, con una resistencia esporádica y desordenada, - entre otras cosas, Katz cuenta el dramático enfrentamiento, frente al arco de Diocleciano entre un Tiger alemán y una lata de sardinas italiana - que pronto colocó a los nazis como amos absolutos de Roma.

La esperanza de ser liberados pronto se disolvió ante los fracasos de norteamericanos y británicos en Montecassino y Anzio. La vida se fue volviendo paulatinamente más dura. Las acciones de la resistencia contra las tropas alemanas hacían que las ordenanzas de los ocupantes fueran cada vez más crueles y restrictivas. En este ambiente se llevó a cabo, casi con total impunidad, y con un clamoroso silencio por parte del papa, la redada contra los judíos de Roma. De los mil que salieron hacia los campos de exterminio, solo volverían quince. Mientras tanto, los romanos de a pie se enfrentaban a condiciones de vida cada vez más espantosas: el hambre y el miedo se estaban adueñando de la ciudad. Pronto se llegó a decir que media Roma se escondía en casa de la otra media. Como dejó escrito Elena, una resistente y protagonista de muchas de las páginas del libro:

"La desesperación y el miedo crecientes, el hambre y las enfermedades estaban consumiendo a la gente. Los bombardeos habían destruido la capacidad de funcionamiento de los servicios públicos, en especial para quienes estaban escondidos. (...) A menudo no había agua potable e incluso las casas de los ricos estaban infestadas de gérmenes e insectos. Pululaban los piojos y para infestarse bastaba con sujetarse al pasamanos de un autobús. (...) Todos estábamos cada vez más delgados y más pálidos y a la gente la ropa le caía holgada..."

Pero el momento culminante de estos meses llegó con el atentado de la vía Rasella, contra un regimiento de soldados de las SS, de los que fallecieron una treintena. La calle, en pleno centro histórico de la capital italiana - yo he tenido ocasión de recorrerla recientemente - es muy estrecha, con lo que los efectos del explosivo, que los resistentes escondieron en un carro del servicio de basuras, se multiplicaron contra los desprevenidos alemanes. Katz logra recrear este episodio casi como si de una novela de suspense se tratara: los preparativos, la larga espera, el miedo, las víctimas colaterales... La reacción de los nazis fue inmediata: detuvieron a una gran cantidad de vecinos y los concentraron junto al palacio Barberini, en uno de los extremos de la calle, ya en la vía Quattro Fontane. Una sencilla placa recuerda hoy en ese mismo punto estos difíciles momentos. Muchos de estos vecinos fueron liberados, pero otros fueron conducidos a prisión. Mientras tanto, Hitler se enfureció al conocer la noticia y exigió que se fusilara a treinta romanos por cada alemán muerto. Al final se consiguió rebajar la cifra de la represalia a diez por cada uno, lo cual tampoco facilitaba demasiado la tarea de elaborar las listas de prisioneros que debían ser ejecutados de inmediato. La masacre se materializó en las tristemente famosas Fosas Ardeatinas, y se convirtió en el episodio más bárbaro de la ocupación nazi de Italia. Mientras tanto, el Vaticano seguía guardando un clamoroso silencio, que muchos interpretaban como un intento de no echar más leña al fuego de la explosiva situación de Roma.

Cuando por fin llegó la liberación, a principios de junio de 1944, la explosión de júbilo de los romanos hizo olvidar momentáneamente tantos meses de privaciones. La Ciudad Eterna se había salvado in extremis de la destrucción segura que hubiera supuesto una lucha en sus calles entre dos poderosos ejércitos y eso era lo más importante en esos momentos, a pesar del recuerdo permanente que suscitaban los ausentes, los que habían muerto antes de poder ver el día de la liberación. En el recuerdo queda la inmortal frase del soldado norteamericano Thomas García, cuando contempló por primera vez la anhelada imagen del Coliseo: "¡Dios mío!, ¡también lo han bombardeado!".

La batalla de Roma es uno de los mejores libros acerca de la Segunda Guerra Mundial que he tenido la oportunidad de leer. Es un relato que se mueve entre la historia y el periodismo para ofrecer un relato verídico de uno de los episodios más apasionantes de este periodo, en el que se jugaba la suerte del más rico legado de la civilización occidenteal. Robert Katz tuvo oportunidad de acceder a archivos inéditos y el detallismo de su narración atestigua la pasión y el rigor con el que se acerca a la historia de la pasión y resurrección de Roma.

MATRIX (1999), DE LILLY Y LANA WACHOWSKI. DETRÁS DE LA PASTILLA ROJA.

Dejo aquí mi artículo, publicado en Astoria 21, acerca de una de las películas de ciencia ficción más influyentes de la historia:

miércoles, 20 de septiembre de 2017

CONTRA EL TIEMPO (2016), DE LUCIANO CONCHEIRO. FILOSOFÍA PRÁCTICA DEL INSTANTE.

Resulta indudable que la aceleración de la existencia que hemos experimentado en las últimas décadas, es uno de los temas fundamentales de nuestro tiempo. La expansión global del capitalismo ha provocado que muchas zonas del planeta salgan de la pobreza, pero como contrapartida perversa, ha provocado nuevas e insospechadas servidumbres. La primera de ellas es la conexión permanente, no solo a través de las redes sociales, algo se hace de manera voluntaria, sino también desde el ámbito laboral, perdiéndose buena parte de nuestra privacidad a su vez por esta vertiente. No es raro que el empleado deba tener el móvil disponible las veinticuatro horas al día por si surgiera algún asunto urgente y mirar obsesivamente el correo electrónico, a riesgo de dejar tareas pendientes, unas tareas, a juicio de Concheiro, siempre inacabadas, siempre acuciantes.

Respecto a las intenciones de Contra el tiempo, el autor mexicano las deja claras desde las primeras líneas del ensayo:

"Si me viera obligado a señalar un rasgo que describiera la época actual en su totalidad, no lo dudaría un segundo: eligiría la aceleración. Este fenómeno explica en buena medida cómo funcionan hoy día la economía, la política, las relaciones sociales, nuestros cuerpos y nuestra psique. El incremento de la velocidad es una mirilla por la cual, sin tener que recurrir a perspectivas reduccionistas, podemos ver - y acaso entender un poco mejor - el mundo contemporáneo y a quienes lo habitamos."

En la línea de filósofos como Byung Chul Han, Concheiro describe nuestra época como un gran festín capitalista, donde los ciudadanos han vendido lo más valioso que poseen, su tiempo y su intimidad a cambio de la posesión de objetos, que tendrán casi siempre una duración limitada, puesto que la novedad está llamado constantemente a la puerta del consumidor. El bienestar es transitorio, dura un solo instante, y pronto es sustituido por la ansiedad de no quedar atrás, tanto en el trabajo como en el consumo. Frente a todo esto, Contra el tiempo (finalista del premio Anagrama de ensayo del año pasado) apela al movimiento propugnado por Carl Honoré en su estimable Elogio de la lentitud. Pero bien es cierto que la gente quiere aprender a ser lenta lo más deprisa posible. El propio libro de Concheiro se intenta adaptar a los tiempos que corren exponiendo las ideas en párrafos cortos, con ideas claras y concentradas.

Al final de lo que se trata es de recuperar el tiempo perdido, a poder conquistar momentos de intimidad con uno mismo y con los demás en los que no nos acucien las agujas del reloj, cuestión complicada en nuestros días, sobre todo para gran cantidad de gente que no es capaz de medir las consecuencias de echarse encima demasiadas responsabilidades. Así pues, la Filosofía práctica del instante, sería una especie de revolución privada, una cuestión íntima y transformadora:

"La Filosofía práctica del instante sería una filosofía en un sentido poco convencional porque no sería sistemática y no le interesarían los problemas tradicionales de la disciplina. Encontrar la verdad, así como proceder objetiva y racionalmente, le resultarían cuestiones secundarias. Su interés es más bien terrenal: quiere transformar la vida."

viernes, 15 de septiembre de 2017

PASSENGERS (2016), DE MORTEN TYLDUM. EL SUEÑO DEL AVALON.


A través de la historia, el hombre ha sido constantemente un animal emigrante, buscando siempre tierras mejores o huyendo de situaciones imposibles, de conflictos, de pobreza o de lugares sobrepoblados. Viajar a un lugar distinto es la mejor manera de empezar una nueva vida. ¿Seguirá sucediendo esto en el futuro? Sin duda. Y si algún día somos capaces de resolver el problema de los viajes espaciales (algo a priori poco probable a medio plazo, debido a las enormes distancias siderales), es muy posible que nos convirtamos en colonos de nuevos planetas. Esta es la premisa de partida de Passengers: una nave, la Avalon, con cinco mil pasajeros en estado de hibernación durante décadas, hasta que se despierten unos meses antes de llegar a su destino, un planeta vendido como una especie de lugar paradisiaco, que el espectador nunca llegará a ver.

Lo más interesante de la película de Tyldum (un director con nombre de personaje de Juego de Tronos) es que plantea un enorme conflicto ético al protagonista que, por un accidente, es despertado décadas antes de que termine el viaje. La perspectiva, ya que no sabe cómo volver a dormirse, es vivir y morir solo en la enorme nave, que va a proporcionarle todo lo necesario para la supervivencia, excepto la compañía. La tentación de este nuevo Adán de despertar a una muchacha para que sea su compañera es demasiado grande... A favor de Jim Preston, hay que decir que el hombre duda y se atormenta durante semanas debatiendo consigo mismo los pros y los contras. Su decisión final no la voy a poner aquí, pero ustedes se la pueden imaginar...

Desde mi punto de visa, Passengers es una de las películas de ciencia ficción más interesantes de los últimos años, debido sobre todo a su falta de pretensiones grandilocuentes y en que se centra en una historia intimista protagonizada por un personaje que experimenta una situación que sobrepasaría a cualquier ser humano. También hay espacio para una leve crítica social, con esos espacios de Avalon que solo pueden ser disfrutados por los pasajeros de mayor nivel adquistivo, espacios preparados para que los últimos meses de navegación hasta el planeta prometido se parezcan a unas vacaciones en un resort de lujo, con pulserita digital incluida. Quizá el último tercio de la película sea el más convencional, el que redime al protagonista de una forma un tanto forzada, pero en realidad supongo que no había más remedio que concebirlo así, puesto que el happy end es imprescindible en este tipo de producciones.

miércoles, 13 de septiembre de 2017

EL JOVEN PAPA (2016), DE PAOLO SORRENTINO. LOS SÓTANOS DEL VATICANO.

Fue Benedicto XVI, el papa que renunció, el que dijo que la Iglesia era una viña devastada por jabalíes. Desde luego, acercarse al Vaticano y contemplar el despliegue de lujo y tesoros que alberga en su interior es constatar que esa idea de Iglesia de los pobres y para los pobres que el marketing del papa actual trata de vender, está muy lejos de hacerse realidad. El Vaticano, a pesar de fomentar la entrada en su territorio de miles de turistas - previo pago, eso sí - sigue siendo un lugar lleno de secretismo, donde muchos delitos graves siguen quedando impunes, en pos de evitar el escándalo, que solo actúa cuando el escándalo (como el de los abusos a menores) desbordan todas las previsiones.

Pues bien, Paolo Sorrentino, director de La gran belleza, ha ideado una serie que nos adentra en las intimidades del pequeño Estado, que a la vez es la sede de la religión que - todavía - cuenta con más millones de adeptos en el mundo. La trama se inicia con la elección de Pío XIII (Jude Law), un papa de solo cuarenta y siete años, que algunas facciones de la Iglesia estiman joven y manipulable. Pronto el nuevo pontífice se revelará al mundo como un dirigente revolucionario, en el peor sentido del término. Además de instaurar un reino de terror y espionaje en el propio Vaticano, enfrentando a sus enemigos entre sí, Pío XIII se encierra tras los muros de la Santa Sede y, en apariencia, renuncia a saber del mundo. Su pretensión es no aparecer nunca en público y su primera aparición en el balcón de San Pedro la realiza en penumbra, con discurso que resulta ser cualquier cosa, menos esperanzador para los creyentes.

Con esta premisa y sus magníficos secundarios, la serie podría haberse convertido en una profunda reflexión acerca de lo que significa ser creyente en nuestros días, pero Sorrentino deja que su protagonista se atrinchere en el Vaticano y deje pasar los días y los meses sin hacer nada, al menos aparentemente. Casi podría decirse, medio en broma, que Pío XIII es el Rajoy de los papas, un hombre que deja madurar los problemas hasta que estos caen de la rama y terminan pudriéndose. Su única pretensión es volver a la doctrina del Concilio de Trento: luchar contra la herejía, contra la homosexualidad, el aborto y cualquier atisbo de apertura eclesial. En una entrevista con el presidente de Italia (una de las mejores escenas de la serie), llega a decirle que su pretensión es volver a obtener los territorios que conformaban antiguamente los Estados Vaticanos. Todo esto puede parecer desmesurado, pero el joven papa se va revelando en la serie como un hombre tan paciente como inteligente, lo cual lo hace muy peligroso.

Aparte de todas las intrigas palaciegas, mejor o peor resueltas a lo largo de los capítulos, lo que verdaderamente interesa a Sorrentino es su visión estética del mundo de la Iglesia. Y en este campo, el director de La juventud resulta un artista insuperable. Jamás cineasta alguno ha retratado al Vaticano con tanto acierto, con la visión artística que requiere uno de los lugares más hermosos del planeta. Y no solo la arquitectura, los trajes y las ceremonias que se realizan en su interior son mostrados de manera impresionante, llevando al espectador a escenarios tan emblemáticos como una Capilla Sixtina engalanada para una ocasión solemne. El joven papa es una serie adictiva, quizá más estética que filosófica, pero toda una delicia para los paladares más refinados.

viernes, 8 de septiembre de 2017

LA PASIÓN SEGÚN G.H. (1964), DE CLARICE LISPECTOR. TRANSFORMACIÓN METAFÍSICA.

A veces se topa uno con obras realmente difíciles, que suponen un verdadero reto. En este sentido, hay algunas lecturas que resultan apasionantes, pues poco a poco uno entra en el mundo que quiere el escritor y es capaz de maravillarse con arquitecturas literarias verdaderamente sólidas. Por desgracia, este no ha sido el caso de La pasión según G.H., famosa novela de la brasileña Clarice Lispector, que en realidad me ha dejado bastante frío e indiferente. La novela cuenta, en primera persona, la transformación que sufre la protagonista cuando, una plácida mañana, encuentra una enorme cucaracha en el fondo de su armario. Esto podría remitir a Kafka, pero la novela de Lispector es muy diferente a cualquier narración del escritor checo. Aquí lo que interesa casi exclusivamente es la experiencia personal de la narradora, una experiencia que apenas puede contarse con los mecanismos convencionales del lenguaje:

"Poseo a medida que designo; y éste es el esplendor de tener un lenguaje. Pero poseo mucho más en la medida que no consigo designar. La realidad es la materia prima, el lenguaje es el modo como voy a buscarla, y como no la encuentro. Pero del buscar y no del hallar nace lo que yo no conocía., y que instantáneamente reconozco. El lenguaje es mi esfuerzo humano. Por destino tengo que ir a buscar y por destino regreso con las manos vacías. Mas regreso con lo indecible. Lo indecible me será dado solamente a través del lenguaje. Sólo cuando falla la construcción, obtengo lo que ella no logró."

El viaje de G.H. es difícilmente descriptible, pues pasa por una especie de unión metafísica con el universo, con todo lo existente, por dolores y placeres extremos, por visitas al infierno y al cielo y por el conocimiento de un ente al que cree identificar como Dios. Todo es un poco confuso en esta novela, que se limita a narrar, con lenguaje rebuscado, una serie de experiencias al límite, de las cuales la narradora expone continuamente conclusiones contradictorias. En cierto modo, La pasión según G.H. (que al final se emparenta con la pasión de Cristo), está realizada con el material con el que transcurren las pesadillas. Curiosamente, hace unos días me dio un enorme dolor de muelas. Pasé una jornada laboral infernal y al final de la misma pude acudir al dentista, que me recetó unas pastillas muy potentes. Mis sueños de esa noche, supongo que por efecto de la medicación y del cansancio acumulado de la noche precedente en vela, fueron casi tan extraños como lo que se cuenta en esta novela. Una especie de viaje casi psicodélico en el que mi ser se transmutaba en varias partes y yo debía pasar horas recomponiéndome, entre otras muchas cosas extrañas. Quizá, llevando la broma hasta el extremo, podríamos atrevernos a especular con que  La pasión según G.H. sea hija de un dolor de muelas. Nunca se sabe.

jueves, 7 de septiembre de 2017

VACACIONES EN ROMA (1953), DE WILLIAM WYLER. LA PRINCESA QUE QUERÍA VIVIR.

Resulta un placer absoluto ver una obra maestra del cine que transcurre - y muestra ampliamente - el lugar que acaba uno de visitar. Pero no solo eso. Hubo un detalle que me gustó especialmente: reconocer el Palacio Barberini como el edificio que eligió Wyler como localización de la sede diplomática del país de la princesa, desde donde se escapa y a donde al final vuelve, siendo otra. Resulta que el Palacio está frente al hotel donde nos hospedamos. Es un edificio muy hermoso, que alberga una magnífica colección de pinturas, exhibiendo, entre otras obras maestras Judith cortando la cabeza a Holofemes, de Caravaggio, el Retrato de Erasmo, de Quentin Massys o La Fornarina, de Rafael. También fue escenario privilegiado de una de las más grandes infamias cometidas en la Ciudad Eterna, pero ya habrá tiempo de hablar de ello.

El caso es que la princesa Anna, embajadora de buena voluntad de un país nunca nombrado, se encuentra de gira por Europa. Una de sus últimas paradas es Roma. A estas alturas, la princesa está hastiada de su papel como busto parlante, de unas jornadas reguladas hasta el último gesto en las que no cabe la más mínima improvisación. En su primera noche en Roma, está tan alterada que un médico tiene que aplicarle un calmante: eso no impide que se acabe escapando del palacio y comience a caminar por las calles de la capital italiana, medio sonámbula. El encuentro casual con un periodista norteamericano que malvive en la ciudad, desencadena la trama. Él oculta su oficio y hace como que no la reconoce (en realidad al principio no la reconoce, cosas de la era pre-digital). Su intención es conseguir un reportaje sensacional acerca de la verdadera personalidad de la princesa y empezar una auténtica carrera periodística en Nueva York. Por supuesto, el amor hará su aparición y convertirá la película en un relato moral, en un cuento de hadas con final agridulce para los protagonistas, pero que deja un excelente sabor de boca al espectador. Al final el gran tema de la película es libertad versus responsabilidad.

Vacaciones en Roma se convirtió desde el mismo momento de su estreno en una de las más célebres embajadoras de la Ciudad Eterna, pues retrata de modo natural - todavía el neorrealismo estaba de moda - una de las urbes más hermosas del mundo, el escenario perfecto de una historia que transcurre en unos tiempos en los que todavía quedaban personajes cuya principal cualidad era la inocencia. En la retina quedan escenas memorables, como la de la Boca de la Verdad, los paseos en Vespa o esa llegada en avión de los agentes que buscan a la princesa perdida, que parece sacada de una película de Billy Wilder. Vacaciones en Roma, primera comedia de Wyler y primer papel protagonista de de Audrey Hepburn sigue siendo una historia deliciosa e inolvidable. Y no olvidemos que su guión fue escrito, bajo seudónimo por el gran Dalton Trumbo.

miércoles, 6 de septiembre de 2017

MÚLTIPLE (2016), DE M. NIGHT SHYAMALAN. EL HOMBRE FRAGMENTADO.

Según los últimos descubrimientos acerca del cerebro, resulta que eso de de la personalidad única, es algo del pasado. En realidad somos uno y a la vez muchos, quizá por eso uno no se reconoce de vez en cuando en sus reacciones. El aprendizaje y las circunstancias nos van moldeando y la plasticidad de nuestro órgano más importante hace el resto. Parece ser que el nuevo personaje de Shyamalan se ha tomado estos postulados de forma radical, ya que se trata de un tipo que es capaz de desarrollar veinticuatro personalidades totalmente distintas y diferenciadas (algunas antagónicas entre sí) e ir cambiando las mismas según las circunstancias. Esto, por supuesto lo convierte en alguien muy peligroso e imprevisible, sobre todo porque su retorcida mente esconde más de una sorpresa.

Múltiple comienza de manera excelente: tres adolescentes son secuestradas por una especie de perturbado y encerradas en una habitación. Pronto van descubriendo cosas raras en el tipo, que a cada visita se muestra más inquietante. Cuando advierten el asunto de las personalidades, pueden ir trazando un plan de fuga, aprovechando las debilidades de algunas de ellas. Hay que decir, a todo esto, que el trabajo de James McAvoy, un actor siempre solvente, es encomiable, pero el guión hace que su personaje sea poco creíble e incluso risible a veces. Las escenas de las visitas a su psicóloga son un mero relleno, dedicadas a explicar un poco más profundamente en que consiste la enfermedad de Kevin y el destino de la misma es bastante obvio, una vez que empieza a investigar acerca de las últimas locuras de su paciente.

Quizá lo que más ha sorprendido de la película es su final - su segundo final, para ser más exactos - que emparenta a Múltiple con una especie de universo cinematográfico Made in Shyamalan. No seré yo quien le reste expectativas al posible futuro de dicho universo, pero los elementos con los que se está construyendo no dan para poner demasiadas esperanzas en el mismo. Aunque con Múltiple el director de El sexto sentido supera la calidad de sus últimas obras, todavía le queda mucho para llegar al grado de perfección de sus primeras producciones.