A través de la historia, el hombre ha sido constantemente un animal emigrante, buscando siempre tierras mejores o huyendo de situaciones imposibles, de conflictos, de pobreza o de lugares sobrepoblados. Viajar a un lugar distinto es la mejor manera de empezar una nueva vida. ¿Seguirá sucediendo esto en el futuro? Sin duda. Y si algún día somos capaces de resolver el problema de los viajes espaciales (algo a priori poco probable a medio plazo, debido a las enormes distancias siderales), es muy posible que nos convirtamos en colonos de nuevos planetas. Esta es la premisa de partida de Passengers: una nave, la Avalon, con cinco mil pasajeros en estado de hibernación durante décadas, hasta que se despierten unos meses antes de llegar a su destino, un planeta vendido como una especie de lugar paradisiaco, que el espectador nunca llegará a ver.
Lo más interesante de la película de Tyldum (un director con nombre de personaje de Juego de Tronos) es que plantea un enorme conflicto ético al protagonista que, por un accidente, es despertado décadas antes de que termine el viaje. La perspectiva, ya que no sabe cómo volver a dormirse, es vivir y morir solo en la enorme nave, que va a proporcionarle todo lo necesario para la supervivencia, excepto la compañía. La tentación de este nuevo Adán de despertar a una muchacha para que sea su compañera es demasiado grande... A favor de Jim Preston, hay que decir que el hombre duda y se atormenta durante semanas debatiendo consigo mismo los pros y los contras. Su decisión final no la voy a poner aquí, pero ustedes se la pueden imaginar...
Desde mi punto de visa, Passengers es una de las películas de ciencia ficción más interesantes de los últimos años, debido sobre todo a su falta de pretensiones grandilocuentes y en que se centra en una historia intimista protagonizada por un personaje que experimenta una situación que sobrepasaría a cualquier ser humano. También hay espacio para una leve crítica social, con esos espacios de Avalon que solo pueden ser disfrutados por los pasajeros de mayor nivel adquistivo, espacios preparados para que los últimos meses de navegación hasta el planeta prometido se parezcan a unas vacaciones en un resort de lujo, con pulserita digital incluida. Quizá el último tercio de la película sea el más convencional, el que redime al protagonista de una forma un tanto forzada, pero en realidad supongo que no había más remedio que concebirlo así, puesto que el happy end es imprescindible en este tipo de producciones.
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