En pleno siglo XXI, el problema racial estadounidense es un dinosaurio que todavía sigue y, lo que es peor, tiene síntomas de crecimiento debido a un presidente Donald Trump, cuyo discurso acerca del racismo es todo, menos sutil. Lo cierto es que los estallidos violentos respecto a este asunto son esporádicos, pero virulentos. En cierto modo Déjame salir, ópera prima de Jordan Peete, es hija de este clima ahora reavivado por las sucesivas polémicas que Trump protagoniza y protagonizará en los próximos años: el pirómano encargado de apagar el fuego.
La situación de partida de la película casi remite a esas peliculas de domingo por la tarde en Antena 3 a la hora de la siesta: una atractiva pareja interracial que viaja a conocer a los padres de ella. Él va un poco nervioso, porque va al encuentro de lo desconocido. Ella trata de tranquilizarlo, aunque sus palabras tampoco son definitivas respecto a lo que van a encontrar en la casa familiar. La llegada ya va acompañada por un signo de inquietud: la cordialidad de los padres parece un poco impostada y la actitud de la criada negra que sirve a sus amos blancos, resulta una especie de pincelada tragicómica en medio de un clima levemente enrarecido. Pronto el ambiente írá trocándose a colores más sórdidos: Chris se siente cada vez más acorralado ante unos seres que parecen estar interpretando una obra de teatro a su alrededor. El protagonista solo tiene una vía de contacto con el exterior: a través de un móvil que va y biene, habla con su mejor amigo, un negro tópico, gracioso, paranoico y dado a creer teorías de la conspiración, una cualidad esta última que podría ser de bastante utilidad ante la situación que se está creando...
Planteando un inteligente discurso sobre el racismo en nuestros días y acerca de la posibilidad de dar pasos - o zancadas - hacia atrás en la solución de un mal enémico, Déjame salir mezcla varios géneros - el terror, el suspense y algunos toques de comedia - para entregar una trama sólida, cuyo único defecto reside en alargarse un poco en exceso y en resolverse de una manera un tanto facilona. No obstante, se trata de una propuesta interesante desde un punto de vista ideológico e irónico: cuando todo es en exceso políticamente correcto, puede que los demonios del discurso supremacista estén pugnando por salir a la superficie. Lo mejor es que las conclusiones finales son más ambiguas - al final no se sabe de quien es o será la victoria - de lo previsible en este tipo de producciones.
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