jueves, 7 de septiembre de 2017

VACACIONES EN ROMA (1953), DE WILLIAM WYLER. LA PRINCESA QUE QUERÍA VIVIR.

Resulta un placer absoluto ver una obra maestra del cine que transcurre - y muestra ampliamente - el lugar que acaba uno de visitar. Pero no solo eso. Hubo un detalle que me gustó especialmente: reconocer el Palacio Barberini como el edificio que eligió Wyler como localización de la sede diplomática del país de la princesa, desde donde se escapa y a donde al final vuelve, siendo otra. Resulta que el Palacio está frente al hotel donde nos hospedamos. Es un edificio muy hermoso, que alberga una magnífica colección de pinturas, exhibiendo, entre otras obras maestras Judith cortando la cabeza a Holofemes, de Caravaggio, el Retrato de Erasmo, de Quentin Massys o La Fornarina, de Rafael. También fue escenario privilegiado de una de las más grandes infamias cometidas en la Ciudad Eterna, pero ya habrá tiempo de hablar de ello.

El caso es que la princesa Anna, embajadora de buena voluntad de un país nunca nombrado, se encuentra de gira por Europa. Una de sus últimas paradas es Roma. A estas alturas, la princesa está hastiada de su papel como busto parlante, de unas jornadas reguladas hasta el último gesto en las que no cabe la más mínima improvisación. En su primera noche en Roma, está tan alterada que un médico tiene que aplicarle un calmante: eso no impide que se acabe escapando del palacio y comience a caminar por las calles de la capital italiana, medio sonámbula. El encuentro casual con un periodista norteamericano que malvive en la ciudad, desencadena la trama. Él oculta su oficio y hace como que no la reconoce (en realidad al principio no la reconoce, cosas de la era pre-digital). Su intención es conseguir un reportaje sensacional acerca de la verdadera personalidad de la princesa y empezar una auténtica carrera periodística en Nueva York. Por supuesto, el amor hará su aparición y convertirá la película en un relato moral, en un cuento de hadas con final agridulce para los protagonistas, pero que deja un excelente sabor de boca al espectador. Al final el gran tema de la película es libertad versus responsabilidad.

Vacaciones en Roma se convirtió desde el mismo momento de su estreno en una de las más célebres embajadoras de la Ciudad Eterna, pues retrata de modo natural - todavía el neorrealismo estaba de moda - una de las urbes más hermosas del mundo, el escenario perfecto de una historia que transcurre en unos tiempos en los que todavía quedaban personajes cuya principal cualidad era la inocencia. En la retina quedan escenas memorables, como la de la Boca de la Verdad, los paseos en Vespa o esa llegada en avión de los agentes que buscan a la princesa perdida, que parece sacada de una película de Billy Wilder. Vacaciones en Roma, primera comedia de Wyler y primer papel protagonista de de Audrey Hepburn sigue siendo una historia deliciosa e inolvidable. Y no olvidemos que su guión fue escrito, bajo seudónimo por el gran Dalton Trumbo.

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