martes, 29 de septiembre de 2009

EL JINETE POLACO (1991), DE ANTONIO MUÑOZ MOLINA. VOLVERÁS A MÁGINA.


En 1991, para sorpresa de propios y extraños, el denostado Premio Planeta recayó en esta obra, contribuyendo a prestigiarlo. Al año siguiente fue concedido a Fernando Sánchez Dragó y las aguas volvieron a su cauce. Yo lo compré y lo leí horrorizado, por el despilfarro imperdonable que había cometido en una época en la que no me sobraba el dinero precisamente (lo cual no quiere decir que ahora ande sobrado de capital).

Pero no es de Sánchez Dragó de quien hablamos, sino de Muñoz Molina, para mí el mejor escritor español en la actualidad. Sigo devotamente sus artículos en el medio que los escriba (actualmente en El País) y suelo estar bastante de acuerdo con sus postulados de hombre tranquilo, ilustrado y razonable. Sus novelas "Plenilunio" y "Sefarad" son auténticas piezas maestras, de las que nunca acaban de leerse por completo. Espero con sumo interés su nueva obra, dedicada, según creo, al exilio español. En cuanto pueda le haré un hueco en mi saturada agenda de lecturas.

"El jinete polaco" no es una historia lineal. Con gran carga autobiográfica, el pueblo de Mágina se erige en el verdadero protagonista de una historia que abarca más de un siglo y a varias generaciones, aunque el relato dedique su mayor atención al personaje principal, un traductor simultáneo con muchos rasgos del propio Muñoz Molina, que es el que evoca los hechos narrados a través de la contemplación de antiguas fotografías. Estas imágenes le van a ayudar a comprender quién es él y de donde proviene, así como arrojar una luz sobre el remoto pasado, el pasado de antes de que él naciera.

Porque este es uno de los grandes temas de la novela: Manuel intenta renegar de su lugar de origen, huye de Mágina en busca de mejores perspectivas, pero Mágina sigue estando presente allí donde esté. A pesar de ello, cuando vuelve tampoco se siente a gusto y siempre acorta su estancia. Manuel es un ser desarraigado, sin norte, que no sabe si está yendo a un lugar o volviendo de él, un poco como el jinete polaco de la pintura. Solo el amor parece que puede rescatarle de tal apatía.

La novela constituye un verdadero reto para cualquier lector. Se trata de un puzle narrativo en el que hay que ir encajando las piezas meticulosamente y, aunque algunas de las piezas son de encaje un poco forzado, al final obtenemos un conjunto impecable: una hermosa historia de amor, una lección de historia, una evocación de la vida rural, una memoria de los sueños adolescentes, una reflexión sobre la soledad, una plasmación de los miedos y paranoias cotidianas del propio autor y, sobre todo, una magistral reflexión de como la confluencia de los acontecimientos acaba repercutiendo en la vida de Manuel o en la de cualquera de nosotros. Para Manuel, el encontrarse con Nadia en el apartamento de Nueva York llega a ser la culminación de su existencia. Todos los sucesos acaecidos hasta aquel instante, tanto internos, como externos, le llevan a esa escena, que él no quiere que termine nunca. En ese momento todo está en su sitio, donde tiene que estar. Todos nos hemos sentido así alguna vez.

Evidentemente la vida sigue. También en las novelas. ¿Quién sabe que nuevos acontecimientos van a influir en la vida de Manuel? Solo conocemos su historia hasta los treinta y cinco años. Solo conocemos la nuestra hasta este instante. Muñoz Molina dota de una particular verosimilitud a su narrativa gracias a su meticulosidad. Sus palabras pueden ser evocadoras, nostálgicas o descriptivas, pero siempre denotan autenticidad, porque muchas de ellas están basadas en su propia experiencia y quieren ser un sentido homenaje a su pueblo y a su familia. A sus orígenes.


SEGOVIA.


Segovia no es solo su acueducto y su alcázar. En mis anteriores y precipitadas visitas eso había creído, pero ahora he podido disfrutar de la ciudad con mucho más sosiego y libertad.

He de decir que me ha gustado un poco más que Ávila, no porque sea más hermosa sino porque es más heterogénea, con un centro histórico mucho más vivo. Ávila es como un museo al aire libre. En Segovia el centro es un espacio compartido entre nativos y foráneos.

Recuerdo que en el colegio leímos una vez un relato que se refería al acueducto de Segovia como una obra del diablo. Las pequeñas hendiduras de las piedras serían las marcas de sus dedos. Cuando lo ví por primera vez descubrí que realmente esas curiosas hendiduras horadaban la piedra. En ese momento también me contaron que las piedras no están unidas por ningún tipo de argamasa, sino que están colocadas con precisión milimétrica para sostener el conjunto. Y así sigue desde hace dos mil años, capaz de cumplir su función como el primer día.

La calle que lleva a la Plaza Mayor contiene magníficos ejemplos de arquitectura civil y religiosa, muy bien conservados. No en vano, su conjunto monumental es Patrimonio de la Humanidad. El paseo culmina en el espectacular Alcázar que, evidentemente, como la mayoría de las fortalezas, ha sufrido diversas modificaciones a través de los siglos. Según se dice, el aspecto actual del monumento inspiró a Walt Disney el castillo de Cenicienta. Desde luego, su visión produce cierta reminiscencia de las fotos que todos hemos visto de Disneyworld. Las vistas panorámicas desde la zona son muy atractivas. Y una pequeña iglesia que se puede divisar desde allí será la próxima protagonista de estas modestas crónicas.

No puedo dejar de recomendar un paseo por la judería segoviana al anochecer, descubriendo los rincones en los que vivían los miembros de esta comunidad, que tan ignominiosamente fue expulsada de los reinos que constituían nuestro país. Con la caída del Sol las tranquilas y estrechas calles desprenden un aura de misterio, como si sus antiguos habitantes siguieran viviendo en sus casas.

viernes, 25 de septiembre de 2009

RELATOS AUTOBIOGRÁFICOS (1975-1982), DE THOMAS BERNHARD. EL APRENDIZAJE DEL DOLOR.


Me siento un auténtico héroe. He sido el único miembro del club de lectura de Cincoechegaray que se ha leído entero el libro. Y más que eso: he disfrutado de él.

En realidad "Relatos autobiográficos" (con todas las reservas al llamarlos autobiográficos, pues ya en el prólogo se nos advierte de que no hay que creer a pie juntillas que todo lo que se cuenta aquí sean hechos exactos de la vida del autor) se compone de cinco libros: "El origen", que narra su educación en un internado nacionalsocialista y los bombardeos sobre Salzburgo, "El sótano", dedicado a su experiencia como dependiente en unos ultramarinos de un barrio miserable, "El aliento" y "El frío", que cuenta con todo lujo de detalles su estancia en hospitales y sanatorios a causa de su enfermedad pulmonar y "Un niño", que narra penosos episodios de su infancia.

Hay que decir que la lectura de este volumen no es tarea fácil. En pocas ocasiones un escritor habla de sí mismo con tanta sinceridad y en tono tan hiriente. Para Bernhard la vida es una continua tortura y nos da fe de ello a través de su propia experiencia. Salzburgo le parece un lugar opresivo y sus habitantes unos imbéciles faltos de espíritu. Él asiste al espectáculo de la vida como algo que debería serle ajeno, algo de lo que quiere huir y no puede. Un ser rechazado y sometido a continuas vejaciones que solo encuentra brevemente su lugar en el mundo cuando entra a servir como dependiente en una tienda situada en los más bajos fondos de la ciudad. El protagonista va a obtener su mayor consuelo en una enseñanza de su querido abuelo, transmitida en su más tierna infancia: la mayor alegría que poseemos es la posibilidad, siempre presente, de suicidarnos. Con todos estos elementos cabe señalar que la escritura de Bernhard va más allá del pesimismo para instalarse cómodamente en el nihilismo. La vida como mera supervivencia sin sentido.

Desde luego, si nos atenemos a los hechos, al narrador no le faltan razones para transmitirnos tal hedor a podrido en su existencia: su educación nacionalsocialista y, posteriormente, integrista cristiana (que para él son equivalentes), donde es continuamente vejado y humillado. El horror de las noches de bombardeo, donde casi mueren tantas personas de asfixia en el opresivo refugio como en el exterior. Y sobre todo su enfermedad, que a punto está de llevarle a la tumba, de la que nos impresiona su experiencia en la llamada "habitación de morir" del hospital y el decisivo momento en el que, en un instante, decide luchar por su existencia a cualquier precio. Lo cierto es que no se nos ahorran detalles de los sufrimientos padecidos, de los agresivos tratamientos a los que ha de someterse y de la coincidencia de todo ello con las muertes de su abuelo y de su madre. No cabe imaginar mayor ensañamiento de las circunstancias sobre una persona.

Aparte de su temática, que puede ahuyentar a muchos lectores, la escritura de Bernhard no es fácil de asimilar por el lector debido a su densidad. Ni siquiera utiliza el punto y aparte. Sus libros se componen de un largo párrafo que es recomendable leer sin apenas respirar, zambulléndonos entre sus páginas para captar toda la profundidad y trascendencia de sus palabras, que en realidad nos llegan sin ninguna oscuridad. Quizá, entre tanta tragedia, podamos hallar algunas de las claves de nuestra propia realidad. Al final me queda una gran simpatía por el personaje que, después de fabricar tantas barreras contra el resto de la humanidad es capaz de enfrentarse a sus fantasmas a través de la escritura, aunque sea para arremeter contra la entera existencia.


LOS PALACIOS DE RIOFRÍO Y LA GRANJA.


Hay quien afirma que las Monarquías son algo necesario, ya sea por la gracia de Dios o para mantener en unión a un país que sin la presencia real se desmoronaría. Lo cierto es que a nuestro alrededor no faltan ejemplos de Repúblicas que no parecen echar de menos la institución monárquica. Quizá España sigue siendo diferente. En lo que no diferimos es a la hora de comprobar lo que todo el mundo sabe: los reyes viven como reyes. Sobre todo los de antaño, si comparamos el lujo en el que languidecían con la penosa situación del pueblo llano.

Recuerdo mi primera visita al Palacio de Caza de Riofrío, siendo un niño. El guía oficial del palacio, vestido como un criado antiguo, quiso caer bien a la concurrencia utilizándome a mí, el más joven de los visitantes. Con este fín estableció una especie de falsa complicidad conmigo, con lo que yo, joven e impresionable, quedé halagado. Tan halagado que aún lo recuerdo. También recuerdo que la visita me decepcionó un poco, pues se componía fundamentalmente de salas con animales disecados detrás de cristaleras. Sí que es cierto que esta decepción se vio compensada por los gamos que vimos por los bosques que rodean al palacio desde el autocar. Hace un mes, cuando estuve por allí, volví a verlos, pero esta vez conduciendo mi propio vehículo. No se asustan de los visitantes, más bien van a lo suyo, quizá esperando que algún día aparezca algún señor de sangre azul y les meta un perdigonazo entre los ojos. Nada más heroico que morir en servicio de la patria. Por lo demás el palacio no tiene mucho más interés. Solo lo atractivo del entorno y los interminables bosques, para expansión y recreo de la realeza de antaño (quizá también para la de hoy, vaya usted a saber).

El Palacio de La Granja es mucho más esplendoroso. Tomando como modelo nada menos que Versalles, Felipe V mandó construir (iba a decir construyó, pero no sería exacto) la que se convertiría en residencia de verano de los reyes de España. Su mayor interés reside en los suntuosos jardines, repletos de fuentes y que abarcan hasta donde llega la vista. Un oasis de tranquilidad y sombras, muy apetecibles en pleno verano. Altamente recomendable un paseo por los mismos para el viajero que va hacia Segovia. El interior del palacio guarda numerosas joyas artísticas, como tuve ocasión de comprobar en mi anterior visita, pero en esta ocasión nos conformamos con un relajante paseo entre los jardines.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

OLYMPIA (1938), DE LENI RIEFENSTAHL. TREGUA OLÍMPICA.


Escribir un blog tiene algo de diario personal, pero sin el don de la privacidad. Una vez publicada la entrada está expuesta a ser escrutada por cualquiera que quiera asomarse a ella, ya sea de forma accidental o premeditada. Ojos amigos, enemigos o anónimos van a juzgar inconscientemente lo que escribes. Muchos de ellos pensarán que han perdido el tiempo. Otros pocos podrán sacar algún provecho de estas palabras, con lo cual puedo darme por satisfecho. Aunque no lo parezca, estoy sacando a la luz gran parte de mi persona, porque en mi existencia tienen gran importancia las experiencias de otras vidas que me transmiten los libros o las películas a los que dedico mi tiempo de ocio. A veces no es fácil escribir, porque la escritura transmite estados de ánimo. Digo esto porque me conmueve especialmente ver a unos jóvenes atletas en su plenitud física, que son convocados a competir pacíficamente en el Berlín de 1936. Las imágenes en blanco y negro nos muestran a unos deportistas concentrados en el momento supremo, alegres en la victoria y resignados en la derrota, pero siempre unidos a los demás en una especie de hermandad entre pueblos que tres años después saltaría hecha pedazos.

Nada más comenzar el documental, el espectador puede seguir la ruta de la llama olímpica, desde Grecia hasta Alemania, a través de países que pronto van a ser devastados por el incendio de la máquina de guerra nazi, como si la llama fuera una metáfora contraria de lo que pretendía ser. Después pasamos al desfile orgulloso de las naciones ante Hitler, que vive un momento de gloria internacional, aunque, contra lo que pueda parecer, no va a gozar apenas de protagonismo en el documental. Es de agradecer que la directora deje a un lado la propaganda (antes de verlo, pensé que podía titular esta entrada "El triunfo de la propaganda", pero luego he tenido que desechar tan "ingeniosa" idea), y se centre en el esfuerzo de los atletas. A Riefenstahl le interesa sobre todo filmar todos los detalles de los cuerpos perfectos en movimiento. Nunca ninguna cámara ha mostrado con tanta lucidez lo que significa competir, la tensión que se transforma en una explosión de energía en el momento clave. Y en todo momento, la música que suena es armoniosa con las imágenes de la pantalla. También pensamos en esos instantes que es una lástima que el talento de la directora no pudiese ser desarrollado posteriormente en una carrera cinematográfica acorde con su maestría.

Las naciones compiten de manera pacífica. Hitler se emociona y parece un ser humano en ocasiones. Un mero espejismo. ¿Qué fue de estos muchachos en la flor de sus vidas? ¿Compitieron bajo la protección de Zeus Olímpico para acabar sacrificados en el altar de Marte? Las imágenes estremecen porque sabemos lo que va a suceder poco después. Preferimos estremecernos con el destino de los que nos precedieron sin pararnos a pensar en el nuestro. Aquellos hombres y mujeres no imaginaban lo que se les venía encima. Desde un palco, el líder supremo de Alemania deseaba victorias que probaran la superioridad de la raza aria. Pronto llevaría esa creencia hasta sus últimas consecuencias.

lunes, 21 de septiembre de 2009

ÁVILA.


La primera impresión que tuve al llegar al centro histórico de Ávila es que parece una ciudad recién hecha, pues el estado de conservación de sus antiguos edificios es impecable. La muralla que la circunda constituye un espectáculo en sí misma. Vista desde la distancia parece abrazar protectoramente a sus habitantes. Toda la ciudad está dotada de sentido artístico, también la muralla. Tuvimos la suerte de alojarnos en un magnífico hotel: el Palacio de los Velada, un palacio del siglo XVI completamente restaurado, con un hermoso patio. Estaba situado frente a la catedral, por lo que pudimos empezar a conocer la ciudad dando un paseo nocturno entre calles y callejones realmente evocadores, repletas de iglesias, conventos, palacios e historia.

De la catedral, lo primero que llama la atención es lo singular del color de las piedras de su fachada. Fue comenzada en estilo románico y culminada como gótica. Alberga en su interior numerosos tesoros que sería muy prolijo enumerar aquí. Una visita sosegada puede durar alrededor de una hora.

La estrella omnipresente de Ávila es Santa Teresa de Jesús. Su convento es como un pequeño supermercado de medallas, postales, libros o estatuillas, todas dedicadas a la Santa. Cuando era pequeño y lo visité, me quedé con la imagen del dedo incorrupto de Santa Teresa, con su anillo. Allí sigue, tal y como lo presencié hace casi veinticinco años. En realidad nada ha cambiado en el centro de Ávila desde hace siglos. Su nivel de conservación es asombroso.

Hay que disfrutar Ávila despacio, pasear por sus calles y observar detenidamente sus edificios de piedra, testigos imperturbables de tantas generaciones que nos han precedido...

viernes, 18 de septiembre de 2009

EL TRIUNFO DE LA VOLUNTAD (1935), DE LENI RIEFENSTAHL. RUMORES DE GUERRA.


Leni Riefenstahl constituye un caso muy singular dentro de la historia del cine. Al contrario que otros directores que comenzaron a hacer carrera en Alemania en su misma época como Fritz Lang, Billy Wilder o Ernst Lubitsch que huyeron de aquel país para realizar una próspera carrera en Hollywood, la directora se dejó seducir por Hitler, que le encargó documentar los congresos del partido nazi en Nuremberg durante tres años consecutivos. Fruto de ello nace este "Triunfo de la voluntad", su obra más conocida, una película asombrosa. Pero vayamos por partes.

Cuando hablamos de un documental que retrata a los nazis en todo su poderío y esplendor debemos ir con pies de plomo a la hora de repartir elogios. Tenemos que distinguir entre la prodigiosa técnica del film y su repugnante mensaje. Un contraste tan agudo rara vez se da en una obra de arte.

Respecto a las técnica usada en el documental, se adelantan en muchos años a su tiempo y denotan a una directora en estado de gracia, que sabe jugar perfectamente con las emociones del espectador, convirtiendo un mero desfile en un gran espectáculo propagandístico. Una película que sobrepasa ampliamente los fines para los que fue concebida y que dota a cada una de sus imágenes de una extraña y perturbadora fuerza. Hitler no nos es presentado como un mero gobernante, sino como un líder mesiánico que va a redimir al pueblo alemán y lo va a guiar hacia una nueva edad de oro. Las primeras imágenes en las que las nubes se disipan cuando el avión de Hitler sobrevuela la ciudad representan a un semidiós bajando del cielo para encontrarse con sus súbditos.

Pero tanta belleza, como sabemos, esconde una gran mentira. Uno no puede sino imaginarse la hermosa ciudad de Nuremberg, tal y como se nos presenta desde el cielo, solamente una década después, cuando los aviones aliados la han arrasado, junto a otras muchas en Alemania, terminando en una década con el sueño del Reich de los mil años. Las grandes masas que veneran al líder parecen, vistas hoy, corderos esperando ser llevados al matadero. Toda esa felicidad que desprende la sana y manipulada juventud alemana en las imágenes de Riefenstahl pronto se va a traducir en horrendos crímenes, en guerras de aniquilación y en bíblicas venganzas contra el pueblo alemán por parte de los agredidos.

El contenido del discurso de Hitler es totalmente vacío, pero las palabras vacías son las que más exaltan a las masas. Los calculados desfiles son un gran espectáculo que, más que hablar al pueblo, hablan al futuro enemigo, le lanzan un mensaje agresivo y amenazante. El fascismo necesita enemigos para sobrevivir, tanto internos como externos, necesita alimentarse de violencia y Hitler no hace otra cosa que fabricar la gran bomba de relojería que llevaría al mundo a los mayores abismos de su historia. Claro que no solo estaba Hitler. Había otros actores que estaban dispuestos a jugar la partida. Hitler comenzaba a enseñar sus cartas a la vez que sus dientes. Esta era su voluntad. Por suerte no fue su triunfo.

martes, 15 de septiembre de 2009

MEDINA DEL CAMPO Y ARÉVALO.


Ya he hablado un poco de Tordesillas en la entrada de Juana la Loca, por lo que paso a comentarles brevemente las impresiones de la visita a dos hermosos pueblos de camino a Ávila: Medina del Campo y Arévalo.

La fama de Medina del Campo viene, como es sabido, viene ante todo de las famosas ferias de ganado que en esta villa se celebraban. Su Plaza Mayor resulta verdaderamente espectacular, un gran espacio habilitado para estos acontecimientos, flanqueada por magníficos edificios, como la colegiata de San Antolín, el Ayuntamiento o la Casa del Peso. Tomar un café bajo los soportales de la plaza es una buena manera de contemplarla. Las calles que la rodean también están formadas por palacios y edificios antiguos. Calles ideales para pasear, ya que el centro histórico es pequeño y se recorre en poco tiempo.

El otro punto de interés de Medina del Campo es el fabuloso Castillo de la Mota, una mole que impresiona (en la foto), una fortaleza que en su época estaba considerada como prácticamente inconquistable. Como curiosidad cabe decir que después de la Guerra Civil fue cedido a la sección femenina de Falange para dedicarlo a sus actividades.

Pasear por las callejuelas y plazas de Arévalo es como retroceder a la Edad Media. Es un pueblo que conserva gran cantidad de Iglesias y edificios de aquel tiempo, aunque alguno amenace ruina. Destaca para mi gusto la Iglesia de San Martín, con dos torres casi gemelas. También alguna plaza de sabor medieval, enteramente porticada y muy bien restaurada. Arévalo transmite paz y tranquilidad al paseante, algo difícil de encontrar para los habitantes de las grandes urbes. Por una parte es una lástima que no cuente demasiado como destino turístico y no sea un pueblo muy visitado, pero por otra es un placer transitar en soledad por sus antiguas calles.

Muy recomendable la visita de estos dos pueblos. Además están muy bien comunicados, pues a su lado pasa la A6 en dirección a León.

domingo, 13 de septiembre de 2009

DISTRITO 9 (2009), DE NEIL BLOMKAMP. DIÁLOGO DE CIVILIZACIONES.


Dejar paso a nuevos directores con talento, que son capaces de realizar obras tan originales como ésta, resulta a veces una buena inversión. A mi entender Neil Blomkamp ha filmado una película destinada a convertirse en un clásico del siempre difícil género de la ciencia ficción.

El comienzo de la trama nos muestra una enorme nave sobre una gran ciudad. Parece ser que asistimos a la enésima invasión extraterrestre, pero un falso documental nos pone en antecedentes: los visitantes llegaron hace veinte años, enfermos, desnutridos y con la nave estropeada. Desde entonces se les habilitó un enorme distrito donde viven confinados, reproduciéndose en progresión geométrica. Ya son más de un millón y constituyen un serio problema para el gobierno sudafricano. Porque esta vez la llegada del ovni no se ha producido en la glaumurosa Nueva York, sino en una infernal Johannesburgo, con lo que las referencias al apartheid son inevitables. Muy revelador resulta escuchar los testimonios de ciudadanos negros, hasta hace poco víctimas de esta política, quejándose de los extraterrestres (a los que se llama despectivamente "bichos" en la versión española) y pidiendo su deportación, cuando no su aniquilamiento. Los extraterrestes, como es evidente, no han sabido integrarse en la podredumbre que constituye su ghetto y sobreviven como pueden a su pobreza material y a su falta de adaptación a las costumbres humanas. Tal falta de entendimiento y la dejadez a la que la administración ha sometido a los visitantes durante veinte años hacen del Distrito 9 un auténtico polvorín y un foco de delincuencia, donde se trafica con armas y con el sustitutivo de la droga para los extraterrestres (comida de gato). Lo único que parece interesar de estos refugiados intergalácticos es su tecnología armamentística, pero no se encuentra la fórmula para que dichas armas respondan al ADN humano.

Con este atractivo punto de partida asistimos al intento de desalojo del distrito por parte de una unidad especial del gobierno, para reubicarlos en una especie de campo de concentración. Los extraterrestes, arrastrando años de vida marginal, no se lo van a poner fácil. Hay es donde entra el protagonista de nuestra historia, el responsable del desalojo, al que un accidente va a unirle a los extraterrestres mucho más de lo que quisiera...

"Distrito 9" es una película de una crueldad sin concesiones, que nos ofrece una visión absolutamente negativa de la naturaleza humana. Para el protagonista la trama va a constituir un progresivo descenso a los infiernos en el que, paradójicamente, tendrá que ir perdiendo su humanidad para comenzar a comportarse de manera humanitaria. Los extraterrestres tampoco lo ponen fácil. No parecen muy inteligentes ni cooperativos entre sí. El guión lo justifica en que son obreros que han perdido a sus líderes, aunque alguno de intelecto superior se oculta entre sus filas. Lo único cierto es que la lucha darwiniana por la supervivencia es ley en la Tierra, provengas del planeta que provengas.

El metraje da lo mejor de sí en su primera mitad que está concebida como un reportaje periodístico muy dinámico en el que se estimula y dosifica sabiamente nuestra capacidad de sorpresa. La segunda mitad se adscribe más al cine de acción y tiros, con un ritmo frenético que no da tregua al espectador. A mí muchas escenas me han retrotraido a la mala uva y a lo político incorrecto de películas como "Robocop" (Paul Verhoeven, 1987), rodadas con mucha frescura, a la vez que con sabias dosis de hiperrealismo, lo cual es muy de agradecer, pues me suele gustar el hiperrealismo en el cine cuando es usado sabiamente. Lo cierto es que la película consigue lo que muy pocas logran: que la mente siga pensando y reflexionando mientras transcurre una historia contada a una velocidad endiablada, pero nunca confusa. Lo podriamos denominar "filosofía dinámica", que conmigo ha funcionado a la perfección, porque he salido del cine haciéndome muchas preguntas y con la sensación de que se me ha respetado como espectador: se me ha ofrecido diversión y reflexión por el mismo precio.

viernes, 11 de septiembre de 2009

JUAN MANUEL DE PRADA Y LUIS ALBERTO DE CUENCA EN FNAC MÁLAGA: LITERATURA FANTÁSTICA Y CINE.


Ayer tuve la oportunidad de asistir a un interesantísimo coloquio que se desarrolló en la Fnac de Málaga entre los escritores Juan Manuel de Prada y Luis Alberto de Cuenca. Coincidiendo con la celebración del Festival de Cine Fantástico y de Terror de Estepona, sostuvieron una charla muy amena acerca de las relaciones entre el cine fantástico y sus inspiradores literarios. Algunos miembros del público pudimos participar de una manera muy cómoda e informal, debido a la cercanía, tanto física como emocional, que mostraron ambos.

Se habló de los grandes clásicos del género de terror: Poe, Hoffmann, Lovecraft y de otros que inauguran la modernidad como Kafka o Beckett, dotados de una escritura que emparenta el terror con el absurdo de lo cotidiano. Estuvieron ambos de acuerdo en que el buen cine de terror, el que constituye una apuesta segura, es el clásico. En la actualidad ha ido degenerando hacia un efectismo y un gore vacíos de contenido, llegándose a cuestionar propuestas que se salen de la norma como las de David Lynch o Lars Von Thiers.

Mi humilde intervención justificó esa decadencia en el hecho de que la realidad ha ganado la partida a la ficción. El cine y la literatura apenas pueden competir ya con nuestros terrores cotidianos, con lo que han visto los hombres del siglo XX: guerras con millones de muertos, la mayoría de ellos civiles, destrucción completa de ciudades, bombas atómicas o la destrucción en riguroso directo de dos enormes edificios mientras sus habitantes se arrojan al vacío. Las atrocidades han existido siempre, pero los medios para difundir sus imágenes a todo el mundo solo existen desde épocas muy recientes, por lo que los ciudadanos se inmunizan y es muy difícil sorprenderles, de ahí que el cine de terror se haya convertido meramente en una espiral de intentos de herir la sensibilidad del espectador de manera cada vez más brutal. La competencia de los telediarios es muy dura.

Después de más de una hora de interesante charla tuvieron que marcharse un tanto precipitadamente. Otras obligaciones les esperaban. Felicitar a la Fnac por la feliz iniciativa e instarles a que continuen en esa línea, de acercar a los escritores a su público.


EL SHOW DE JIMMY (2001), DE FRANK WHALEY. EL CLUB DE LA TRAGEDIA.


Resulta agradable ver de vez en cuando cine independiente, sobre todo porque sabemos que normalmente no nos van a contar la misma historia de siempre. Se trata de arriesgar un poco.

En esta ocasión el protagonista es la pura definición del antihéroe: casado con el amor de su vida, aunque forzado por la circunstancia de un embarazo no previsto, con una muy frágil situación económica, Jimmy soporta como puede el naufragio continuo que es su vida. Para más inri, se trata de una de esas personas para las que no está hecho el mundo laboral. Pasa las horas vagueando por el supermercado donde trabaja y realizando pequeños hurtos. Esta situación le hará cambiar continuamente de trabajo en un perpetuo zozobrar sin que se vea luz alguna en la oscuridad de este profundo túnel. Si hay quien afirma que el trabajo es lo que define a la persona, Jimmy no puede evitar convertirse en un ser indefinido y neblinoso, buscando refugio en el amor de su mujer, que terminará dándole la espalda.

La única vía de escape a tan maravillosa existencia la constituye un club de la comedia al que acude regularmente para brindar unas actuaciones verdaderamente penosas, de vergüenza ajena, donde no se dedica a contar chistes, sino que desgrana cada hecho de su patética vida ante su desconcertado (y escaso) público. Humor muy muy negro, no del agrado de los sufridos parroquianos, con los que a veces se termina peleando. Por muy desgraciado que nos parezca, todos tenemos algo de Jimmy: hay quien tiene problemas laborales, hay quien no soporta a su pareja, quien tiene su talón de Aquiles en la salud o quien simplemente pasa malas rachas de continuo. Pero pocos pueden igualarse a nuestro Jimmy, siempre al pie del cañón de la desgracia, intentando exorcizarla en su mediocre escenario y llenando de congoja el corazón del espectador, que siempre puede sentirse identificado con alguno de los episodios de su existencia, aunque sin la obligación de revelar cuales.

martes, 8 de septiembre de 2009

FLORES ROTAS (2005), DE JIM JARMUSCH. DON JUAN EN LOS INFIERNOS.


Jim Jarmusch es uno de los grandes paladines del cine independiente norteamericano. Hasta en Los Simpsons ha tenido su huequecito. Esperaba mucho de esta, la primera película de él que veo, y me ha decepcionado bastante. No por eso voy a renunciar a su cine. Cualquiera puede tener un tropezón.

Don Johnston recibe una carta anónima en la que se le informa que tiene un hijo que ha salido en su búsqueda para intentar conocerle. Como ha sido (y sigue siendo) un mujeriego impenitente, no tiene ni idea de quien puede ser su vástago, por lo que, estimulado por su amigo y vecino, iniciará una investigación, que consiste en ir visitando a algunas ex amantes en sus domicilios. Como es lógico, las visitas darán lugar a todo tipo de situaciones y a variopintas reacciones por parte de las mujeres. El viaje no va a ser una experiencia agradable para el acomodado Don.

Lo que a priori parece un argumento interesante, es totalmente desperdiciado a manos de Jarmusch, que nos ofrece una película vacía. Por un lado está la actuación de Bill Murray que, al igual que en la muy estimable "Lost in traslation", nos ofrece durante todo el metraje una imperturbable cara de palo dificilmente justificable, donde no aflora la más mínima emoción, ni siquiera para agradecer a su amigo que se desviva por él para ayudarle. Parece como si él estuviera por encima de todas las cosas. Sus artes de seducción son un auténtico misterio para el espectador, que solo mantiene cierto interés en el pequeño morbo de ver que deparará la próxima visita al protagonista. En cualquier caso, el final de la película es auténticamente criminal y lastra cualquier pequeña redención que se le pueda otorgar a esta "pequeña joya". Una auténtica lástima, pues me puse a verla con la intención de pasar un buen rato y sacar alguna reflexión, pero nada he sacado. Solo interés por descubrir al verdadero Jarmusch.

JUANA LA LOCA (2001), DE VICENTE ARANDA. PASIÓN, LOCURA Y CELOS.


Siempre he pensado que nuestro país cuenta con una riquísima historia que ha sido totalmente desaprovechada por nuestros cineastas. No basta con hablar de niños que descubren el mundo durante la Guerra Civil. Hay muchos siglos atrás de hechos apasionantes que son perfectamente trasladables a la gran pantalla. Mi reciente visita a Tordesillas me hizo querer revisar esta producción, que me dejó muy buen sabor de boca cuando la ví en el cine hace algunos años. Tordesillas es un pueblo muy evocador, que conserva varias iglesias del siglo XVI y goza de unas vistas al Duero realmente hermosas. Del castillo donde fue recluida Juana la Loca nada queda, pero el viajero no debe dejar de visitar el monasterio de Santa Clara, un edificio protegido como patrimonio nacional. Impresiona la gran armadura mudéjar en la capilla mayor de la Iglesia y las vigas del techo, cuyas pinturas representan a dragones. El edificio tiene una larga historia y ha sufrido diversas reformas a través de los siglos, como puede verse por el reciente descubrimiento de una de las puertas mudéjares del palacio original. Allí estuvieron enterrados durante un tiempo los protagonistas de nuestra historia. Allí siguen viviendo monjas de clausura. Solo quedan ocho, según decía la guía, y bastante mayores.

Vicente Aranda se interesó por la historia de Juana la Loca y lo hizo desde una perspectiva muy personal, centrándose precisamente en lo más morboso de su biografía y en lo que ha hecho de ella un personaje tan popular: su historia de amor y celos. Juana partió muy joven hacia Flandes para acatar un matrimonio por razones de Estado. Contra lo esperado, se enamoró hasta los huesos de Felipe el Hermoso. Él, en principio, le correspondió, pero pronto buscó otros horizontes. La reina entró en una espiral de furia y celos, algo que fue tomado por locura por sus contemporáneos e intentó ser aprovechado por los flamencos para proclamar a Felipe único soberano de Castilla, recluyendo a Juana. Como suele enseñarnos la historia, las acciones de los dirigentes, de los que tienen el poder, poco tienen que ver con las necesidades del pueblo. Una mezquina historia de amor y desamor tuvo en vilo a Castilla durante mucho tiempo, sin saber que rumbo iba a tomar. Es lo que tiene la monarquía: al regirse por derechos de sucesión dinástica, la obstentación del poder se convierte en una lotería. A veces también sucede con nuestra perfecta democracia, que se basa en el lanzamiento de basura entre nuestros dos partidos mayoritarios, mientras el pueblo se muere de preocupación y, parte de él, casi de hambre.

Desde un punto de vista estrictamente cinematográfico, aún teniendo en cuenta licencias históricas que Aranda se toma, se trata de una película muy estimable, por ambientación, decorado y vestuarios. Pilar López de Ayala está muy convincente como Juana y dota a su papel de gran intensidad, haciendo muy creíbles las pasiones de la reina. Es un dato curioso, según cuenta el director en uno de los extras del dvd, que se negó a realizar una escena erótica completa, por no encontrarse preparada para ello. Solo consintió un semidesnudo. Aranda se lamenta. Realmente la escena hubiera enriquecido la película y hubiera tenido su sentido para comprender mejor las frustraciones posteriores de Juana. También, cosa insólita, reconoce otros errores, como fallos de localización en otras escenas, pero son pecados veniales y, teniendo en cuenta también que algunos de los intérpretes podían haberse escogido mejor, la película goza de un buen equilibrio y resulta muy entretenida, a la par que instructiva para cualquier interesado en la historia de nuestro país. Puede complementarse con un libro que leí hace tiempo: "Juana la loca, cautiva de Tordesillas", de Manuel Fernández Álvarez.

UP (2009), DE PETE DOCTER Y BOB PETERSON. EL VIAJE VIRTUAL.


Desde hace bastante tiempo, parece ser que las mejores alegrías del cine americano vienen a través del cine de animación: escenarios virtuales, actores virtuales, pero guión e imaginación genialmente humanos.

Como de costumbre, antes de que empiece la película se nos obsequia con un magistral cortometraje, a la altura de la función principal. En esta ocasión, una divertidísima historia protagonizada por nubes y cigüeñas, que auna la tradición de los gags más clásicos de los dibujos animados con las técnicas más modernas.

Al igual que en la ya comentada hace unos meses "Monstruos contra alienígenas", las gafas de 3D no son un mero adorno para el espectador, sino que le integran con mayor intensidad en la trama, haciendo un buen servicio a esta historia de casas voladoras y aventuras en países exóticos. Esperemos que esta innovación cinematográfica se vaya integrando con sabiduría y lo haga al servicio de buenas historias y no como principal reclamo de la función. Realmente temo que no será así, pero ahí están películas tan esperadas como "Avatar", que se anuncia como revolucionaria en este aspecto.

Respecto al relato en sí que cuenta "Up", si bien es original al principio y altamente conmovedora, al relatar una historia de amor de toda una vida en pocos minutos. Así comprendemos como se siente el Sr. Fredicksen al verse anciano y contemplar cada día el cerco al que las máquinas de una empresa constructora someten a la casa donde ha vivido dicha historia. La solución es tan sencilla como surrealista: si el clima alrededor de tu vivienda es hostil, llévala volando a otra ciudad. A partir de ahí comienza una aventura mucho más convencional, aunque no menos entretenida. Una reflexión: se ha conseguido tal grado de perfección en la animación por ordenador que los actores virtuales están empezando a ser más "humanos" y conmovedores que los reales. Si no creen lo que les digo, visionen cualquiera de las últimas películas de Keanu Reeves.

viernes, 4 de septiembre de 2009

LEÓN.


Si hay una ciudad (dentro de España) que estaba deseando visitar, esta es León.

León es una ciudad de tamaño medio en la que se respira tranquilidad por los cuatro costados, lo cual es siempre muy de agradecer. No fue esa la primera impresión que me llevé. A la hora de nuestra llegada, el caos de tráfico era monumental. Se trataba de los típicos efectos colaterales de Plan E, que ha bombardeado nuestras ciudades este verano. No voy a criticar el plan, eso que lo hagan otros, pero no veo que efectos benéficos puede tener en nuestra maltrecha economía el hecho de invertir unos miles de millones de euros (que pasan directamente a engrosar la gigantesca deuda del Estado) en llenar nuestras calles de vallas y zanjas. Obras prescindibles o completamente inútiles en muchos casos que han impedido que las cifras de paro lleguen a niveles de auténtica revolución social, pero que no producen nada para el futuro ni ayudan a reactivar la economía más allá de los pocos meses que duran y llenan de polvo y ruido nuestras calles.

Anécdotas aparte, León es su catedral. Me atrevería a decir que sus celestiales vidrieras lo hacen el templo más hermoso en el que nunca he estado. Y eso que tendría que rivalizar con catedrales como las de Santiago, Burgos, Oviedo, Reims, Colonia, Viena, Milán, Sevilla, Toledo, París o el mismísimo Vaticano. Pero la entrada a la catedral de León en un día soleado estremece por su belleza. Los vivos colores de los vitrales deslumbran al desprevenido visitante y le hacen sentirse feliz por estar allí. El gótico en toda su luminosidad y esplendor. Casi resulta increible pensar en las visitudes que ha tenido que atravesar el edificio, que a punto ha estado de ser destruido en varias ocasiones, para que podamos disfrutarlo hoy en día. Si la esencia de la vida son los instantes alegres, es fácil añadir uno más a nuestra biografía con solo viajar hasta la capital leonesa y atravesar las puertas de su catedral.

Aunque la catedral lo centraliza todo, no es el único edificio interesante con el que cuenta León. El Palacio de los Guzmanes, la Basílica de San Isidoro, el imponente Convento de San Marcos o la Casa Botines, edificio de Gaudí, son construcciones singulares que cohabitan muy cercanos los unos de los otros. Antiguas viviendas se adosan a la muralla que recorre algunas calles céntricas. Ante todo conviene pasear por sus calles y tomar el sosegado pulso de la ciudad. Y comer. Elegir uno de los típicos mesones del barrio Húmedo y gozar de la variedad gastronómica a precios muy razonables que ofrece cualquiera de ellos. En mi caso pude disfrutar de una muestra de embutidos de la zona: jamón asado, jamón serrano, chorizo frito, morcilla, lomo, salchichón..., de una ensalada cuyo principal ingrediente es la manzana y de patatas rellenas, todo en abundancia. El postre, también delicioso: crema de limón de la casa.

León es una ciudad que me ha hecho sentir bien, que me ha alegrado el espíritu. Pienso volver en cuanto sea posible, con cualquier excusa.

EL PABELLÓN DE ORO (1956), DE YUKIO MISHIMA. SUBLIME OBSESIÓN.


En mi afán por leer autores japoneses llegó el momento de la obra del que quizá sea el más popular de los autores de este país en occidente: Yukio Mishima.

Lo primero que cabe decir es que no nos hallamos ante una novela convencional. Mishima narra fundamentalmente los sentimientos más profundos del joven monje Mizoguchi, al que sin duda Mishima dota de sus propios pensamientos y obsesiones. No hay más que ver el final que tienen uno y otro: la autodestrucción como solución a la angustia de la existencia, el abrazo de la muerte como liberación. Por mucho que el monje sienta al final un impulso vital del que ha carecido en el resto de la narración, sabemos que incendiando el pabellón calcinará su propia alma y que ese impulso es un alivio momentáneo por la realización de un anhelo tantas veces postergado.

La prosa de Mishima es profunda y delicada. Más que una historia, se nos describe el proceso interno por el cual el joven y solitario monje va a llevar a cabo su terrible acción final. El pabellón de oro, aún antes de ser visto por primera vez, se convierte en una obsesión que a la vez le alimenta y le consume. Contemplar la belleza del pabellón, ya sea bajo la nieve, a la luz de la luna o al amanecer es una necesidad para Mizoguchi, pero a la vez le impide llevar una vida externa mínimamente sociable. Ni siquiera cuando intenta una relación sexual puede sustraerse al influjo del edificio. Las relaciones que establece solo le sirven para alimentar su soledad. Su búsqueda de pureza en el templo y en la doctrina zen chocan con la corrupción del Prior, que debiera ser ejemplo para su vida. Su acción va a ser una venganza (o una lección, como quiera verse), contra una humanidad que le decepciona profundamente.

Novela para ser leída lentamente, absorbiendo cada una de las hermosas palabras de Mishima. A veces puede ser exasperante su lentitud y su estilo circular, que siempre vuelve al tema de la belleza perfecta y su relación con ella por parte de un ser imperfecto. Pero merece la pena tener un poco de paciencia y descubrir los pequeños tesoros que el autor guarda entre estas páginas.

LABERINTO DE PÁGINAS.


Como cualquier aficionado a la lectura, uno tiene sus manías. Una de mis costumbres inquebrantables ha sido siempre no leer más de un libro a la vez. Y elegir bien las lecturas, para no tener que abandonar el libro y porque uno carece del don de la vida eterna, por lo que el tiempo ha de ser aprovechado de la mejor manera posible.

Últimamente no estoy pudiendo cumplir con estas costumbres. Y este mes se me ha acumulado el trabajo de una manera insólita. Antes de salir de viaje empecé a leer los Cuentos de Hemingway, pero durante la ruta apenas lo he abierto, ya que no he tenido ni un instante libre (y bien que lo agradezco). Cuando llegué el domingo me puse con "Cisnes salvajes" de Jung Chang, que por error estimé que iba a ser el libro del Club de Lectura de Cincoechegaray. Cuando llevaba 150 páginas (tiene 650), me advirtieron que me había equivocado y que el elegido era "Relatos autobiográficos", de Thomas Bernhard. No puedo decir que no me alegrara. Esta tarde he leído el primero de ellos y me ha parecido magistral. Por otro lado, alterno estas lecturas con "El jinete polaco", de Antonio Muñoz Molina, para el Club de Lectura de la Biblioteca. Tres libros gruesos y que requieren una lectura concentrada. El de Jung Chang porque abarca un siglo de historia de China y no puede uno perderse con los personajes. El de Muñoz Molina porque abarca más de un siglo de historia de Mágina y tampoco puede perderse uno con los personajes, amén de ser estar dotado de una escritura densa y complicada. Y el de Bernhard porque abarca una buena cantidad de años de la vida del autor austriaco, amén de estar dotado de una escritura aún más densa y complicada que la del libro anterior. Hemingway me sirve para relajarme en los tiempos muertos. Tampoco crean que estoy todo el día leyendo, que uno tiene que trabajar y hacer otras cosas. Con dos o tres horas diarias me basta.

Aparte de los cuatro volúmenes de los que he hablado, tan duros como los toros de Guisando que me acompañan en esta simpática imagen, me espera también, para el Club de Fnac "El coloso de Nueva York" de Colson Whitehead, aunque este tiene el tolerable número de 200 páginas.

Y se preguntarán ustedes ¿Cómo es posible partipar en tantos clubes de lectura a la vez? A veces yo también me lo pregunto. La respuesta más cuerda que puedo darles es que es una manía y una arraigada afición. Aparte de un reto. Además quisiera conmemorar el setenta aniversario de la Segunda Guerra Mundial con alguna lectura elegida por mi cuenta...

miércoles, 2 de septiembre de 2009

OVIEDO.


La cuarta noche del viaje ya había que dormir en León, pero no quisimos desperdiciar la oportunidad de visitar Oviedo, que nos pillaba de paso. Yo ya había estado allí hacía algunos años, pero en una visita un poco precipitada motivada por el mal tiempo. En esta ocasión el tiempo era muy bueno.

Lo primero que llama la atención de esta ciudad es la gran cantidad de esculturas de buenos artistas que adornan las calles. Pudimos pasear por la zona comercial, sin olvidar el teatro Campoamor, donde se entregan cada año los premios Príncipe de Asturias. Seguidamente nos dirigimos a la zona más antigua, que en su mayor parte es peatonal. La estrella de la visita era, obviamente, la catedral, edificada entre los siglos XIII y XVI y, dentro de ella, la primitiva Cámara Santa, que guarda importantes tesoros medievales, amén de estar decorada por una interesante muestra de escultura románica.

Desde que leí "La Regenta", los nombres de Oviedo y Vetusta se confunden para mí. El visitante no debe olvidar hacerse una foto frente a la Catedral junto a la heroína de una de las mejores novelas de todos los tiempos.

Tampoco nos olvidamos este día de la gastronomía. La estancia en el norte debe ser aprovechada por el estómago además de por el espíritu. No voy a olvidar el pulpo a la asturiana, entre otras exquisiteces con las que fuimos regalados. Realmente pedir una tapa en Asturias es como pedir una ración aquí en Málaga. Y los precios son perfectamente razonables.

Ya por la tarde hicimos una excursión a las afueras, para visitar los famosos templos prerrománicos de Santa María del Naranco (en la foto) y San Miguel del Lillo. Ambos se encuentran enclavados en un paisaje bucólico. Otro paraje que el visitante no debe perderse.

RÍO BRAVO (1959), DE HOWARD HAWKS. LA LECCIÓN DEL MAESTRO.


Solo los grandes maestros son capaces de arrancar una película de la manera en que esta lo hace: casi sin palabras, presentando unos personajes y una situación que van a mantener el interés del espectador desde el principio hasta el fín. Es la magia del cine clásico, en el que los actores no actúan, sino que se encarnan en sus personajes. John Wayne, el melancólico sheriff Chance, que cumple con su deber de manera metódica y tranquila, poniendo por encima de todo los principios de amistad y honradez. Dean Martin, el ayudante borrachín, víctima de una jugada de una mala mujer. Para él la narración se va a convertir en un esfuerzo de redención. Ricky Nelson, el joven prudente y observador, que ayudará al sheriff por motivos personales y Walter Brennan, en su eterno personaje de anciano gracioso y leal. Cuatro personajes enfrentados a una situación límite a la que no dan la espalda en ningún momento.

Esto es Río Bravo. Símplemente una de las mejores películas de la historia, que trasciende el género del western para convertirse en un ensayo acerca de las emociones humanas. Ninguno de los personajes toma el camino fácil de la huida, sino que se enfrentan a los malhechores a la vez que lo hacen con sus demonios personales. Caso especial es el del personaje de Dean Martin y su batalla contra el alcoholismo. Solo la fidelidad de su amigo el sheriff le va a permitir volver a ser quien era.

Un par de escenarios, el saloon, una calle y la comisaria bastan a Hawks para contar su historia. Solo algunas escenas de acción perfectamente medidas. El resto es para desarrollar a los personajes. Cuanto aprenderían muchos de los actuales responsables del cine "de acción" asomándose a obras como estas...

martes, 1 de septiembre de 2009

DE VUELTA.


Después de diez días de viaje absolutamente relajante, en los que he conseguido olvidarme de todo, aquí estoy de vuelta, con las pilas cargadas, como debe estar uno al inicio de la temporada. La felicidad del viaje consiste en que nos alejamos de nuestra cotidianidad y en cierto modo volvemos a maravillarnos con nuevos descubrimientos, con una mirada que tiene muchas similitudes con la de nuestra infancia, cuando todo era novedoso y aún no habíamos perdido nuestra capacidad de sorprendernos.

El primer día fue realmente agotador, pues conduje mil kilómetros desde Málaga a Avilés, haciendo parada en el pueblecito vallisoletano de Urueña. Urueña es una villa medieval rodeada de murallas que fue reavivada por la Junta de Castilla-León, transformándola en "Villa del libro". Sus callejones están repletos de preciosas librerías y su centro neurálgico es un museo dedicado al libro. Al reanudar el viaje me resultaron especialmente grandiosas las montañas que dan la bienvenida al viajero que entra en Asturias desde León, por el puerto de Pajares. Los carteles de la carretera advertían al conductor de que estuviera atento a la carretera, y con razón. La belleza de esas cumbres, de un verde al que uno, procedente del sur, no está acostumbrado, desvían inevitablemente la atención y seguramente tales despistes han dado lugar a más de un accidente.

Las afueras de Avilés dan buena fe del pasado y presente industrial de esta villa. Grandes plantas siderúrgicas y mineras jalonan el camino, aunque muchas de ellas se encuentran ya en desuso. Tales plantas eran la cara y la cruz para los habitantes de Avilés. La cara, porque proporcionaban trabajo y prosperidad. La cruz, porque convirtieron a la localidad en una de las más contaminadas de Europa.

El centro de Avilés muestra la cara más amable de la población. Puede recorrerse en pocos minutos y muchas de sus calles son peatonales, pero no está exento de puntos de interés, como la Plaza del Ayuntamiento o la misma Iglesia donde se celebró la boda a la que acudí, como bien adivinó un anónimo comentarista en la anterior entrada. Se trata de San Nicolás de Bari, un templo del siglo XII de estilo románico, realizado enteramente de piedra. Me satisfizo especialmente que los novios fueran recibidos por mis admirados gaiteros, en vez de por los coros rocieros al uso en Andalucía.

Lo cierto es que nunca he comido tanto y tan bueno en una boda ni en ninguna otra ocasión. El banquete se celebró en el Palacio Ferrera, al lado de la iglesia, una construcción de la misma época. En sus magníficos jardines se sirvió un aperitivo de exquisitices asturianas. Solo fue la punta del iceberg del pantagruélico menú que vendría después, repleto de mariscos, pescados y la mejor carne de la tierra. Una noche muy agradable y de muchas risas. ¡Felicidades a los novios! Y muchas gracias por su regalo, tan hermoso y retorcido a la vez.

El día siguiente lo dedicamos, aparte de a hacer la digestión, a visitar la costa asturiana, de cuya belleza tienen una pequeña muestra en la foto. Estuvimos en el cabo Peñas, un gran saliente rocoso, a la vez que parque natural dotado de magníficas vistas al cantábrico y en una playa cercana, enorme extensión de arena regida por un persistente ritmo de subidas y bajadas de marea, lo que hace que los que acuden a tomar el Sol lo hagan a varios centenares de metros de la orilla.

La tarde la pasamos en Gijón y aún tuve estómago para probar uno de los dulces de la antigua confitería Collada. Una auténtica delicia. Gijón es una ciudad sorprendente, que vive de cara al mar, con un extensísimo paseo marítimo donde es un gusto pasear y un casco histórico muy bien conservado. Tuvimos la oportunidad de dar un paseo en un barco que recorre la costa, por lo que pudimos hacernos una idea de la extensión de la ciudad, dominada por el cerro de Santa Catalina donde destaca el emblemático "Elogio del horizonte", de Eduardo Chillida.