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lunes, 10 de febrero de 2020

1917 (2019), DE SAM MENDES. EL TIEMPO ES EL ENEMIGO.

Para los veteranos de la Primera Guerra Mundial, para los pocos soldados que quedaran de entre los que comenzaron el conflicto en 1914, llegar al año 1917 prácticamente en la misma situación en la que se había estabilizado el frente occidental después de la batalla del Marne, debía ser una situación frustrante, una especie de pesadilla en la cual todos los días eran prácticamente iguales, salvo cuando el mando de uno u otro bando decidía intentar una ofensiva en su sector. La vida en las trincheras (recomiendo encarecidamente el cómic de Tardi La guerra de las trincheras y la novela El miedo, de Gabriel Chevallier), se distinguía por la extrema incomodidad de la falta de higiene, de espacio, la convivencia con ratas y otros parásitos y el peligro extremo de perder la vida en cualquier momento a causa de un obús o una bala perdida. 

Los protagonistas de 1917 son jóvenes, pero parecen llevar el suficiente tiempo padeciendo la guerra como para haber adquirido el grado de veteranos. Se les encomienda una misión: deben atravesar la peligrosa tierra de nadie para advertir a un oficial de que la ofensiva que está planeando contra los alemanes es una trampa que costará la vida a miles de hombres. A partir de ahí, la cámara sigue a los dos soldados y detrás de ellos va un espectador que va ir contemplando los paisajes dantescos que han dejado las recientes batallas: los muertos en posiciones grotescas, el omnipresente alambre de espino, el barro que dificulta el avance, las viviendas destruídas... Todo ello envuelto en un impresionante silencio que solo acentúa la sensación de peligro extremo de una misión casi suicida que los protagonistas han asumido con poco entusiasmo. 

Si en algo destaca la película de Mendes es en su pericia técnica: se trata de un plano secuencia ininterrumpido que abarca todo el metraje de la cinta, toda una hazaña cinematográfica, pero también un lastre narrativo. Me explico: el guión de 1917 es demasiado simple. Los protagonistas tienen que ir del punto A al punto B y deben esquivar diversos peligros. Lo que comienza siendo una descripción rigurosa de las consecuencias del conflictos acaba derivando en una especie de cinta de aventuras con un argumento propio de un capítulo de Las aventuras del joven Indiana Jones. El interés humano que se siente al principio acaba derivando en el propio del jugador de un videojuego que debe pasar una serie de pantallas hasta llegar a su objetivo final, debido a que en la segunda mitad de la película se acumulan una serie de episodios un tanto inverosímiles que suspenden la sensación de realismo conseguida hasta entonces. El final es bastante anticlimático. Cuando parece que por fin se nos va a ofrecer una buena secuencia de batalla, todo queda en algo muy anecdótico. Lo mejor, la frase que pronuncia el oficial al que han ido a buscar, a modo de conclusión, en un año en el que todavía no podía imaginarse cual seria el resultado de la contienda, algo como: "Esta guerra solo acabará cuando muera el último hombre de uno de los bandos". Históricamente, hubo momentos de tanta masacre sin sentido, que parecía que esa la estrategia general de ambos altos mandos.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

SPECTRE (2015), DE SAM MENDES. EL ESPÍA INVULNERABLE.

La etapa de Daniel Craig como James Bond comenzó de una manera insuperable, redefiniendo al personaje desde sus orígenes, adaptando la primera novela que Ian Fleming dedicó a 007: Casino Royale. La película de Martin Campbell nos ofrecía a un héroe absolutamente imperfecto, que intentaba ocultar sus sentimientos en todo momento, pero que sangraba, se enamoraba y al que se le podía engañar, como a cualquier ser humano. Además el Bond de Craig se caracterizaba por su físico imponente, lo que hacía más verosímiles unas escenas de acción que, por otra parte, se alejaban del tono exagerado que había caracterizado a la serie, sin renunciar a su espectacularidad. En la extraña Quatum of solace, se seguía retratando a un personaje asesino, rabioso y brutal, pero se trata de una producción lastrada por la huelga de guionistas de aquel momento, por lo que la historia que cuenta apenas tiene interés. Skyfall es un Bond de autor. Para su realización se contrató a Sam Mendes (el director de la cinta que nos ocupa) y eso se nota en la exquisita dirección y fotografía. En su primera mitad, Skyfall es una estupenda recreación del universo de James Bond desde una perspectiva adulta, aunque la historia decaiga en su tramo final debido a un guión lleno de agujeros argumentales. A pesar de eso, la valoración del conjunto era muy positiva, lo que hacía albergar grandes esperanzas para esta nueva entrega.

El magistral prólogo de Spectre, parecía confirmar todas las espectativas positivas. El haberlo ambientado en Ciudad de México, durante la celebración del día de los muertos es todo un acierto, porque el personaje parece moverse como pez en el agua en un entorno así. Además, del ya famoso plano-secuencia, la música de Thomas Newman acompaña a los movimientos de Bond casi como si de una danza de la muerte se tratara. Todo termina a bordo de un helicóptero, un espectáculo inolvidable que no tiene reflejo alguno en el resto de la cinta. Y es que ya la canción y los títulos de crédito son enormemente decepcionantes, nada que ver con Skyfall. Y a partir de ahí el espectador se va a encontrar con un Bond-Craig desganado y lacónico. Un ser superior que no necesita apenas esforzarse para realizar las mayores hazañas, que siempre va un par de pasos por delante de amigos y enemigos y que se basta y se sobra a sí mismo para completar la misión. Si en Casino Royale cada esbirro era una dura prueba que dejaba a Bond sudoroso y sangrando profusamente, aquí es capaz de recibir una monumental paliza del personaje interpretado por Dave Bautista, deshacerse de él y continuar como si tal cosa.

Respecto al resto de personajes, el interpretado por Monica Bellucci, tan publicitado como una auténtica innovación en el mundo de 007, no da más que para una aparición circunstancial, de pocos minutos y absolutamente superflua y Léa Seydoux, con un papel mucho más relevante en la trama, nos ofrece una actuación tan plana como poco creíble, rematada con una química inexistente con Daniel Craig. Nada que ver con ese inolvidable romance con Vesper Lynd (Eva Green), que nos regaló Casino Royale y que aquí se intenta evocar sin acierto. Pero el caso más sangrante es el de Christoph Waltz, presentado como el enemigo definitivo de James Bond, e incluso emparentado con él, que se muestra como un villano de opereta, que cae en todos los tópicos de las peores películas de espionaje. La misma organización Spectre, tan siniestra (quizá inspirada en las teorías conspiranoicas sobre el Club Bildenberg), no es un obstáculo demasiado serio para un Bond que, meramente armado con su pistola y unas dosis de suerte inauditas, acabe con ella en un par de escenas. 

No todo es desdeñable en Spectre. A pesar de que la profundidad del personaje principal ha bajado alarmantemente muchos enteros, hasta el punto de que en algunos momentos parece que vamos a ver aparecer a Roger Moore por allí, hay que reconocer que existen algunos momentos memorables, aparte del ya nombrado en México: la reunión en Roma a la que Bond asiste entre sombras o la pelea brutal en el tren, que evoca a la que se produce en la clásica Desde Rusia con amor. Desde mi punto de vista, la película de Mendes es un paso atrás en lo que se había ido construyendo desde que Daniel Craig se hizo cargo del personaje. Ahora no sé si lo que más conviene a la serie es un nuevo comienzo con un nuevo protagonista o rectificar este error volviendo a la esencia, que nunca debió dejar de desarrollarse de Casino Royale

jueves, 20 de febrero de 2014

VÍA REVOLUCIONARIA (1961), DE RICHARD YATES Y DE SAM MENDES (2008). LOS MALESTARES DEL BIENESTAR.

Para empezar a leer una novela como Vía revolucionaria es importante entender el contexto histórico en el que se mueven sus personajes. Nos encontramos en 1955, en plena guerra fría, en unos Estados Unidos prósperos económicamente y algo siniestros políticamente - la caza de brujas del senador McCarthy- pero que muchos americanos recuerdan como la edad dorada de su país, una especie de paraíso antes de que el país perdiera la inocencia con el asesinato de Kennedy y la guerra de Vietnam.

Los Wheeler son un joven matrimonio que parecen haber cumplido las premisas del sueño americano en un tiempo record: poseen una hermosa casa en el extrarradio, en una época en la que, según escribe Edward Glasser en El triunfo de las ciudades, empezaba a ponerse de moda vivir lejos del lugar de trabajo y dos hijos sanos. Frank tiene uno de esos trabajos anónimos - de los que ya no existen - en un oscuro departamento de una de esas grandes corporaciones que empezaban a proliferar en Estados Unidos. Como la política de personal no estaba desarrollada en aquella época, las empresas podían tener un gran número de trabajadores dedicados a tareas inconcretas, sin control alguno. El mismo Frank pasa sus jornadas de oficina simulando hacer algo útil mientras se amontonan los asuntos pendientes en su mesa. Uno de sus compañeros es un alcóholico que suele llegar en muy mal estado por las mañanas, pero los compañeros lo suelen tomar con naturalidad, porque no es extraño que las bebidas fuertes proliferaran en el entorno laboral (todos hemos visto Mad Men). Asi era el mundo del trabajo de nuestros padres: menos sofisticado y tecnológico, pero más relajado e infinitamente menos exigente. A pesar de todo, las cosas funcionaban, alguien debía llevar bien las riendas, puesto que esta fue la época dorada del despegue económico americano.

A pesar de estar viviendo estas circunstancias aparentemente tan favorables, los Wheeler no están satisfechos. Creen que están rodeados de gente mediocre y que ellos deberían optar a otra forma de vida, que estiman más auténtica, aunque nunca concreten del todo en qué consistiría. Lo que para Frank no es más que un ejercicio intelectual para aliviar tensiones, para April Wheeler es una aspiración legítima que debe ser satisfecha lo antes posible. Para ello idea un plan: conseguir un trabajo de secretaria en un organismo internacional y trasladarse con toda su familia a Francia. Frank tendría entonces tiempo para pensar y decidir que es lo que quiere hacer con su vida. Aunque al principio a este último el plan le parece una locura - después de todo tienen una vida cómoda en Connecticut - pronto tendrá que transigir y dejarse llevar por las ideas de su mujer, sobre todo cuando apela a un discurso tan firme como éste: 

"Así es como los dos nos comprometimos con este engaño mayúsculo (porque no es otra cosa que un mayúsculo y obsceno engaño), esta suposición de que la gente debe renunciar a la vida de verdad y "establecerse" cuando tiene familia. Es la gran mentira sentimental de la vida en el extrarradio, y yo te he obligado a suscribirla todo este tiempo." 

En realidad la verdadera enfermedad que sufre April es el tedio. El tedio de una vida consagrada al papel de madre de familia del extrarradio para una persona con un carácter totalmente volátil e inestable, quizá derivado de una infancia en la que recibió muy poco cariño. Estas variaciones bruscas de carácter traen por la calle de la amargura al pobre Frank, que no sabe cómo hacer uso de su masculinidad - recordemos que estamos en los años cincuenta, cuando los roles en la pareja estaban tristemente bien definidos - y a la vez llevarse bien con la mujer a la que quiere. Como las cosas no le van bien en casa, se echa una amante de usar y tirar, a la vez que espera que el plan de April se venga abajo de alguna manera, aunque ante ella tenga que mostrar entusiasmo y medir bien sus palabras. A pesar de saber guardar las formas ante las visitas del exterior, la situación es explosiva en casa de los Wheeler y cualquier elemento nuevo puede ser el detonante de un desastre. Como ya nos enseñó la magnífica película Lejos del cielo, de Todd Haynes, las aparentemente modélicas familias americanas de los años cincuenta podían esconder graves conflictos y secretos en su seno.

La adaptación de Sam Mendes se ciñe casi literalmente a la novela, aunque resulta en algunos aspectos superior a ésta, ya que se centra - obviando su elegantísima puesta en escena - en explotar el talento de sus dos protagonistas para expresar los complicados sentimientos de los Wheeler. Y esta es una labor especialmente complicada para una Kate Winslet en estado de gracia, que encarna perfectamente a la compleja April y su carácter voluble: sus estallidos de amor y de rabia que desconciertan constantemente a su marido. Una película que se basa en una novela sobre el desamor en la que quizá fue un acierto elegir a los protagonistas de Titanic, donde vivían una historia de amor tan efímera como perfecta. Quizá si él no hubiera muerto en el naufragio, la realidad hubiera sido muy distinta a la de los sueños de Rose. Siendo un poco perversos, podríamos decir que es posible que se hubiera parecido más a la de Revolucionary Road.

domingo, 4 de noviembre de 2012

SKYFALL (2012), DE SAM MENDES. BOND, LA LEYENDA RENACE.


La muy esperada nueva entrega del agente 007 es una película muy irregular: impecablemente dirigida por el prestigioso Sam Mendes, su excesiva ambición hace que su metraje no camine con paso firme hacia lo que quiere narrar, como sí ocurría en la excelente Casino Royale. No obstante, el personaje de Bond sigue creciendo en complejidades. Aquí el artículo:

Que un personaje literario haya sido continuamente adaptado a la pantalla casi ininterrumpidamente durante cincuenta años y llegue a estas cifras con plenas facultades y con su popularidad intacta es una realidad que está al alcance de muy pocos. James Bond, la creación de Ian Fleming conoció su primera versión cinematográfica allá por el año 1962 como una rutinaria cinta de espías con algunos elementos novedosos que fueron perfeccionándose en las entregas posteriores. Si hay una constante en la serie Bond es la capacidad de adaptación a los tiempos que corren.

Una visión cronológica de la saga permite al espectador ir advirtiendo los sutiles cambios que se van sucediendo de una película a otra: desde tramas de espionaje ambientadas en la Guerra Fría al enfrentamiento con enemigos surgidos de la nada que pretenden dominar el mundo. De la seriedad al disparate y de nuevo a la seriedad. El tono de las aventuras de Bond ha estado también marcado por el actor que lo interpretara en todo momento. Si con Sean Connery se buscaba ante todo la calidad del producto, con Roger Moore (obviando el interesante paréntesis de George Lazenby) las tramas se hacían menos serias y lo primordial era un espectáculo de naturaleza cada vez más inverosímil. Con la llegada de Timothy Dalton se intentó un regreso a las esencias literarias del personaje que fue rechazado por el público. Con su sustituto, Pierce Brosnan, en la serie se impusieron de nuevo las fórmulas más comerciales, pero sin descuidar la profundización en el personaje, como en la modélica primera mitad de El mañana nunca muere (Roger Spottiswoode, 1997).

A pesar de haber sido interpretado por tantos actores, que aportaron sus propios matices al protagonista, la esencia de James Bond nunca se ha perdido: un personaje mujeriego y cínico, un asesino que sabe bromear acerca de su trabajo. Daniel Craig ha sabido recoger toda esta tradición del personaje y profundizar en ella, componiendo un Bond mucho más profundo y humano. En manos de Craig el agente secreto ya no es un mero estereotipo, sino un tipo mucho más complejo y reflexivo. Si en Casino Royale (Martin Campbell, 2006) se presentaba como un hombre egocéntrico y seguro de sí mismo (aptitudes que le hacían tropezar constantemente en su misión), en Skyfall (Sam Mendes, 2012) el personaje ha evolucionado y se ha vuelto mucho más reflexivo, pues ha interiorizado el aprendizaje de las dos películas anteriores. Casino Royale era una historia de amor y traición, y en la fallida Quantum of solace (Marc Foster, 2008) primaban la venganza y la destrucción. Skyfall intenta ser una nueva y definitiva vuelta de tuerca en la definición del personaje, a la vez que se homenajean sus cincuenta años de existencia cinematográfica.

La película comienza con un Bond surgiendo de las sombras para ayudar a un compañero que ha quedado malherido en una misión. 007 pretende estabilizarlo para salvar su vida, aún a riesgo de que se escape el objetivo: un adversario que ha conseguido el listado de agentes inflitrados en organizaciones terroristas de todo el planeta. Su jefa M (Judi Dench), le recuerda cual es su cometido y él obedece a regañadientes, hastiado de la estela de muerte y destrucción que conlleva su trabajo. Y este va a ser el tema principal del film: la relación materno-filial de Bond con M, a la que le surge del pasado un hijo díscolo, el agente Silva (Javier Bardem), que pretende vengarse por haber sido utilizado y abandonado por el gobierno británico como si de una pieza de recambio se tratara.

No hay que olvidar que, como ya se apuntó en el Casino Royale cinematográfico, James Bond es huérfano. Así lo transcribe el M (masculino) de las novelas de Ian Fleming en el obituario que le dedica en Solo se vive dos veces (1964), en el episodio de la presunta muerte de Bond que es rememorado en Skyfall:

"James Bond nació de padre escocés, Andrew Bond, de Glencoe y de madre suiza, Monique Delacroix, natural del catón de Vaud. (...) Cuando tenía once años sus progenitores murieron en un accidente de alpinismo en las Aiguilles Rouges (...) La naturaleza de los deberes del capitán de navío Bond debe seguir siendo confidencial (...), pero sus colegas del ministerio quieren reconocer que los cumpía con un valor y una distinción sobresalientes, aunque ocasionalmente, debido a un rasgo impetuoso de su naturaleza, con una vena temeraria que lo ponía en conflicto con las autoridades superiores." (Solo se vive dos veces, de Ian Fleming, Editorial RBA, pag. 197).

Precisamente ese déficit de amor que conlleva la orfandad es lo que aprovecha el M16 a la hora de reclutarlo como agente: un conflicto no resuelto para el personaje que le lleva a no encontrar su lugar en el mundo, y más aún después del dolorosísimo episodio del amor frustado por Vesper Lynd, que fue su última posibilidad de redención de la realidad violenta en la que se mueve habitualmente. Silva más que huérfano se siente rechazado por su madre adoptiva y así se lo manifiesta a Bond en el perturbador primer encuentro que mantienen, en el que incluso se le llega a insinuar sexualmente, no sabemos si realmente o más bien como juego para descolocar a 007.

Hasta la escena de la captura de Silva la película ha sido impecable: se nos ha mostrado a un Bond más débil y confundido que nunca y a un oponente a su altura, que sabe utilizar la fragilidad de su estado en su contra. Pero una vez establecidas estas bases, la historia gira hacia terrenos demasiado conocidos, aunque no necesariamente dentro de la serie de James Bond. El mismo Sam Mendes ha declarado en varias entrevistas su admiración por la trilogía de Batman de Christopher Nolan, una influencia muy evidente, puesto que el personaje de Silva es demasiado deudor del Joker de El caballero oscuro y el origen de 007 tiene muchos puntos en común con el del hombre murciélago.

La segunda mitad del film es demasiado ambiciosa y tiene problemas a la hora de definirse. Mendes intenta volver a las esencias del personaje, montando un continuo homenaje a la saga Bond, para que 007 regrese a sus orígenes (tanto familiares como cinematográficos) y tome nuevas energías de cara a sus futuras aventuras, tomando como base un enfrentamiento entre tradición y modernidad. Pero además, para no despegarse de la realidad, de los miedos del mundo moderno, se muestra una insólita escena que remite a los dolorosos atentados del metro de Londres de julio de 2005: una herida en el corazón de la capital inglesa, que es como una herida en el alma de Bond.

El del director de Jarhead es un planteamiento muy interesante, pero parcialmente fallido por querer abarcar demasiado. Hubiera sido mejor utilizar imágenes del pasado de los personajes (tanto de Bond como de Silva) para potenciar los aspectos dramáticos del presente, que llegan lastrados al espectador. En cualquier caso, la originalidad del enfoque y el trabajo de definición del personaje hacen que el resultado final sea meramente positivo, sobre todo porque se ha disipado el antiguo miedo a buscar nuevos caminos para un 007 que llega a la cincuentena rebosante de salud en su tarea de seguir siendo un icono en el siglo XXI, como lo fue en el XX.

lunes, 27 de septiembre de 2010

JARHEAD (2005), DE SAM MENDES. EL DESIERTO DE LA LARGA ESPERA.


Hacía tiempo que tenía ganas de ver esta película. Lo hubiera hecho antes si hubiera intuido que es tan interesante. Aunque adolece de una cierta falta de profundidad en sus personajes, lo compensa ampliamente con su acertada reflexión de lo que significó la Primera Guerra del Golfo para los victoriosos soldados de a pie estadounidenses. No hay que olvidar que tan fácil victoria allanó el terreno para la invasión de Irak, producida doce años después y que tantos desastres ha provocado. Aquí el artículo:

Este año, sin muchas celebraciones, se ha cumplido el vigésimo aniversario de la invasión de Kuwait por parte de Irak, hecho que desencadenaría la llamada "Primera Guerra del Golfo". La ocupación de este pequeño emirato, rico en petróleo, supuso el principio del fín para Saddam Hussein. Errando sus cálculos, estimó que la comunidad internacional negociaría con él ante el hecho consumado. Lo único que consiguió fue que una poderosa coalición, bajo el amparo de la ONU y liderada por Estados Unidos, desencadenase una victoriosa contraofensiva que acabó liberando Kuwait casi sin resistencia.

La Guerra del Golfo está llena de paradojas. A pesar de tratarse de una de las contiendas más televisadas de la historia, sus imágenes estuvieron sometidas a censura desde el principio. Los asesores de imagen norteamericanos no querían repetir los errores de Vietnam. Con un internet todavía inexistente, esta guerra fue la edad de oro de la censura militar. Además, supuso una guerra altamente tecnificada, donde la precisión de los bombardeos aéreos fue decisiva. Las tropas terrestres solo tenían que ocupar, sin apenas lucha, los terrenos previamente atacados desde el aire, encontrando una espantosa estela de destrucción, en la que no faltaban muchísimas víctimas inocentes.

El liderazgo de la operación recayó en el presidente estadounidense de aquel momento: George Bush padre. Haciendo gala de una prudencia que se antojó excesiva a muchos analistas, se conformó con liberar Kuwait sin penetrar en Irak. Doce años después, su hijo se encargó de completar el "trabajo" invadiendo Irak con ambiguos argumentos que resultaron ser inciertos y sin el aval de Naciones Unidas. La ocupación del país ha resultado un desastre, entre continuos atentados y conatos de guerra civil. A día de hoy, Irak sigue siendo un país inestable y peligroso.

A la hora de abordar el espinoso tema de la Primera Guerra del Golfo, el prestigioso director Sam Mendes contaba con la perspectiva de los dos conflictos, pues la película se rodó un año después de la invasión de George Bush hijo. Mendes opta en todo momento por un discurso crítico, que no deja en buen lugar al estamento militar estadounidense. No se detiene a debatir las razones de la guerra o su justicia, pues adopta el enfoque de un simple soldado que es destinado al Golfo Pérsico sin saber muy bien lo que va a encontrar allí.

El primer tramo de la película funciona como un homenaje a "La chaqueta metálica", de Stanley Kubrick, narrando el entrenamiento de Swofford (Jake Gyllenhaal) a su llegada al cuerpo de marines. Su sargento tiene muchas similutes con el Hartman de aquella cinta. Los reclutas van y vienen, pero los sargentos instructores permanecen.

En este sentido, es interesante constatar el análisis que Mendes realiza acerca de la influencia que el cine ejerce sobre los reclutas. En una visión conjunta de "Apocalypse Now", la obra maestra de Coppola, los soldados acceden a un estado cercano al éxtasis con la contemplación de la famosa escena del ataque de los helicópteros al poblado vietnamita. Lo que el director pretende mostrar como un episodio horrible de muertes sin sentido se transforma, a los ojos extasiados de los reclutas, en una hazaña protagonizada por sus hermanos, los marines que combatieron en Vietnam. El entrenamiento, que pretende convertirlos en insensibles máquinas de matar, ha calado hondo en ellos.

La misión que se les encarga a los marines que llegan a Arabia Saudí es contraria a su espíritu combativo: esperar acontecimientos. Como en "El desierto de los tártaros" de Dino Buzzati, los soldados han de otear el horizonte esperando un ataque del enemigo que nunca llega. Mientras tanto, los mandos se dedican a fomentar el odio al adversario y a atemorizar a las tropas con la posibilidad de un ataque químico. En realidad, el mayor peligro para los marines en toda la guerra va a ser, como después se sabrá, la medicación preventiva que les obligan a tomar y que para muchos de ellos va a derivar años después en la enfermedad conocida como "síndrome del Golfo".

Como es lógico, los meses de inactividad en aquella tierra de nadie son desesperantes para los soldados americanos, que acentuarán más si cabe sus comportamientos tribales y los ritos de iniciación de los nuevos reclutas. Entrar en el ejército supone hacerlo en un mundo aparte. En el frente de batalla las relaciones familiares y amorosas se difuminan hasta convertirse en casi un mito en la mente del soldado. En este contexto, una simple ruptura amorosa se convierte en un drama que deja al combatiente en una posición de desamparo. En estas escenas de la película, el espectador solo echa en falta una mayor profundización en los personajes, que aparecen como demasiado elementales y planos, aunque en todo caso hacen honor al título de la cinta: son unos "cabezabotes".

Finalmente, llega el día de la batalla. Las tropas ven llegado el momento de saciar su sed de sangre y se lanzan ansiosas a la lucha, solo para encontrar que su trabajo ya ha sido realizado desde al aire. La infantería se limita a tomar territorios asaltados por un previo apocalipsis venido del cielo. Los soldados se deprimen: van a la guerra y no tienen la oportunidad de matar a nadie. La contienda solo les sirve para contemplar el incendio de los pozos petrolíferos kuwaitíes: una imagen llena de terrible belleza.

Sam Mendes ha firmado una película que resume muy bien lo que significó la Guerra del Golfo para los soldados de infantería que lucharon en ella: una espera llena de tensión y un posterior paseo militar que frusta a los reclutas por la ausencia de combates. Ya se encargaría posteriormente Bush hijo de dar ocasiones de combatir a los marines.