Para los veteranos de la Primera Guerra Mundial, para los pocos soldados que quedaran de entre los que comenzaron el conflicto en 1914, llegar al año 1917 prácticamente en la misma situación en la que se había estabilizado el frente occidental después de la batalla del Marne, debía ser una situación frustrante, una especie de pesadilla en la cual todos los días eran prácticamente iguales, salvo cuando el mando de uno u otro bando decidía intentar una ofensiva en su sector. La vida en las trincheras (recomiendo encarecidamente el cómic de Tardi La guerra de las trincheras y la novela El miedo, de Gabriel Chevallier), se distinguía por la extrema incomodidad de la falta de higiene, de espacio, la convivencia con ratas y otros parásitos y el peligro extremo de perder la vida en cualquier momento a causa de un obús o una bala perdida.
Los protagonistas de 1917 son jóvenes, pero parecen llevar el suficiente tiempo padeciendo la guerra como para haber adquirido el grado de veteranos. Se les encomienda una misión: deben atravesar la peligrosa tierra de nadie para advertir a un oficial de que la ofensiva que está planeando contra los alemanes es una trampa que costará la vida a miles de hombres. A partir de ahí, la cámara sigue a los dos soldados y detrás de ellos va un espectador que va ir contemplando los paisajes dantescos que han dejado las recientes batallas: los muertos en posiciones grotescas, el omnipresente alambre de espino, el barro que dificulta el avance, las viviendas destruídas... Todo ello envuelto en un impresionante silencio que solo acentúa la sensación de peligro extremo de una misión casi suicida que los protagonistas han asumido con poco entusiasmo.
Si en algo destaca la película de Mendes es en su pericia técnica: se trata de un plano secuencia ininterrumpido que abarca todo el metraje de la cinta, toda una hazaña cinematográfica, pero también un lastre narrativo. Me explico: el guión de 1917 es demasiado simple. Los protagonistas tienen que ir del punto A al punto B y deben esquivar diversos peligros. Lo que comienza siendo una descripción rigurosa de las consecuencias del conflictos acaba derivando en una especie de cinta de aventuras con un argumento propio de un capítulo de Las aventuras del joven Indiana Jones. El interés humano que se siente al principio acaba derivando en el propio del jugador de un videojuego que debe pasar una serie de pantallas hasta llegar a su objetivo final, debido a que en la segunda mitad de la película se acumulan una serie de episodios un tanto inverosímiles que suspenden la sensación de realismo conseguida hasta entonces. El final es bastante anticlimático. Cuando parece que por fin se nos va a ofrecer una buena secuencia de batalla, todo queda en algo muy anecdótico. Lo mejor, la frase que pronuncia el oficial al que han ido a buscar, a modo de conclusión, en un año en el que todavía no podía imaginarse cual seria el resultado de la contienda, algo como: "Esta guerra solo acabará cuando muera el último hombre de uno de los bandos". Históricamente, hubo momentos de tanta masacre sin sentido, que parecía que esa la estrategia general de ambos altos mandos.
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