domingo, 28 de septiembre de 2025

FUEGO Y CENIZAS (2014), DE MICHAEL IGNATIEFF. ÉXITO Y FRACASO EN POLÍTICA.

Desde hace ya mucho tiempo la actividad de los políticos se siente, para el ciudadano común, como un ámbito ajeno a su vida cotidiana, poblado por gente que se ocupa de sus propios intereses y tratan de hacer mucho ruido para llamar la atención, pero que finalmente nada consiguen para mejorar la existencia de aquellos que teóricamente los necesitan. El panorama - al menos en España - en desolador, puesto que ninguna propuesta resulta ilusionante o novedosa y resulta difícil imaginar colaborando por el bien del país a fuerzas políticas antagónicas que en realidad apadrinan discursos vacíos. De vez en cuando aparece un idealista como el propio Michael Ignatieff, que baja al ruedo político con la intención de cambiar las cosas, pero en su caso (y en el de muchos otros) acaban escaldados.

Como ya hizo magistralmente Mario Vargas Llosa en El pez en el agua, el relato de Ignatieff es el del intelectual que quiere irrumpir en el panorama político para aplicar sus conocimientos teóricos a una visión del mundo que consiga mejoras sociales. Pero la política es una profesión muy particular que, en primer lugar, exige dedicación absoluta, lo cual significa renunciar a la vida privada para someterse a un escrutinio constante por parte de la prensa y de la opinión pública. El candidato debe ser cuidadoso en sus declaraciones y acciones, lo cual elimina la idea de espontaneidad, pero a la vez éstas deben parecer naturales, no forzadas. Además, debe ser un hombre paciente, capaz de pasar horas conversando con todo tipo de personas acerca de los temas más variados, haciendo que el interlocutor se sienta comprendido:

"Los grandes políticos hacen que lo artificial parezca natural. Todas las habilidades humanas aplicadas a la política implican un cierto grado de artificio, pero este artificio debe disimularse con tranquilidad y elegancia. Esta naturalidad puede adquirirse con el tiempo y la experiencia, pero no puede enseñarse. No se trata de una técnica ni de una serie de ejercicios. No existe ningún curso para ejecutivos en el que se pueda aprender. Se trata de una elegancia a la hora de comportarse que tiene más que ver con la capacidad atlética que con la inteligencia aplicada. Para empezar, si la elegancia natural no está presente, entonces no puede adquirirse ni desplegarse con convicción. Cuando decimos de un político que actúa como por «instinto», lo que queremos decir es que posee una misteriosa capacidad para conectar con los demás, para hacerles sentirse cómodos, para hacer que se sientan especiales."

Además, el político debe ser alguien capaz de adaptarse a cualquier circunstancia, capaz de cambiar sus planes frente a emergencias inesperadas, ya que los acontencimientos se suceden a un ritmo vertiginoso y las ideas que son válidas en un determinado momento pueden no serlo tiempo después. Todo ello debe ejecutarse sin margen de error, algo que se aplica a las acciones presentes y pasadas, dado que el político va a ser escrutado y cualquier declaración o texto que haya escrito pueden ser interpretados de forma torticera y el acusado va a contar con poco margen de defensa. La conclusión de Ignatieff, una vez desintoxicado de la vorágine en la que había entrado voluntariamente, es que la política no es un juego, sino una actividad brutalmente adaptativa en la que solo triunfan los que mejor saben bregar con los vaivenes de la fortuna, aprovechando a la vez las oportunidades que se presentan. Aunque los canadienses perdieron a un buen candidato, la experiencia de Ignatieff nos regaló un libro tan interesante como éste, la experiencia de un político idealista cuyos enormes esfuerzos por cambiar las cosas resultaron finalmente baldíos. 

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